La Asamblea General de Connecticut aprobó hace unos días H.B. 5002, la ley de vivienda más ambiciosa de la historia reciente del estado. Es una ley importante, y más tras años de decepciones en esta materia. Medidas como eliminar la obligación de construir aparcamientos en vivienda nueva, y eliminar restricciones para construir en zonas comerciales o cerca de estaciones de tren, ayudarán a aumentar la oferta y reducir precios.
Por supuesto, aún queda mucho por hacer. Ninguna ley, por sí sola, puede resolver esta crisis. La vivienda es un problema complicado, lleno de normas, regulaciones y prácticas que parecen inocuas, pero tienen un impacto tremendo en el coste de construir un edificio. Habrá que hablar, más adelante, de cosas como escaleras de incendios, accesos, salidas, ascensores o fontanería. Son temas que tendremos que ir resolviendo si queremos viviendas más agradables, seguras y asequibles.
Más allá de las leyes, sin embargo, va a ser necesario cambiar nuestra forma de pensar, nuestra mentalidad al hablar de urbanismo en nuestras ciudades y pueblos. Las leyes crean incentivos para construir de una forma u otra, pero hay muchas cosas que nuestros municipios pueden empezar a hacer ahora mismo. Es cuestión de que se aparten de en medio.
En New Haven, sin ir más lejos, hay una parcela entre Church Street, Union y Columbus Avenue, justo frente a la estación de tren. Hoy está vacía y cercada, abandonada desde 2018.
Es, obviamente, un solar increíblemente valioso. Está al lado de la estación de tren, con buen servicio hacia Hartford, Boston, Stamford y Nueva York. Está también a dos pasos del centro y del hospital Yale New Haven. New Haven demolió casi todo el barrio en los años 60 para construir una autopista, pero ahora, poco a poco, la zona se ha recuperado. Ese terreno es lo último que queda para reconectar la estación con el resto de la ciudad.
Pero sigue vacío. El ayuntamiento te dará toda clase de excusas, pero lo cierto es que llevan más de siete años simplemente pensando qué construir y cómo. Es algo que la ciudad hace a menudo; lo vimos a dos calles, donde estaba el Coliseum (casi vacío 18 años después de su demolición), o en muchas fábricas abandonadas en Fair Haven.
Es algo habitual en todo el estado. Con demasiada frecuencia, las ciudades se enredan en planes, reuniones comunitarias, estudios, presentaciones de PowerPoint, bonitos dibujos y proyectos. A veces incluso se encaprichan (en las ciudades peor gobernadas) con planes para estadios, casinos y elefantes blancos similares.
El resultado más habitual son años de papeleo, un promotor mendigando ayudas públicas y… y nada. El terreno sigue vacío durante años, mientras los políticos se afanan en encontrar el “plan perfecto”.
La solución más sensata en casi todos estos casos es simple: dejar hacer.
Cualquier promotor decente tendrá montones de ideas sobre qué hacer con un solar de dos hectáreas justo al lado de la estación. Lo mejor que pueden hacer los políticos es subastar el terreno (entero o dividido en parcelas más pequeñas), recalificarlo como “aquí pueden edificar lo que quieran, siempre que no sea tóxico ni radiactivo”, y dejar que construyan lo que les plazca.
Lo más probable es que acaben construyendo algo denso, con varios edificios de uso mixto, porque eso es lo que el lugar pide a gritos: viviendas, oficinas, un par de tiendas, quizás una cafetería o restaurante. Se venderá de inmediato, porque la demanda es enorme, y tendremos un lugar estupendo para vivir y trabajar, lleno de contribuyentes pagando impuestos.
¿Será tan bonito como ese proyecto cuidadosamente diseñado que sueñan los políticos? Quién sabe. En general, los políticos no son grandes arquitectos ni urbanistas. Nuestras ciudades fueron construidas a pegotes, no con un plan claro; la idea de que un comité va a dar con un mejor diseño que un promotor que tiene todo el interés del mundo en vender apartamentos me parece poco creíble.
Eso, de todos modos, es algo secundario. Por mediocre que sea el proyecto, siempre será mejor que un solar vacío. Las ciudades de Connecticut tienen que dejar de lado esta tendencia enfermiza a diseñar, planificar y perder el tiempo, y simplemente dejar que alguien construya.