Vivimos en una época donde procuramos evitar o no sentir dolor. Los analgésicos; medicinas como la morfina y el fentanil nos ayudan a “no sentir nada”. La aspirina para el dolor de cabeza nunca falta. Pero; ¿te has puesto a pensar si hay algún propósito en el dolor?
La reflexión sobre el dolor es una oportunidad para reflexionar sobre el hombre mismo, porque de nuestra concepción antropológica dependerá la mirada que tengamos sobre el dolor. Y el hombre según todo lo que es tiende al bien y a la realización, es un ser que aspira a la felicidad. En este sentido el dolor nos aparece como algo no querido, como algo que ningún ser humano desea ni quiere, porque de suyo es negativo para la vida. El dolor, en esta primera aproximación se presenta como un mal que perjudica nuestro ser. Pensar la naturaleza del dolor es pensar la naturaleza del mal. Si el hombre anhela y desea el bien, sufre cuando es excluido de ese bien, cuando no participa del bien y de la bondad a la que está naturalmente ordenado. El hombre “sufre porque debería tener parte en un determinado tipo de bien y no lo tiene”. Así, por ejemplo, el hombre que debe por naturaleza participar de la salud, sufre al estar privado de ella.
Pero no basta con decir que el dolor es un mal o la falta de participación en un bien del que deberíamos participar, porque cuando se le arranca un pétalo a la flor, esta no padece dolor, aunque sí es un mal para ella. Es preciso agregar para explicar el dolor, que es un mal, pero padecido y conocido por el sujeto que lo padece. Santo Tomás nos enseña que “se requieren dos cosas para el dolor: la unión con algún mal (que es mal por lo mismo que priva de un bien) y la percepción de esta unión”. Es decir que el dolor supone un padecimiento de un mal conocido como tal. De allí que algunos lo definan como una sensación desagradable o privación de bienestar o como una experiencia emocional asociada con una lesión.
El dolor es la manifestación física, emocional o mental de la resistencia que la materia de tales planos opone a ser movida, o utilizada de modo distinto al habitual. Por eso el dolor sólo se da en la personalidad y no en los vehículos espirituales superiores. Ésa es la razón de que los astronautas se hayan de adaptar, no solo física, sino emocional y mentalmente, a la falta de gravedad. Porque el cuerpo físico ha evolucionado contando con ella, para vivir en ella y, cuando le falta, sufre. Y los huesos, construidos, laboriosamente a lo largo de millones de años, para soportar todo el cuerpo en determinadas posturas y con la gravedad como condición básica, se descalcifican por falta de actividad, y la estructura que son, se resiente. Y surge, de modo natural, el dolor físico.
Pero esa adaptación produce también dolor emocional, ya que obliga al interesado a orientar sus deseos y sus movimientos en sentidos hasta entonces desconocidos y a experimentar sentimientos nuevos. Y, del mismo modo, la mente se ve en la necesidad de idear nuevos modos de accionar los resortes del cuerpo y de resolver las situaciones que, continuamente, le surgen. Y eso produce dolor mental.
El campesino, que domina su medio y se siente cómodo en él, trasladado a una gran urbe, sufre y siente dolor en su materia de los tres planos: el caminar entre multitudes o el viajar en los medios de transporte urbanos, le produce cansancio físico; los sentidos no le funcionan igual; su orientación, sus respuestas a los nuevos estímulos no son las apropiadas, y surge el nerviosismo, la tensión y el miedo a situaciones nuevas o peligrosas. Y eso es dolor emocional. Desde el punto de vista mental, sucede lo mismo, pues ha de poner atención donde antes no había de ponerla y sacar conclusiones nuevas de sucesos nuevos y enfrentar dificultades de todo tipo, que siempre exigen vencer la inercia de la materia mental. Y esa resistencia de la materia física, emocional y mental a ser movidas de modo distinto al habitual, se manifiesta como “dolor”, como “sufrimiento”.
Por eso el Sendero, que nos exige continuamente el vencer la inercia de la materia de los tres planos que constituyen nuestros vehículos, desde determinado punto de vista, produce “dolor”. Y por eso se le llama la “Vía Dolorosa”. Del mismo modo que, cuando hacemos un ejercicio físico que mueve músculos no acostumbrados a actuar, las agujetas subsiguientes nos demuestran que esos músculos no se ha atrofiado y que pueden realizar su función si los ejercitamos debidamente, cuando, en el Sendero espiritual, miramos a la meta, y suspiramos por la elevación y la comprensión y el conocimiento, cualquier dolor resulta insignificante y se convierte en un acicate más, puesto que nos demuestra que caminamos y sabemos que ese caminar nos acerca a la consecución.
El dolor es a de las realidades más conflictivas de la experiencia humana ya que desafía nuestro sentido de búsqueda de paz y de felicidad. El hombre tiende naturalmente a la felicidad, pero el dolor y el sufrimiento parecen querer enturbiarla. Ningún hombre quiere padecerlo, pero todos los
hombres lo han padecido. Muchos consideran que esa presencia del dolor hace que la vida carezca de sentido y tratan de erradicarlo de sus vidas, sin mucho éxito. El dolor y el sufrimiento humano más que un problema o una cuestión filosófica es un misterio y como tal hay que abordarlo. Es decir, sabiendo que no lograremos desentrañar todo lo que él es. Algo siempre se nos queda oculto, impenetrable. Nosotros trataremos de decir aquello que es accesible a nuestra razón natural, para lo cual abordaremos el misterio del dolor intentando primero descubrir su naturaleza y luego su sentido.