El Salmo 37:7 dice:
“Confía callado en el Señor y espera en Él con paciencia”.
Yo he estado muchísimas veces en la sala de espera. Sé lo que se siente. Tendemos a desesperarnos. La preocupación nos oprime el pecho y nos apoca el alma. Una sola pregunta ronda en nuestras cabezas: ¿por qué te tardas, Dios mío, en responder?
A veces la impaciencia nos mueve a resolver los problemas por nuestra cuenta. Tomamos el asunto en nuestras manos. Pero, en ese momento, lo más sabio que podemos hacer es detenernos para meditar en nuestro corazón y recordar que Dios quiere que permanezcamos quitos. “Estad quietos, y sabed que yo soy Dios; exaltado seré entre las naciones, exaltado seré en la tierra” (Sal. 46:10).
Cuando intentamos resolver los conflictos a nuestra manera y no esperamos a que Dios obre según su voluntad, nos metemos en serios problemas. Una gran prueba de fe es esperar pacientemente en el Señor. En la Biblia, el salmista narra lo que le sucedió cuando esperó y dejó que Dios peleara sus batallas.
“Esperé pacientemente al Señor, y Él se inclinó a mí y oyó mi clamor. Me sacó del hoyo de la destrucción, del lodo cenagoso; asentó mis pies sobre una roca y afirmó mis pasos. Puso en mi boca un cántico nuevo, un canto de alabanza a nuestro Dios. Muchos verán esto, y temerán y confiarán en el Señor” (Sal. 40:1-3).
Después de esperar con paciencia, el salmista recibió la ayuda del Señor. Si estás ahora mismo en la sala de espera, ten paciencia. Dios trabaja en nuestro carácter mientras esperamos en Él. La paciencia es un fruto del Espíritu Santo que crece y se fortalece cuando pasamos por tribulación (Gál. 5:22). A medida que desarrollamos la paciencia aprendemos a ver los problemas desde la perspectiva del cielo, aumenta nuestra confianza en Dios, nos parecemos más a Cristo, nos aferramos a Sus promesas, y nos hacemos más perfectos e íntegros, sin que nos falte nada (Stg. 1: 2-4).
Lo más sabio que podemos hacer durante el tiempo de espera es buscar a Dios en oración con la confianza plena de que Él hará que todas las cosas obren para nuestro bien (Ro. 8.28). Podremos sobrellevar cualquier cosa que la vida nos imponga si nos mantenemos firmes en la fe.
Dios no nos deja solos en la sala de espera. Su plan es que perseveremos con los ojos fijos en Jesús, “el autor y consumador de la fe, quien por el gozo puesto delante de Él soportó la cruz, despreciando la vergüenza, y se ha sentado a la diestra del trono de Dios” (Heb. 12:2). Cristo es nuestro ejemplo perfecto de paciencia y perseverancia. Si hoy te sientes solo, espera en Dios. Si te sientes perdido y sin dirección, espera en Dios, si tienes mil dificultades, espera en Dios.
“Claman los justos, y el Señor los oye y los libra de todas sus angustias (Sal. 34:17).
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Lic. Liliana González de Benítez
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