La alegría de la Fe de encontrarnos con Jesucristo. Autor: P. Manuel Pérez Tendero
De la duda de Santo Tomás, descubramos el testimonio de este gran discípulo que tuvo que aprender como todos a creer.
“A los ocho días estábamos otra vez reunidos los discípulos y yo, Tomas me encontraba con ellos.
Han pasado ocho días desde aquella mañana, en que unas mujeres encontraron el sepulcro vacío y nos alarmaron con noticias sobre apariciones del ángel.
María Magdala, nos contó como vio al Señor Resucitado, en los alrededores del Sepulcro.
Aunque al principio no supo reconocerlo.
Pedro, también nos ha contado que ha visto al señor vivo aunque no ha dado muchos detalles.
Cleofás y su compañero, los de Emaús, también contaron su experiencia. Un caminante extraño les sorprendió, les habló del Mesías , de la biblia, de los planes de Dios y de la Cruz.
Al final, cuando iban a cenar con el; reconocieron en sus gestos al maestro, pero desapareció de su lado.
Al parecer, aquella misma tarde también estuvo aquí, con todos los discípulos y comió con ellos y les prometió que enviaría al Espíritu para poder comprender y caminar para comenzar una misión en nombre del que vive.
Pero yo no estaba, me abrumaron con sus relatos.
Me aseguraron que lo habían visto, aunque no sabían definir muy bien sus rasgos.
Yo pensé.
No que mentían.
Sino, que habían confundido a Jesús con una experiencia extraña o alguna aparición de ángeles.
Quizás, Dios quiera decirnos algo, a aquellos que hemos seguido a Jesús.
Quizás nos envíe algún ángel.
Pero el maestro, quedó bien muerto y enterrado.
Ya resucitará cuando resuciten los justos, allí le veremos, en la esperanza de que el Dios de nuestros padres nos resucite a todos.
O tal vez tuvieron una alucinación colectiva por las ganas que tenemos todos de ver a Jesús.
Pero el nos ha dejado solos, desamparados.
Nos lo dio todo en Galilea y nos ha quitado todo con su muerte.
Nos lleno de sueños y la fría roca del sepulcro nos ha despertado a la realidad de siempre.
Ya querríamos poder devolverle la vida al maestro.
Pero ni la memoria ni el cariño, pueden resucitar a los muertos.
Jesús vivirá en nuestro recuerdo.
Recordaremos para siempre sus palabras, e intentaremos cumplir con esmero su mensaje.
Esforzaremos la memoria y alimentaremos el cariño, para que Jesús de Nazaret no caiga en el olvido.
Eso es lo que pensaba en los razonamientos de mi corazón cerrado a la verdad de los hermanos.
Yo era el que tenía lucidez.
Y ellos, ciegos por la tristeza; inventando sueños por la nostalgia.
Pero…
Después de esta tarde me he quedado frio, sin palabras.
Estábamos todos reunidos y cenábamos juntos haciendo memoria de lo sucedido.
Entonces, sucedió:
“Allí estaba él. Revestido de gloria pero con las huellas de los clavos impresas en él”.
No cavia la menor duda.
Era el crucificado.
Y estaba allí, ante nosotros.
Me habló, con pocas palabras.
Sonrió con sus labios y extendió sus manos para tocar con sus heridas mi cuerpo estremecido.
No puedo dar muchos detalles.
La situación no la controlaba yo, en absoluto.
Pero allí estaba él, real y cercano, presente y amigo.
No puedo gritar para acallar voces que no creen.
No sé si sería capaz de demostrar nada a nadie.
No sé hablar, con el orgullo de quién se sabe poseedor de la verdad.
Pero ya no puedo callar; porque he visto al Señor y me ha cambiado la vida.
Era yo, quien estaba ciego. No mis hermanos.
Mis ojos no sabían ver y tuvo que curarlos él, con su Resurrección.
Mi corazón no se atrevía ver más allá de su tristeza.
Y tuvo que imponerse la verdad con su absoluta sencillez.
No tengo ninguna experiencia extraña que demostrar, ni mensajes nuevos con los que sorprender a quienes dudan.
Sólo sé que he visto y palpado al Maestro.
A partir de esta tarde de domingo; ya no tendré que demostrarme la resurrección y la existencia del Dios de nuestros padres ni la esperanza en el más allá.
A partir de ahora, tendré que demostrarlo todo, desde la única realidad consistente que mi mente y mi corazón conocen.
Su cuerpo, vivo para siempre.
Jesús, el crucificado me ha venido a visitar.
Estando con los hermanos en esta tarde de primavera, cuando el sol estaba a punto de dejarnos.
Nunca supe imaginar tanta gracia, tanta alegría profunda.
No creí nunca que el hombre pudiera gozar tanto de forma tan callada: “Señor mío y Dios mío”
Te cantará mi alma sin descanso.
Proclamaran mis labios tu grandeza.
He visto tu cuerpo y me has enseñado la vida.
En tus heridas abiertas he comprendido todo.
Me he comprendido a mí y te he comprendido en la cruz.
Tu cuerpo de vida será el horizonte de mis sueños, la realidad cotidiana de mis pasos y de mi descanso.
Proclamaran mis labios tu grandeza.
He visto tu cuerpo y me ha cambiado la vida.
En tus heridas abiertas he comprendido todo, mi Dios.
Me he comprendido a mí y te he comprendido en la Cruz.
Tu cuerpo de vida será, el horizonte de mis sueños.
La realidad cotidiana de mis pasos, la voz de mi garganta y el llanto alegre de mi corazón.
Has dejado el Sepulcro vacío.
Y has llenado con tu cuerpo, mi vida para siempre”.