Estamos a punto de empezar esos días de vacaciones que todos anhelamos; muchos ya han hecho sus planes con antelación, las reservaciones están listas; a otros, sus familiares los esperan en sus países con ansias de abrazarlos nuevamente; y para muchos, esos días festivos no existen ya que se la pasan trabajando noche y día, o simplemente, no comparten dicha creencia.
La mayoría de mis amigos siempre me preguntan: “¿Y tú que harás para Semana Santa?” Pero casi nunca tengo palabras para responder; no hay planes más que para seguir con mi rutina cotidiana; tan solo continúo pensando en el verdadero significado de estas fiestas, enraizado en mis creencias no como un religioso más, sino recordando un gran acontecimiento que una vez sucedió en esta tierra el cual dividió la historia de la humanidad en un “Antes” y un “Después” de aquel personaje que ha creado tantas controversias en el mundo, así como también ha unido a muchas familias.
Me pregunto, ¿Dónde han quedado aquellos valores del pasado, que antes de pensar en unas vacaciones, se pensaba en el significado de Jesús que fue crucificado por su pueblo? ¿Dónde ha quedado la hermandad, el amor y la libertad de la cual tenemos derecho? Creo que en el mundo hay más religiones que amor, y más legalistas esclavizados dentro de sus religiones, que personas que en verdad vivan la libertad genuina como un regalo del cielo.
Si el fin de esta semana es la conmemoración del Hijo de Dios plasmado en los corazones de millones, entonces, deberíamos de practicar su ejemplo que está descrito en el Libro Sagrado.
Se enfatiza tanto en muchas peculiaridades, olvidando lo más importante como lo es disfrutar y sentir el gozo en nuestro espíritu sin importar las circunstancias que atravesemos. ¿Si en verdad se ha escrito que Cristo murió para restaurar a la humanidad, entonces, por qué no pasa nada? ¿Será que es él quien no quiere hacerlo, o somos nosotros los que endurecemos nuestros corazones y hacemos lo que mejor nos parece?
Recuerdo que de niño me sentaba a escuchar aquellas historias que mi madre nos contaba, mientras leía esos escritos que yo no entendía. ¿Qué celebramos? ¿Por qué murió? ¿Qué significa para nosotros? Entonces, ella me explicaba el verdadero significado para mi alma. Aquel misterioso personaje había venido a la tierra hace muchos siglos, había dado su vida en ofrenda por la humanidad; pero el aguijón de la muerte no pudo contra él, tampoco el sepulcro tuvo ninguna victoria porque resucitó al tercer día. Y en seguida mi madre me decía esa frase que quedó enraizada en mi corazón y suena en mi mente como eco: “Él te ama mucho y quiere guiar tus pasos”.
No entendía muy bien sus palabras, pero al sentir el viento, me lo imaginaba así; miraba el amanecer, y cuando salía el sol, sentía que era su luz la que me alumbraba; escuchaba el silencio de la noche, y me parecía que susurraba cerca de mi oído y me decía que me amaba y que nunca me iba a dejar solo; miraba la lluvia, y sentía que estaba en cada gota de agua; observaba las avecillas volar, y me parecía que estaba con ellas; veía los pececillos de colores nadar suavemente, y pensaba que nadaba con ellos; y ahora, contemplo sentado sobre una roca el inmenso océano y veo más allá del horizonte, y creo que él está allí…
No pretendo con esto cambiar la ideología de nadie, tampoco implantar mis pensamientos como un solo argumento válido. Cada uno es libre de pensar y de hacer lo que desea, con la libertad que nos rodea. Pero si anhelo, un mundo mejor, que viva bajo la luz deslumbrante del Eterno, que disfrute de todos los días y no solo de una semana heredada por la tradición, escrita en un calendario, oscurecida por las atrocidades humanas, viviendo en un desenfreno total, dándole rienda suelta al libertinaje y desechando la genuina libertad, esclavizados en los rudimentos del sistema, adictos a lo que sea con el fin de ser aceptados, desmoronándonos en pedazos como sociedad, y temo que algún día, colapsemos en su totalidad.
Hay que sembrar la verdadera semilla de amor en los corazones, dejar la hipocresía a un lado y tomar la sinceridad como estandarte, vivir en armonía y no en legalismo, celebrar la libertad no solo en una semana sino todos los días, profundizarnos en la unidad, tomarnos de la mano como pueblo, sumergirnos en la esperanza, y motivarnos unos a otros en cada momento vivido, que, aunque difícil, pero no imposible.
La paz no se logra con guerras sino con corazones humildes, que conquisten el mundo no por las riquezas o creencias sino por los valores que poseen; que comprendan que no se trata de una guerra entre religiones y religiosos legalistas, sino de vivir en amor, en armonía y en paz.