No pretendo ser experto con lo que ocurre en esa inmensa región del mundo, tan diversa e interesante, conocida como Europa del este. Trato dentro mis limitaciones, que los lectores tengan una perspectiva diferente ante la poca información de lo que está ocurriendo, entiendo que la mucha desinformación bombardeada por los medios de comunicación que nos rodean dificulta tener una percepción más clara.
Tratare de ser objetivo, me mueve la verdad de los hechos, pero la información recibida no es confiable ya sea ésta la escrita, la oral o la visual.
Quiero aclarar que nunca he sido fanático del Vladimir Putin, pero mucho menos de los líderes estadounidenses. Del primero conozco muy poco, de los otros conozco lo suficiente.
Posiblemente a muchos de los lectores y líderes occidentales de este mundo tan dividido se nos ha olvidado repasar los sucesos históricos en que todos hemos estado envueltos. Siempre es necesario tratar de conocer la historia para entender y explicar los sucesos recientes.
En este momento que escribo estas letras, el mundo entero está pendiente de esta delicada situación bélica que repercute en mayor o menor grado en todas partes del mundo.
Entendiendo mi pasado, pretendo comprender cómo pueden sentirse los ucranianos en el torbellino en que viven. Pienso en ese inmenso territorio de Ucrania donde conviven personas con diferentes orígenes étnicos, con idiomas distintos (18 idiomas regionales reconocidos por el estado), con religiones opuestas y con divididas lealtades nacionales, añadiendo a todo eso las múltiples veces que sus fronteras han sido asaltadas. Me imagino las diferencias existentes entre unos y otros y simpatizar con su causa.
El conflicto ucraniano – ruso no surge de la nada, tampoco se puede decir que es un asunto reciente. Esa región europea por sus múltiples diferencias, enconos pasados y riqueza puede llegar a un estallido en cualquier momento. Aquí no existen culpables o inocentes, todos tienen un grado mayor o menor de culpa.
Rusia es el país más grande del mundo y el más poblado en Europa, teniendo las mayores reservas minerales y de gas y petróleo en el mundo. Su cultura es tradicional y antigua.
Este poder mundial en este caso es el agresor señalado por todos.
¿Qué razones tiene el enorme y poderoso vecino de Ucrania para invadir a esta? ¿Será que tiene deseos de extender su territorio? Lo dudo, ya Rusia es el número uno.
¿Se tratará de proteger los derechos de una inmensa minoría que reside en el país vecino? Podría ser, pero dudo que un líder tan experimentado y curtido como Putin, arriesgue tanto por defender los derechos de unos rusos en el extranjero.
Entonces ¿qué lo motiva a lanzarse cuando pueden surgir complicaciones catastróficas al enfrentarse al resto del mundo?
El miedo. No, Putin no le teme a nada, puede irse al combate con cualquiera y donde quiera, pero el conoce las encerronas a que se enfrenta en las lides de la traicionera política internacional. El reconoce que se encuentra ante un contendor formidable, traicionero y hábil. Ucrania, lamentablemente, es la línea designada por los rusos, para impedir que el imperio se derrumbe. El Sr. Putin, en ese siniestro juego de ajedrez internacional siente miedo de que al ceder en Ucrania el próximo paso es poner en jaque a Rusia y tiene razón.
Nada de lo que está ocurriendo es casual, ni creado en un momento de locura. Las jugadas en este tablero han sido estudiadas y planificadas por mucho tiempo.
Los Estados Unidos de América, el Reino Unido, Francia y Alemania, junto a las naciones de la OTAN tienen cada uno un rol en este peligroso juego. Occidente reconoce el poder ruso y también tienen miedo. El temor ante los avances del coloso europeo tiene que ser detenido. En este delicado juego de poderes a los participantes poco les importa los daños colaterales que puedan infligir. Uno de los lados será el vencedor. El problema de esto es que nosotros, “los peones”, los que somos mayoría, pero no componemos nada, pagaremos, como siempre, los vidrios rotos, independientemente de que lado se quede en el poder.
Ucrania y Puerto Rico
Ambas naciones tienen derecho a ser respetados como cualquier hijo de vecino. A los ucranianos se les violentó su soberanía al ser invadidos por Rusia. A Puerto Rico le ocurrió lo mismo hace 124 años atrás, cuando tropas estadounidenses bombardearon mi tierra y sus tropas entraron por el sur de la isla. Ucrania insiste en buscar respaldo en la Unión Europea y si fuera poco en la militarmente poderosa Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN). Puerto Rico ha peregrinado a las Naciones Unidas por varias décadas. Ambas naciones han exigido remedios por las violaciones cometidas en contra de ellas, nada se ha hecho para remediar esto.
Hoy los medios noticiosos informan de las ayudas que reciben los miles de refugiados ucranianos. La tristeza y las penurias de tener que irse de su hogar hacia tierras extrañas, a culturas diferentes, a nuevos prejuicios y otros idiomas es doloroso. En Puerto Rico, en esos 124 años de invasión foránea, hemos tenido que abandonar nuestro terruño, a destinos también desconocidos.
En Ucrania han muerto muchos, en Puerto Rico miles han sido asesinados y otros desterrados, convertidos en pobres guiñapos en un mundo que no nos ha hecho justicia. No somos almas gemelas en diferentes latitudes, pero sí seguimos siendo víctimas de los poderes omnímodos de imperios crueles y cobardes.
Clamo como los ucranianos el derecho que se nos haga justicia, pero siempre salvaguardando el derecho que tenemos de combatir los corruptos que tenemos al lado que son tan despreciables como los que nos invaden el alma.