“La realidad y la miseria me oprimen y, sin embargo, sueño todavía.”
–Emile Zola, Escritor francés.
En el mundo occidental en que vivimos, la continua crisis no parece tener fin. Lo mismo o peor podría estar ocurriendo en el resto del globo terráqueo y aquel viejo refrán nos podría resumir elocuentemente que el “mal de muchos es consuelo de tontos”. Tontos, no es lo más apropiado para describir a los billones de seres humanos que habitamos este planeta. Existen otros adjetivos que podrían definir con mayor certeza nuestra conducta y nuestro pensamiento.
Estos momentos angustiosos a los que nos enfrentamos diariamente se han agudizado de tal manera que pareciese como que un delicado soplo de aire que emane de nuestros pulmones terminara inevitablemente como nuestro último aliento en el mundo. Todo parece ser absurdo, inconsecuente, disparatado. Por eso los invito a pausar y a que reflexionemos.
Tenemos que plantearnos todos estos problemas, con urgencia, los que una mayoría del pueblo puertorriqueño expresan claramente y lo que aún tienen dudas de la urgencia de reconocerlos. Los que están claros en su postura buscan soluciones reales a la problemática nacional. En tiempos donde se repiten las mismas burdas mentiras miles de veces, sometiéndonos continuamente a los más horribles engaños, sentimos el peso y la fatiga de las quejas que inundan el diario parloteo y las respuestas que no llegan.
Esa repetida retorica que redunda en las mismas viejas imposiciones de los poderosos a los menos afortunados es a lo que nos enfrentamos diariamente.
Creo entender a esa gran mayoría del pueblo puertorriqueño, a ese pueblo silente, el que todavía exhibe la conducta del que deambula en las tinieblas buscando incansablemente su identidad, sus soluciones, su dignidad. Tenemos que reflexionar y actuar. El camino para liberarnos de esa pesada carga no es fácil, tenemos que compartir ese conocimiento para que todos podamos sentirnos libres. Tenemos que reflexionar sobre si existe la necesidad o capacidad de entender las implicaciones que tiene el ser una colonia. No podemos titubear en definir quienes somos y cuáles son nuestras metas si no deseamos seguir siendo víctimas de los depredadores que se nutren del caos y la explotación de nuestra nación.
Reflexionemos sobre donde residen los poderes reales que deciden absolutamente todo en nuestro terruño. Busquemos por qué al intentar defender nuestros intereses vitales, nuestro patrimonio, nuestra familia, nuestra salud prevalezcan los intereses contrarios a los nuestros, los de aquellos que ejercen el poder. Reflexionemos pues, porque tenemos que estar sujetos al rechazo, a la humillación de ser ignorados, sintiéndonos como parias en nuestra propia nación. De eso hay harta evidencia y por eso es por lo que muchos hemos tenido que irnos al exilio. Pensemos y tengamos claro que existen unos impostores que se hacen llamar puertorriqueños pero que ese gentilicio les queda muy grande, siendo su única meta apoderarse de la riqueza de nuestro pueblo y si fuera posible eliminar de un solo golpe al criollo, al que siente verdaderamente amor por su tierra. Han sido esos lo cómplices y verdugos de nuestros propios hermanos.
Reflexionemos por esa ausencia de autoestima y como esto nos ha legado un sinnúmero de problemas emocionales que nos aletargan impidiendo desarrollarnos a plenitud. Esa deformidad en la psiquis de nuestra nación no es nada nuevo ni debe sorprender a nadie.
La situación económica se hace más difícil, la corrupción arropa nuestra nación, la credibilidad en las instituciones del país es inexistente. La esperanza de nuestro pueblo se esfuma como una de esas nubes pasajeras que cruzan rápidamente por nuestro caribe. Puerto Rico parece un pueblo abatido por la carga que tiene y la falta de esperanza que respira. Se vive encerrado detrás de murallas, rejas y sistemas de seguridad. El alcoholismo, la pandemia, las drogas, los asesinatos, los suicidios contribuyen a arroparnos de un pesimismo contagiaste. Y los que gobiernan lucen más como facilitadores a la corrupción que personas que tengan el carácter para hacer justicia y defender a su pueblo.
En ese continuo arrastrar de las cadenas del silencio, muchos podrán pensar que nos han domesticado totalmente, pero hemos visto como Puerto Rico reacciono en Vieques y en el verano del ‘19. Estas acciones de nuestro pueblo deben ser motivos para reflexionar. ¿Que nos impulsaría a cuestionar nuestros problemas y como reaccionaríamos a estos?
Entiendo y padezco las hipocresías, las mentiras con mucho dolor y angustia. Lo vivo en carne propia.
Los políticos y los dirigentes gubernamentales en contubernio con una pléyade de buscones parecen todos contagiados por esa condición patológica de la mentira, están conduciendo a nuestra nación a su desaparición.
Las ininterrumpidas falsedades que permean en nuestra sociedad la intolerable corrupción, el devoto engaño, la apetecible codicia y esa compulsiva ambición de poder, se han convertido en las abanderadas de esos farsantes en el poder.
El Covid 19 se ha encargado, para la desgracia de todo nuestro país, en diseminar no solo la epidemia salubrista existente, pero también creando la agonizante incertidumbre que nos golpea.
Lo peor de todo es que hay quienes no se ofenden con esto. Los pueblos desconocedores de su historia, rendidos ante el temor inculcado caen una y otra vez ante los pregoneros de la propaganda partidista. Hemos sido víctimas de promesas huecas, de palabras retorcidas, hemos esperado por siglos soluciones incumplidas, nos han engañado mil veces.
Tenemos que crear conciencia, tenemos que buscar la verdad, permitiendo que la razón y la lógica nos lleve a tomar decisiones racionales e inteligentes.
Tenemos que buscar las razones del porqué de nuestra frágil situación. No podemos permitir que nos roben la dignidad, la tranquilidad y la esperanza de una vida mejor.