Quienes creían que los dos años de pandemia de COVID-19 acabarían con las muestras públicas de fe en la Iglesia Católica, propias de la Semana Santa, se equivocaron. Creyentes derramaron su fe en multitudinarios oficios litúrgicos que iniciaron con el Domingo de Ramos, y culminaron con el Triduo Pascual del memorial de la Pasión, Muerte y Resurrección de Cristo.
“La pérdida de fe en la vida eterna de una buena parte de Occidente, ha llevado a vivir el presente con un estilo de “vida mortecina”. La realidad ha resultado ser muy distinta a la que suponían los que creían que la “muerte de Dios” habría de traducirse en disfrutar con más intensidad del momento presente, sin esperar al cumplimiento de una promesa futura de felicidad, que fácilmente podría resultar alienante. Nada más lejos de la realidad. Lo cierto es que tantas heridas como observamos en el panorama actual (agresividad, amargura, y tantas otras que provienen de la crisis antropológica y de la dictadura del relativismo), sugieren una enmienda a la totalidad a aquella profecía que auguraba una cultura liberada del lastre de sus raíces religiosas. Nuestra sociedad del bienestar y de la abundancia, teniéndolo todo carece de lo principal: la esperanza.
El tiempo nos ha demostrado que la escatología cristiana es, por sí misma, contraria a toda alienación; ya que las consecuencias de la victoria de Cristo sobre la muerte no esperan a sentirse hasta el fin de los tiempos, sino que se adelantan encarnándose en la historia.
¡Cuántas experiencias de liberación y de dignificación del ser humano inspiradas por el resucitado! ¡Cuánta paz y alegría, en medio de las dificultades, en aquellos que han sido alcanzados por Él!”
A la pregunta: ¿Porque esta Pascua es diferente a todas las demás?, la respuesta la encontramos las expresiones multitudinarias en el contexto de las secuelas sociales provocadas por el SARS-CoV-2, que pretendió confinar el hecho religioso al fuero interno.
Laicismo que, se caracteriza por pretender arrinconar la religión al ámbito privado, sin consentir que sea inspiradora de la vida pública. Siendo que la “sana laicidad”, es la que al defender el derecho a la libertad religiosa, proclama el principio de la autonomía del orden temporal (Cfr. Concilio Vaticano II, Constitución pastoral Gaudium et spes, 36); y no en vano, somos seguidores de quien pronunció aquella sentencia lapidaria: “Dad a Dios lo que es de Dios, y al César lo que es del César” (Mt 22, 21).
Las manifestaciones públicas en Semana Santa, revelan que la persona de Jesucristo es vigente, actual y además responde a las aspiraciones de la humanidad en este año tan especial, escribe el Obispo de Orihuela en España, José Ignacio Munilla las siguientes 10 claves a la luz del resucitado es más necesaria que nunca para iluminar tantas enseñanzas del momento que vivimos.
1.- Lo pequeño e invisible puede llegar a ser determinante: Y esto es así, no solo por lo que respecta a un microorganismo que puede resultar mortal para la vida del hombre, sino también por lo que narra el Evangelio sobre el grano de mostaza (Mc 4, 30-32). Con frecuencia, la gracia de Dios se transmite a través de lo pequeño y escondido.
2.- Somos frágiles y vulnerables. No nos salvamos solos: El “seréis como dioses” que resonó en el pecado original de Adán y Eva, es la gran mentira que conduce al hombre al abismo. La aceptación de los propios límites es el principio de la sabiduría.
3.- ¡Somos uno! La emancipación es una quimera: No es verdad eso de que mi libertad termine donde empieza la del prójimo, o que la suya termine donde empieza la mía. Lo cierto es que nuestras libertades están entrelazadas, y que tenemos que aprender a convivir con ello.
4.- El futuro del mundo depende en buena medida de nuestro compromiso. Es posible vivir de otra manera: Estamos en un mundo globalizado, cuyo futuro depende de un cambio de actitud, que incluya la conversión de nuestros hábitos de vida desordenados.
5.- El miedo o pánico puede llegar a ser nuestro mayor enemigo: La irresponsabilidad comunitaria es letal, pero el pánico también lo es. Es importante cultivar el dominio de nosotros mismos, para poder vivir en paz interior sin dejarnos arrastrar por los miedos irracionales.
6.- La soledad puede ser o no ser buena: La soledad de un cristiano está llamada a ser una soledad ‘habitada’. En no pocas ocasiones nuestro sentimiento de soledad es la expresión de una carencia de ‘intimidad’… Sin embargo, Dios ha querido que vivamos en comunión; de modo que la ‘soledad habitada’ del cristiano es mucho más hermosa cuando se tiene con quién compartirla…
7.- Es necesario parar y pensar hacia dónde vamos. La pregunta por el sentido es determinante: Lo más duro no es tener que sufrir en la batalla de la vida, sino hacerlo sin encontrarle un sentido… Es triste cuando a alguien se le pregunta: «¿A dónde te diriges?», y él se limita a responder: «No tengo ni idea. Camino por la inercia de los que van por delante, y empujado por los que vienen por detrás».
8.- Para poder mirar hacia adelante, hay que mirar arriba: La tierra es redonda, de modo que los vigías de los veleros suben a lo alto del mástil para poder ver más allá… Sin la transcendencia no es posible descubrir el sentido de la vida. El sentido de la vida solo puede ser conocido desde la Revelación de Dios.
9.- La compasión es el sentimiento clave que nos permite esperar un mundo mejor: El concepto de ‘compasión’ (‘padecer con’) integra el concepto de ‘solidaridad’ y lo supera, abriéndose al núcleo central del Evangelio que es la ‘misericordia’, revelada en el Corazón abierto de Cristo.
10.- La última palabra no es ‘muerte’, sino ‘resurrección’. Cristo nos enseña que la vida vence a la muerte: «¿Por qué buscáis entre los muertos al que vive? No está aquí. Ha resucitado.» (Lc 24, 5-6). La victoria de Cristo es también la nuestra, puesto que Él es el ‘primogénito’ de entre los muertos: «Por tanto, si habéis resucitado con Cristo, buscad los bienes de allá arriba, donde Cristo está sentado a la derecha de Dios; aspirad a los bienes de arriba, no a los de la tierra. Porque habéis muerto; y vuestra vida está con Cristo escondida en Dios.» (Colosenses 3, 1-3).