El gasto militar en muchos países del mundo, especialmente en los más “poderosos” es una de las partidas presupuestarias de mayor importancia y por ende más elevadas. La seguridad y la defensa son sectores fundamentales para cualquier nación, pero el costo de mantener fuerzas armadas y equipamiento moderno plantea un dilema económico y social: ¿qué otros usos podrían tener esos recursos si no se destinaran a la industria militar? Esta interrogante nos lleva al concepto de costo de oportunidad, es decir, las alternativas a las que se renuncia al tomar una decisión económica; o como señala el profesor Gregory Mankiw “se refiere a todas aquellas cosas de las que debe privarse para adquirir ese bien”.
Según el Instituto Internacional de Investigación para la Paz de Estocolmo (SIPRI) en 2023 el gasto militar global alcanzó los 2,44 billones de dólares; un incremento del 6,8% a nivel mundial en relación al 2022. La región que tuvo el mayor incremento fue África con el 22%; seguida de Europa con el 16%; Oriente Medio con el 9%; Asia y Oceanía con el 4,4% y América con el 2,2%. Cifras que siguen en aumento debido a tensiones geopolíticas, conflictos armados y la carrera armamentística. Si bien cada nación tiene el derecho soberano de decidir cuánto invierte en seguridad, el alto gasto en defensa significa sacrificar sectores prioritarios como salud, educación, infraestructura y desarrollo social; porque quedan menos recursos disponibles.
Uno de los efectos más notables del gasto militar es la reducción de fondos destinados a sectores clave para el bienestar de la población. Con el presupuesto militar global de un solo año, se podrían financiar programas para erradicar la pobreza extrema, garantizar el acceso universal a la educación básica y mejorar los sistemas de salud en países en desarrollo. Por ejemplo, la Organización de las Naciones Unidas (ONU) estima que con 30 mil millones de dólares anuales se podría erradicar el hambre en el mundo. En comparación, algunos países gastan cifras mucho mayores en la adquisición de armamento y modernización de sus ejércitos. Este desbalance refleja la falta de eficiencia en la asignación de recursos a nivel global y los discursos sobre el primar el “bien común” no es más que mera hipocresía.
Si bien el gasto militar impulsa la investigación, el desarrollo tecnológico, generación de empleo y fortalecimiento de la economía de ciertos sectores; muchas de estas innovaciones no tienen aplicaciones inmediatas en la vida civil; además de ser un tipo de desarrollo limitado y no sostenible en el tiempo; a diferencia si estos recursos se destinaran a sectores como educación, energías renovables, transporte público eficiente, avances médicos, el beneficio para la sociedad podría ser mucho mayor que repercutiría en el aumento de la competitividad de los países y mejoras en la calidad de vida de los ciudadanos de cada país.
Si sopesamos el gigantesco gasto militar en el mundo, con una serie de condiciones por las que pasa la humanidad hoy en día: como el hambre que asfixia a 73 millones de personas en el mundo; el mayor número de desplazados jamás registrado; el mayor número de conflictos armados desde la Segunda Guerra Mundial (más de 130 según el Instituto Internacional de Estudios Estratégicos – IISS); 700 millones de personas viviendo por debajo de la línea de pobreza; 3500 millones de personas sin acceso a servicio de saneamiento gestionado de forma segura (ONU). Según OMS/UNICEF -2023; 2200 millones viven sin un servicio de abastecimiento de agua potable; 2000 millones siguen careciendo de servicios básicos de higiene; cada día mueren unos 1000 niños menores de cinco años debido al agua insalubre, saneamiento deficiente y falta de higiene. Nos “estrujaría” el alma y el corazón y nos llevaría a plantearnos sin duda ¿por qué no se recorta la partida presupuestaria del gasto militar y se persigue mejoras en la condición de vida de la humanidad en este siglo XXI?
Ejemplificando; el costo de un bombardero pesado estadounidense, equivale a una escuela levantada de manera moderna y de ladrillo en màs de 30 ciudades, a dos plantas eléctricas cada una de ellas sirviendo a una ciudad de 60 000 personas, a dos excelentes hospitales plenamente equipados, a unas 50 millas de pavimiento de cemento. Se paga pagamos por un solo caza con medio millón de bursheles de trigo, pagamos un simple destructor con nuevos hogares que podrían haber albergado a màs de 8000 personas.
El gasto militar, si bien es necesario en cierta medida para garantizar la seguridad de un país, tiene un alto costo de oportunidad. Los recursos que se destinan a la defensa podrían utilizarse para mejorar la calidad de vida de millones de personas en todo el mundo. La clave está en encontrar un equilibrio que permita a las naciones protegerse sin descuidar áreas fundamentales para el desarrollo humano y económico. Fomentar la paz y la cooperación es, en última instancia, una inversión más efectiva para un futuro próspero y sostenible.