Las profundidades siempre me han causado pánico, y el solo verlas me hacía sentir una sensación extraña que me impedía seguir adelante. Era un hermoso día, estando en un campamento de verano, mi lugar favorito para descansar, decidí hacer algo que nunca había hecho.
Aquel lugar era muy hermoso; en frente había un lago inmenso rodeado de mucha vegetación, el agua era cristalina donde todos nos refrescábamos, o simplemente, se descansaba sobre la arena mientras se contemplaba aquel hermoso panorama.
Casi a una milla de distancia, en medio del lago, había una isla llene de una hermosa vegetación, cubierta de grandes y frondosos árboles verdes, que provocaban una sensación de paz y de frescura, y por ello, yo le había nombrado, “La isla bonita”. Era muy fascinante remar y llegar hasta la isla, darle la vuelta remando, bajarse a caminar para explorarla, o tan solo, nadar en la orilla de esta.
Años anteriores había remado siempre en caravana con varios amigos, pero en esta ocasión, no había nadie que me acompañara; estaba agotado de la ciudad y solo deseaba descansar en medio de mi silencio. Caminaba hacia la orilla del lago y observaba más o menos la distancia de la isla, tenía miedo de remar solo, pero anhelaba ir allá, bañarse en las aguas cristalinas de aquella orilla, y volver a explorar su vegetación.
Me registré para que me prestaran un pequeño kayak individual, lo arrastré hacia la orilla, tomé el remo, me puse mi chaleco, en seguida empecé a remar poco a poco sin saber si llegaría… Estaba remado solo en aguas ya profundas; sentía una sensación de satisfacción, pero mucho miedo a la vez. Observaba los botes de pesca a lo lejos, otras personas remando a la distancia, o los jóvenes recorriendo en sus yates o motos acuáticas a alta velocidad.

Las olas fuertes sopladas por el viento movían el pequeño kayak de pastico en el cual yo flotaba, mi gran temor eran esas profundidades, o los animales grandes, aunque sabía que en ese lago solo había peces pequeños, pero siempre he dicho, que uno nunca sabe lo que puede haber en lo incierto. Incluso así, seguí adelante, cuando sentía que el miedo me quería dominar, dejaba de remar, descansaba y me hablaba a mí mismo y me decía: “¡Tranquilo, no pasa nada! Solo sigue adelante, no permitas que tus temores te dominen” Y en ese mismo instante, retomaba fuerzas y seguía remanando.
De esta manera pude llegar a la isla, me bajé de mi kayak y lo arrastre a la orilla, me quite el chaleco y me sumergí en aquellas refrescantes y cristalinas aguas, empecé a nadar en esa orilla, por primera vez lo hacía solo, disfrutaba de mi libertad, de la paz y la satisfacción de haberlo logrado. ¡Realmente nadaba a la orilla de La isla botina!
No había llegado hasta allí porque no tuviera miedo, la verdad, ¡sí lo tenía! Pensaba en animales grandes, o que hubiera serpientes en medio de aquella isla inhabitada, pero seguía disfrutando, nadando en medio de la soledad. No iba a permitir que mis temores no me dejaran disfrutar la belleza de aquel lugar.
Después seguí remando, y me detuve en el otro extremo de la isla, donde exploré un poco la vegetación, y comí de los frutos del bosque…, de esta manera fui haciendo algunas paradas hasta que le di la vuelta en mi pequeño kayak; pero el atardecer había llegado y era hora de regresar. ¡Nadé una vez más en ese bello lugar!
El dilema era el observar el camino de vuelta que debía de navegar, me daba temor, pero debía de regresar. Me subí a mi kayak y empecé a remar. Ya en las profundidades, vi que nadaba algo cerca de mí pequeño bote, y era como la textura de un cocodrilo, mi corazón dio una vuelte y exclamé: “¡Un cocodrilo!” Pero en seguida me hablé a mí mismo y me dije: “¡Tranquilo, no pasa nada! Solo respira, aquí no existen esos animales”. Y mis mismas palabras me tranquilizaron. El viento lo acercó más hacia mí, y descubrí que se traba tan solo de la corteza de un trozo de árbol seco. ¡El miedo nos hace ver cosas que no son!
De esta manera, pude regresar al campamento, satisfecho y feliz de haberlo logrado, lo cual me llevó a repetirlo el día siguiente, sabiendo que yo podía remar sin la compañía de nadie más. Todo dependía de mí, y no de los demás.
Se necesita mucho valor para seguir adelante en medio de las circunstancias de la vida, y es que el valor no es la ausencia de temor, sino que valor es seguir adelante a pesar del miedo que tengamos.
Solemos permitir que el miedo, las preocupaciones y las inseguridades dominen y definan nuestras vidas. Les damos la oportunidad de robarnos la diversión, el sueño y nuestras ilusiones más preciadas. Si queremos alcanzar la felicidad y llevar a cabo todos nuestros anhelos, debemos estar preparados para enfrentar nuestros miedos.
Aprendemos a vivir con miedo desde nuestra infancia a causa de experiencias traumáticas o de mensajes negativos que observamos en todos lados. Sin embargo, muy pocas personas nos enseñan a superarlos, o nos manifiestan que tenemos el poder de enfrentar nuestros temores.
Por ello, es muy importante saber convivir con este sentir y aceptar que siempre nos acompañará en cualquier decisión que tomemos. Pero, aunque en ocasiones nos desborde, es importante aprender a vencerlo para que este no nos paralice.
Hay muchos sueños y anhelos que todos tenemos, y por los cuales, debemos de luchar con coraje. No hay que permitir que el temor de emprender el camino de éxito nos detenga, más bien hay que tener el valor de seguir adelante, a pesar del miedo que tengamos, y de esta manera, llegaremos a la meta anhelada.