Todo el mundo, sea de izquierdas o derechas, suele coincidir que nadie con un puesto de trabajo a tiempo completo debería vivir en la pobreza. Un empleo estable, bien pagado, y que permite cuidar de nuestros seres queridos es algo básico y necesario, y un objetivo que cualquier político puede apoyar.
El problema, claro está, es que izquierda y derecha no suelen ponerse de acuerdo en cómo conseguir este objetivo en absoluto.
Los conservadores se quejan, inevitablemente, de la intervención estatal, y como las leyes y regulaciones reducen empleo y salarios. Tras cuatro décadas largas de desregulación y reducción de los derechos laborales a nivel federal, sin embargo, esa posición es insostenible. Los salarios en Estados Unidos llevan años estancados, las desigualdades han aumentado, y las protecciones laborales no han hecho más que empeorar.
Hay un motivo muy simple que explica por qué confiar en el mercado para crear empleo no funciona: el mercado laboral tiene una estructura única, y sólo puede funcionar de manera eficiente creando empleo de calidad si está bien regulado.
Uno de los requisitos claves para que un mercado sea funcional es que tanto compradores como vendedores sean indiferentes sobre a quién compran o venden. Si yo estoy ofreciendo un bien o servicio y un comprador no lo quiere, no debe ser un problema simplemente venderlo al siguiente. En el mercado laboral, sin embargo, esto no funciona así: alguien que se ofrece para trabajar y busca un empleo no puede esperar indefinidamente, y suelte tener prisa para que alguien lo contrate. Si no tiene empleo, no tiene de qué vivir, así que aceptará ofertas más pronto que tarde.
Todos sabemos qué sucede cuando un vendedor quiere sacarse algo de encima lo antes posible. Sea un carro, una casa, o un mueble, si necesita el dinero rápido estará dispuesto a cobrar menos por él, y dará descuentos para deshacerse de él como antes mejor. El mercado laboral no es distinto en este aspecto; los trabajadores tienen mucha más prisa para vender su trabajo que los empresarios de contratar un empleado, así que los salarios son, inevitablemente, más bajos de lo que deberían.
Los economistas llaman a este fenómeno “monopsonio”, un mercado donde un número limitado de compradores puede decidir sobre el precio de un bien. Es, para ponerlo en términos un poco más familiares, un “monopolio de compradores”, y como tal debe ser regulado.
El ejemplo más típico y conocido de regulaciones en el mercado laboral es el salario mínimo. Las leyes de salario mínimo lo que hacen es poner un suelo en lo que un empresario puede pagar de modo que aquellos que buscan un empleo con más urgencia nunca reciban una oferta minúscula sin motivo. Decenas de estudios académicos han demostrado que el resultado son salarios más altos para todos los trabajadores sin reducción de empleo. La regulación sirve para subir los salarios y generar empleo de calidad.
Es por este motivo que el partido de las familias trabajadoras está apoyando este periodo de sesiones una serie de leyes dirigidas a dar a los trabajadores una posición más firme en el mercado laboral. Apoyamos, por ejemplo, una ley que eliminaría el salario mínimo diferenciado para trabajadores que cobran propinas. Ahora mismo, un camarero en Connecticut cobra un mínimo de $6.38, comparado con los $15 del resto de empleados. En teoría, debe cobrar la diferencia con las propinas, pero a la práctica le sitúa en una posición de debilidad ante sus empleadores, y salarios muy reducidos un poco demasiado a menudo.
Es por este motivo también que apoyamos una ley sobre horarios predecibles. Si no hay estándares establecidos de antemano, las empresas suelen imponer condiciones abusivas sobre turnos de trabajo, a menudo dejando a sus empleados con horarios erráticos e ingresos impredecibles. Una ley que regula con cuánta antelación alguien debe saber cuándo debe ir a trabajar ayudará a evitar la existencia de puestos de trabajo que no ofrecen estabilidad alguna.
Al hablar de puestos de trabajo, entonces, es importante siempre tener en mente que las relaciones de empleo no son simétricas: la empresa siempre tiene más poder que el trabajador, porque el trabajador necesita el sueldo mucho más que el empresario necesita al trabajador. Regulemos, entonces, pensando en proteger al débil, no hacer más fuerte a quien ya lo es ahora.