“En cada amanecer hay una nueva oportunidad, y en cada nueva oportunidad, reside la esperanza”
Todos hemos oído alguna vez frases como “la esperanza es lo último que se pierde” o “mientras haya vida hay esperanza”, y también conocemos la famosa caja de Pandora, que cuando se abrió se extendieron todos los males sobre la tierra, pero en el fondo de la caja quedó la esperanza. De hecho, la esperanza es fundamental para el ser humano, es el motor que nos impulsa a conseguir lo que queremos y a mantenernos ilusionados con la vida. Tanto es así, que su falta aboca a la depresión.
Esperar tiene un significado muy diferente para mí hoy, a lo que una vez tuvo. En el pasado fue generalmente un problema; ahora, es un regalo. Esperar es un tiempo durante el que no tengo el control, y esa es la lección que necesitamos aprender continuamente. Yo no puedo esperar más rápido o más lento. ¿De qué sirve evitar esperar, creando distracciones? Esperar es esperar. Punto. Pero yo espero con esperanza.
No hay mayor pobreza que la de no ser nada para nadie. Y donde hay inexistencia no puede haber esperanza. Pero la esperanza se construye, y quien tiene esperanza la contagia a otros “ayudándoles a existir”, a ser tenidos en cuenta. La esperanza es silenciosa; solo rompe su silencio cuando tiene que denunciar desigualdades e injusticias.
En 1991, el psicólogo Charles R. Snyder y sus colegas desarrollaron la Teoría de la Esperanza. Según sus investigaciones, la esperanza se construye de pensamientos orientados a objetivos concretos; requiere de poder pensar en caminos para lograr esos objetivos, que expresan nuestro sentido de vida; requiere de creencias positivas sobre nuestras capacidades.
La esperanza nos trae una buena nueva. Nos brinda una oportunidad de cambio, de mejora, de curación y sanación. Cambiar y mejorar para ser más íntegros, más felices; curarnos de nuestras dolencias, y sanarnos al crear un espacio interior de paz y armonía.
La esperanza no es solo una experiencia existencial, sino, como nos dicen los niños, es una experiencia que nace de la interacción humana, en particular con los que nos rodean más cercanamente. La interacción cotidiana nos proyecta, nos da sentido y nos permite tener una nueva mirada. Por eso, la esperanza se aprende desde pequeños.
Y no hay brote de esperanza donde hay inexistencia, donde no se es mirado a los ojos. Si nadie me espera, nadie me echará en falta; si nadie me reconoce por mi nombre o por mi rostro, nadie notará mi ausencia ni mi sufrimiento. Soy un subproducto entre los muchos productos más valorados que yo en el mercado social. Y entonces la desesperanza me atrae con la intensidad con que la fuerza de la gravedad de un agujero negro impide que una estrella pueda emitir su luz en medio de una galaxia de estrellas que sí emiten luz: soy un agujero negro, no emito luz para nadie y no espero nada.
La desesperanza no es una fatalidad; todos somos responsables, en una medida o en otra, de que exista, porque la desesperanza se construye. Pero, por el mismo motivo, la esperanza no llueve de las nubes, sino que también se construye.
La esperanza no es una fantasía que nos aleja de la realidad como si fuera una adormidera, sino una energía que nos introduce en ella, en los problemas humanos, en las dificultades de otras personas y en las nuestras. No es paternalista, no regala lo que sobra; cree en el otro porque también espera del otro, pues “la existencia de cada uno de nosotros está ligada a la de los demás: la vida no es tiempo que pasa, sino tiempo de encuentro”.
La esperanza es un signo de identidad de la persona profunda y forma parte de la identidad de quien se ve a sí mismo como existente para alguien. Los momentos difíciles ponen a prueba la calidad de esa esperanza, que no es la proyección de un deseo sino una fuerza para no dejarse atrapar por límites, porque esa es la razón de su ser.
Pero la esperanza pasa por un aprendizaje silencioso y una actitud del interior de la persona que, poco a poco, le ayuda a ver cuando no se ve nada. Por eso, solo puede ayudar a otros a caminar en la densidad de las muchas nieblas de la vida quien previamente ha aprendido a aceptar la niebla y a moverse en ella afrontando el miedo y la falta de luz.
La esperanza no está en el ruido, sino en el amor silencioso. Sin embargo, rompe su silencio, sin pensárselo, para unirse a la voz de los que no tienen voz y darles voz, denunciando con energía cualquier injusticia.
Encontrar o recuperar el sentido de la vida tiene mucho que ver con la esperanza con que la vivimos. Dar y recibir esperanza es trabajar para que todos existamos; de tal manera que nos sintamos personas y se nos reconozca como tales.
Y, sobre todo, ¡sueña! No tengas miedo de soñar. ¡Sueña! Sueña con un mundo que todavía no se ve, pero que ciertamente vendrá. La esperanza nos lleva a creer en la existencia de una creación que se extiende hasta su cumplimiento definitivo, cuando Dios será todo en todos. Creo que los tiempo del Dios son perfectos, y en los cuales debemos de esperar con paciencia.
Esperanza es tener la convicción de que esas maravillas son posibles y trabajar para convertirlas en realidad. Y si al final resulta que lo único que nos queda es la esperanza, no dudemos, todavía tenemos bastante ESPERANZA.