Otro año empieza, y con ello, es época de buenos propósitos e intenciones. No soy demasiado amigo de hacer grandes listas, en parte porque, llegado abril, leer todo lo que no he empezado basta para hacerme sentir culpable. Las promesas de los políticos, sin embargo, tienen bastante más peso; la diferencia entre cumplir o incumplir sus programas electorales tiene enormes consecuencias para el resto de nosotros. Cuando revisamos su lista, entonces, hacemos bien en prestarles bastante más atención.
Las promesas de los políticos este año resultan ser especialmente importantes, tanto en Connecticut como en Washington. En nuestro estado, porque el 2025, como todos los años impares, es cuando toca redactar presupuestos. En Washington, porque Trump vuelve a la Casa Blanca con decenas de propuestas contradictorias, y muchas de ellas pueden causar un daño atroz a nuestra comunidad.
Empecemos por los presupuestos estatales. En un estudio reciente, Connecticut Voices for Children señalaba que nuestro estado es víctima de una extraña paradoja: a pesar de tener enormes superávits (es decir, recaudamos mucho más dinero en impuestos de lo que gastamos), los legisladores y el gobernador se han visto obligados a imponer duros recortes en educación, salud y otras inversiones. El motivo son unas normas presupuestarias aprobadas hace casi una década, bien intencionadas, pero espantosamente mal diseñadas, que imponen límites arbitrarios sobre cómo y cuánto podemos gastar.
Como señala el mismo estudio, estas reglas han hecho que Connecticut sea uno de los estados con menor gasto público del país, medido como porcentaje de nuestra renta disponible. Contradiciendo el tópico, tenemos unos presupuestos increíblemente tacaños, que dejan muchos servicios esenciales sin recursos suficientes.
Durante la campaña electoral, el otoño pasado, muchos candidatos hablaron sobre este problema y prometieron buscar soluciones. Mientras tanto, nuestro gobernador, aunque no estaba en la papeleta, lleva meses diciendo que quiere que Connecticut sea el mejor estado para tener hijos y formar una familia.
Hay algo que debería quedar muy claro: es imposible conseguir lo segundo sin unos buenos presupuestos, y eso exige una reforma de las leyes sobre gasto del estado. Sin esos cambios, no podremos aumentar el gasto en educación, para asegurar que todos los estudiantes de Connecticut tengan las mismas oportunidades. Tampoco podremos garantizar la cobertura médica a miles de familias del estado, que pasarán a vivir con la ansiedad de que un imprevisto les deje con miles de dólares en facturas sin pagar. Las inversiones necesarias para reducir el coste de la vida, construyendo vivienda, mejorando el transporte público y reduciendo el coste de la luz, también se quedarán en el tintero. Si queremos cumplir esos buenos propósitos electorales y hacer que nuestro estado sea más abierto, más justo y con más oportunidades para todos, los presupuestos son el primer paso.
De fondo tenemos, por supuesto, la sombra de Washington. Donald Trump prometió muchas cosas durante la campaña, desde hacer que bajen los precios hasta toda clase de extravagancias sobre bajadas de impuestos, aranceles mágicos y gasolina barata. Muchas de sus propuestas son vagas o inconsistentes, pero hay una que repitió mil veces y en la que no hubo ambigüedad alguna: Donald Trump quiere deportar a millones de inmigrantes, lo antes posible.
En nuestra comunidad, esto significa que nuestros vecinos, nuestros amigos, incluso familiares cercanos, pueden estar en riesgo de ser expulsados del país. Creer que Trump y su equipo sólo echarán a “esos inmigrantes que no cumplen la ley” y no a nadie cercano es engañarse; el mismo presidente y miembros de su gabinete han dejado bien claro que todos los indocumentados son, para ellos, merecedores de expulsión. No importa que trabajen, tengan hijos nacidos en Estados Unidos (y con ello, ciudadanos americanos), lleven décadas en el país y paguen impuestos; su promesa explícita es que serán indiscriminados.
Quizás tengamos suerte y Trump no cumpla con su propósito de año nuevo. Pero eso no basta. Este año que empieza, por lo tanto, vamos a tener que estar preparados. Preparados para defender a nuestros amigos y vecinos, luchar por nuestros derechos y exigir que los líderes estatales defiendan a nuestra comunidad.
No será fácil. Pero nuestro propósito, este año, es que la promesa de un Connecticut mejor, más justo, acogedor y para todos, depende de nosotros.