Durante los primeros años de la década de 1960, los planificadores de transporte en Connecticut adoptaron un enfoque radical: creían que, para salvar ciertas ciudades, primero tenían que destruirlas. No hay mejor ejemplo de esta filosofía que Hartford, la capital del estado. Los ingenieros allí demolieron barrios enteros para hacer pasar la I-84 entre el centro de la ciudad y el North End, y destruyeron por completo la zona de Adrian´s Landing poniendo la I-91 al lado del río.
A pesar de los cambios, Hartford sigue siendo un testimonio de belleza arquitectónica. El centro de la ciudad sigue manteniendo rincones encantadores, con el Parque Bushnell siendo uno de los parques urbanos más bonitos y agradables del país. Rodeado por el Capitolio a un lado, teatros y edificios monumentales a otro, y el perfil de los rascacielos de la ciudad, evoca una sensación de urbanidad civilizada, orgullosa. La Calle Principal, por su parte, está salpicada de magníficos edificios Art Deco y Beaux-Arts, sin olvidar la histórica Old State House. Además, el Río Connecticut añade un telón de fondo sereno, mientras que Asylum Hill, conocido por sus majestuosas mansiones históricas, se alza desde el oeste.
Sin embargo, a pesar de estos puntos destacados, la autopista Interestatal 84 representa un problema grave para el urbanismo de la ciudad. Esta carretera, con sus puentes, muros y estructuras, ha fragmentado el tejido urbano, dividiéndolo. Los parques y monumentos, antes accesibles y conectados, ahora parecen islas aisladas en un mar de asfalto.
Para comprender realmente el impacto de la I-84 en Hartford, uno debe caminar por la ciudad. A medida que uno se acerca a la autopista, las calles van perdiendo vitalidad hasta quedarse desoladas. El aire se hace más pesado, dominado por el ruido del tráfico y el olor penetrante de la gasolina. Las calles alrededor están casi vacías, dominadas por los coches. Lo que antes eran centros de actividad, ahora están abandonadas, con la omnipresente carretera ahogando cualquier intento de vida urbana.
La construcción de la I-84 no solo afectó la estética de Hartford; también devastó sus barrios. La autopista no sólo destruyó barrios, sino que dejó una cicatriz abierta y profunda en la comunidad. Aunque el centro de la ciudad y el North End están físicamente cerca, caminar de uno a otro es casi una travesía por un desierto de asfalto sin vida alguna. La situación es similar al intentar llegar a Asylum Hill, con calles interrumpidas y enormes estacionamientos que desplazan la vida urbana.
Desafortunadamente, Hartford no es un caso aislado. Otras ciudades de Connecticut, como New Britain, Bridgeport y Waterbury, también han sufrido divisiones similares debido a la construcción de autopistas.
Pero hay un rayo de esperanza. Muchas de estas carreteras, construidas hace décadas, están llegando al final de su vida útil. Específicamente, el viaducto de la I-84 en Hartford debe ser reconstruido o reparado esta misma década. Como consecuencia, tenemos la tremenda oportunidad de en lugar de simplemente reemplazar la estructura existente, buscar alternativas más sostenibles.
El nuevo enfoque debe priorizar a las personas sobre los vehículos. En lugar de autopistas que atraviesan áreas urbanas densas, debemos buscar formas de minimizar el tráfico de carreteras en los centros urbanos. El objetivo principal debe ser reconectar barrios y revitalizar el centro de la ciudad.
Los beneficios de tal inversión son claros. Las áreas ocupadas actualmente por autopistas están estratégicamente ubicadas cerca de lugares de empleo, servicios y nodos de transporte público. Al transformar estos corredores en zonas habitables, no solo podemos abordar la escasez de viviendas en Connecticut, sino también hacer que las ciudades recuperen ese tejido de barrios, de densidad urbanística, que necesitan para prosperar. Además, reducir la dependencia de los automóviles tiene múltiples beneficios, desde la reducción de emisiones hasta hacer que sea posible prescindir del carro por completo.
En conclusión, aunque Connecticut ha cometido errores en la planificación urbana en el pasado, tenemos la oportunidad de corregir estos errores y revitalizar nuestras ciudades. Al hacerlo, no solo beneficiaremos a los residentes actuales, sino que también dejaremos un legado positivo para las generaciones futuras.