Hace un par de años, un pequeño grupo de académicos empezaron un proyecto para medir el bienestar de dos grupos de familias trabajadoras en el estado Washington. Ambos grupos tenían mucho en común: salarios y niveles de renta familiar parecidos, empleos similares, incluso trabajaban un número parecido de horas cada semana. En ambos grupos había tanto hombres como mujeres, solteros y casados, familias con hijos y familias sin ellos. Trabajaban en empresas similares (restaurantes, tiendas, hoteles), con cargos parecidos.
En el estudio, los investigadores descubrieron diferencias muy significativas en el grado de bienestar de ambos grupos. En sondeos y entrevistas, los miembros de uno de los grupos eran más felices, tenían menores niveles de estrés, y eran más optimistas sobre su futuro. Tenían también muchos menos problemas en pagar el alquiler o hacer la compra cada semana; era mucho menos probable que se quedaran sin vivienda. Descubrieron, incluso, que dormían mucho mejor por la noche.
La única diferencia entre los dos grupos era dónde estaba su lugar de trabajo. Los que tenían mejores resultados trabajaban en Seattle, mientras que el grupo que tenía más gente con problemas lo hacía fuera de la ciudad.
Lo que estaban investigando estos académicos, y el motivo por el que uno de los grupos tenga muchos mejores resultados que otro, era una ordenanza municipal que entró en vigor en Seattle en julio del 2017. Las empresas de la ciudad están obligadas por ley a darle a sus trabajadores sus horarios de trabajo con un mínimo de dos semanas de antelación, y deben compensarles si estos cambian a última hora. Esto es, los empleados de restaurantes, tiendas y hoteles de Seattle saben cuándo van a tener que ir a trabajar, cuántas horas van a tener y cuánto ganaran de forma predecible. Los que están fuera de la ciudad no. Y este cambio, por sí solo, produce esta enorme diferencia en su bienestar.
Dejadme insistir sobre este último punto: los trabajadores en los dos grupos de comparación ganan lo mismo y trabajan las mismas horas a la semana. Son demográficamente idénticos. Lo único que es diferente es que algunos tienen horarios predecibles, y los otros no. Este cambio, en solitario, bastó para reducir diez puntos el número de trabajadores que tenían problemas para llegar a fin de mes. No estaban ganando más dinero; simplemente sabían cuánto iban a ganar, y eso bastaba para que tuvieran muchos menos problemas para pagar facturas.
La diferencia en niveles de ansiedad era igual de abrumadora. Sólo el hecho de tener horarios estables aumentó en once puntos el porcentaje de trabajadores que dormían bien por la noche. Eso bastaba para que muchos dijeran estar más satisfechos y felices. No hay demasiadas leyes ahí fuera que consigan que miles de familias literalmente duerman mejor cada noche. Una ley de horarios predecibles consigue esta pequeña proeza.
La semana que viene, el comité de trabajo y empleados públicos en Hartford va celebrar una audiencia pública sobre una propuesta de ley de horarios predecibles para Connecticut. El texto es, en lo esencial, una versión mejorada de la ordenanza de Seattle. La ley, de ser aprobada, incluiría enfermeros y asistentes en residencias de ancianos, por ejemplo, y los trabajadores tienen más opciones para presentar quejas al departamento de trabajo en caso de que alguien vulnere la normativa. En lo esencial, sin embargo, estamos ante la misma ley – una propuesta que dará tranquilidad y estabilidad a más de un cuarto de millón de trabajadores en el estado.
Os preguntaréis, supongo, qué dicen las empresas de Seattle, ahora que tienen que avisar de los horarios a sus trabajadores. Los académicos también han analizado esta cuestión, y lo que se han encontrado tanto en Seattle como en Filadelfia, Nueva York, o Chicago, con leyes parecidas, y que se adaptaron rápido, y para su sorpresa, a los trabajadores les gustó tanto el cambio que les resulta más fácil reclutar y retener a los mejores empleados. Quién iba a decir que tener a una mano de obra más feliz y menos estresada era mejor para la productividad de una empresa.
La ley de horarios predecibles es, francamente, una obviedad – una ley de la que todo el mundo sale beneficiado. Y todo por cambiar los horarios.