Mis padres se mudaron hace poco a un suburbio de nueva construcción en las afueras de una gran ciudad. Como ya no tienen hijos en casa, buscaban algo un poco más pequeño, cómodo y moderno, con aire acondicionado central. Escogieron una vivienda acogedora de tres habitaciones, con una plaza de aparcamiento.
El vecindario está en la ladera de una colina. Cerca de donde viven hay una placita pequeña, con columpios, toboganes y bancos donde sentarse. No es especialmente bonita, con bancos de cemento y árboles un poco raquíticos, pero siempre está llena de vida. A mis padres les encanta acercarse a pasear.
Al lado de la plaza hay una zona comercial. En ella hay un supermercado con buenos precios, una carnicería, una pescadería y una panadería, además de un veterinario, una pequeña ferretería y un quiosco. En la entrada, hay una heladería y un bar con terrazas donde sirven bocadillos y desayunos. Calle arriba, justo al lado, hay una escuela de primaria.
Cada día, cuando los niños salen del colegio, siempre ves a padres con críos acercándose a la plaza, haciendo compras o recogiendo comida para llevar. El parque se llena de niños; sus padres a menudo se sientan a tomar un café, charlando mientras los niños juegan. La gente compra el periódico o una revista, y pan recién horneado para la cena.
Casi nadie va en coche. El supermercado tiene estacionamiento subterráneo, pero es pequeño y de pago. Las calles están diseñadas para los peatones, con aceras amplias y calzadas estrechas. Justo al lado de la plaza hay una parada con tres líneas de autobuses y servicio frecuente. Un poco más allá, hay una estación de cercanías con trenes que te llevan al centro en 25 minutos. Es habitual ver a gente volviendo de la oficina que compra sushi o comida preparada.
Para conseguir que una plaza así tenga algo de vida, el barrio alrededor es relativamente denso. Hay varios bloques de tres plantas, con pisos grandes y luminosos, además de casas adosadas. Aunque no es exactamente urbano, no son casas unifamiliares; es un barrio. No es barato, que conste; los pisos y casas son grandes, está cerca del tren y de la playa. Pero no es ruidoso ni un lugar de multitudes; es una urbanización nueva, diseñada para el peatón, con espacios comunes donde poder encontrarse y socializar.
Este agradable suburbio, no obstante, tiene dos grandes problemas. Primero, está a 15 kilómetros de Barcelona, España, así que no podemos mudarnos allí fácilmente. Segundo, este tipo de diseño sería ilegal en gran parte de Estados Unidos, incluyendo Connecticut, debido a las absurdas regulaciones urbanísticas que hacen que sea imposible construir algo parecido.
La lista de regulaciones que hacen este barrio un imposible es larga. En Connecticut sería obligatorio construir grandes estacionamientos en torno al supermercado. Nada de una placita encantadora. Tener un supermercado en medio de un barrio residencial está prohibido en casi todo el estado, porque el urbanismo americano impone una estricta segregación de usos. Connecticut obliga a que los colegios ocupen parcelas gigantes (10 acres), así que nada de poder ir andando calle abajo a la plaza; el edificio quedaría lejos, inevitablemente rodeado de aparcamientos. Tener un bar con terraza al lado de viviendas es inconcebible en este estado, y menos aún uno que sirva alcohol cerca de un colegio. Y, por supuesto, todo lo que no sean casas unifamiliares es casi imposible de construir.
Ninguna de estas reglas tiene mucho sentido por separado. Juntas, hacen imposible construir barrios decentes. Lo que acabamos teniendo, una y otra vez, son edificios residenciales construidos al azar en medio de la nada, rodeados de aparcamientos. Almacenes de gente, no barrios con vida.
Crear buenos vecindarios no es difícil. La gente que diseñó este suburbio no eran visionarios; simplemente pusieron en práctica lo que se ha hecho siempre en España o América Latina: usos mixtos, plazas públicas y un poquito de densidad.
Sabemos que a la gente le gusta esta clase de lugares. Los pocos barrios de Connecticut que tienen este aspecto siempre están llenos de vida. Pero si queremos construirlos, tenemos que cambiar las reglas y permitir que sean legales.
¿A qué estamos esperando?