¡Ponme la cadenita!
Relato Anónimo
En algún hogar del mundo, esa mañana como todos los días, se escuchaban los gritos alterados de un hombre regañando a su hijo:
-Levántate pronto, lávate la cara, los dientes, péinate, ponte la camisa….
Pero apúrate, tienes que ir a clases.
¿Sabes qué?…
Ya no hay tiempo para que desayunes, en el camino tomarás tu jugo, pero no lo vayas a tirar.
¿Qué te dije, tonto?
Ya te manchaste la camisa.
Me tienes harto, nunca aprendiste a hacer bien las cosas.
El chiquillo guardaba silencio, sabía que le podía ir peor.
Estaba tan atemorizado que ni siquiera podía decirle “papá”.
En la escuela, constantemente era reprendido por su maestra porque se distraía.
Siempre pensando por qué no podía ser feliz como los demás niños.
Esa tarde al regresar a casa, sin saber por qué, se atrevió a romper el silencio y dijo:
-Hoy me preguntó la maestra en qué trabajas y no supe qué responder.
Yo entreno perros, dijo el hombre.
– ¿Y para qué los entrenas? dijo el niño.
-Los enseño a ser obedientes a sentarse, a echarse, a quedarse quietos, a brincar obstáculos, a no hacer destrozos, cuidar la casa, cuidar y proteger a los niños.
Los entrenos para trabajar en la policía, en los bomberos, los entreno para rescatar personas, para salvar vidas localizando explosivos y muchas cosas más…
¡Ah!, ¡También los entreno para ayudar a caminar a las personas ciegas!
Con mucho interés seguía preguntando:
– ¿Y les pagan a los perros por hacer todo eso?
Claro que no, dijo él.
A cambio reciben mucho amor, atención y cuidados de parte de sus dueños o de quienes trabajan con ellos.
– ¿Y cómo logras entrenarlos?
-Es muy sencillo, dijo.
Solamente les pongo una cadenita los llevo a pasear, camino y platico con ellos y poco a poco les voy enseñando.
Cuando no hacen bien los ejercicios los corrijo firmemente, pero sin lastimarlos, ¡después los acaricio para que sientan que no estoy enojado con ellos!
¡Pero se necesita mucha paciencia!
El pequeño, muy emocionado, quería salir corriendo y platicarles a sus amiguitos lo que acababa de escuchar, pero de pronto….
Con ese gesto infantil, característico y natural que hacen los niños cuando sienten que van a brotar sus lágrimas, levantó su carita inocente y dijo…
-Ponme la cadenita!
Yo también quiero salir a pasear y platicar contigo, quiero aprender muchas cosas de ti, quiero que me corrijas si lo hago mal y después me acaricies para sentir que no estás enojado conmigo.
A cambio yo seré un niño obediente, no te haré enojar más, no haré destrozos, cuidaré la casa, aprenderé a cuidar a las personas a salvar vidas…
¡Ah! ¡y si un día tú quedaras ciego, yo te ayudaré a caminar!
¡Por favor, ponme la cadenita, solo tenme paciencia!
El hombre aquel, estalló en un sollozo profundo que le desgarró el pecho y al abrazar a su hijo, sintió que de su corazón salía una cadenita que rápidamente se enlazaba con el corazón de su hijo.
¡Era una cadenita con muchos eslabones de amor, de calor humano de comprensión y mucha paciencia! El niño sonrió, se acurrucó en su pecho y dijo: ¡Gracias, Papá!
“Que todo lo amable, gentil, tolerantes, cariñosos, cuidadosos que podemos ser lo seamos con los nuestros, hijos, esposo (a) padres, nietos, hermanos familia, amigos y los que nos rodean y podamos reflejar así el amor en donde nos movamos”.
¿Papito la viste?
¿Papito la viste? Mi hija de 9 años me decía siempre lo mismo a las 8 de la noche todos los días antes de acostarse, y yo siempre le decía lo mismo Claro mi amor si la ví, Y ella me contestaba ¿pero ahora no tiene manos te diste cuenta Papito? ¿Y se fue de nuevo a trabajar sin darme un beso? Mi princesa le contesté, entiende que ella está siempre apurada por el trabajo, pero mañana te lo dará descuida, y descansa que mañana tienes que ir al colegio, está bien papito, y ella toda dulce y obediente y con esa carita tallada de muñeca que tenía se acostaba y se quedaba dormidita en su camita. Al día siguiente, otra vez en la noche, a la misma hora y antes de acostarse… ¿Papito la viste ahora…ya le crecieron las manos se le ve bien…? Si mí amor a ella se le ve bien ahora, muy bien le decía, y mi hija toda contenta me repetía que su mamita ya tiene de nuevo sus manitas con una sonrisita y esos ojitos que le brillaban de alegría. A lo largo de muchas noches, mi hija siempre me preguntaba lo mismo, de ver siempre a su mamá apurada por las noches yendo a trabajar, y yo le contestaba siempre lo mismo, Mi hija era aún muy pequeña para poder asimilar y aceptar que su mamá había fallecido hace un par de meses en un accidente de auto, era su madre, la adoraba, y la veía todas las noches. Y yo tampoco podía asimilar que mi hija también estuviese muerta en ese mismo auto y que la veía todas las noches preguntando siempre por su mamá y preguntándome siempre lo mismo……Es muy difícil perder a seres muy queridos y es doblemente difícil poder aceptar que ya no está con nosotros…
Autor: Martin Alonso Lima- Perú
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