Hay muchas cosas por las que estar agradecido en Connecticut. A pesar de sus pegas, problemas y decepciones políticas, nuestro estado sigue siendo un lugar encantador donde vivir. Este encanto no es sólo cosa de pueblos acogedores, ciudades con carácter, bosques frondosos y demás; sino algo que está reflejado en los datos.
Connecticut, por ejemplo, es uno de los estados con mayor esperanza de vida del país. Somos de los que tenemos menos adultos y niños sin seguro médico, tenemos uno de los mejores sistemas escolares, y una de las tasas de crimen más bajas. Somos, además, uno de los estados más ricos; uno de los sitios más ricos del planeta.
Estos resultados no son accidentales, sino fruto de decisiones políticas. Connecticut ha invertido en sanidad, expandiendo Medicaid e implementando Obamacare con energía, además de adoptar muchos programas de salud pública. Fuimos el primer estado en aprobar una ley de días libres por enfermedad, y tenemos una de las mejores leyes de baja por maternidad y enfermedad del país. Nuestros colegios están bien financiados, y llevamos invirtiendo en ellos desde hace décadas. Tenemos un salario mínimo alto y protegemos los derechos de los trabajadores a formar un sindicato. En seguridad ciudadana, tenemos buenos policías, y leyes que aseguran que hagan bien su trabajo.
Aunque todas estas políticas públicas han funcionado bien, sin embargo, no podemos darnos por satisfechos. A pesar de que hacemos muchas cosas bien, queda mucho por hacer. En Connecticut, en nuestra comunidad, hay muchas familias que siguen pasándolo mal, las desigualdades siguen siendo enormes, nuestra economía sigue creciendo con demasiada lentitud, y hay demasiadas leyes que siguen protegiendo a los ricos y bloqueando oportunidades para muchas familias latinas.
Un ejemplo: Connecticut es un estado muy, muy, muy caro. Esto no se debe a nuestros impuestos (de hecho, estamos cerca de la media nacional), pero por cosas como el precio de la vivienda, transporte y guarderías. El gobierno estatal no puede hacer demasiado para controlar el precio de la gasolina (nuestros impuestos ahí tampoco son altos) o de la compra en el supermercado, pero sí que puede hacer mucho para controlar el precio de la vivienda construyendo más casas, sean subvencionadas o a precio de mercado. El coste del moverse por el estado es otra manera de decir “vivienda”; si tenemos que vivir lejos del trabajo y el transporte público es deficiente esto se debe a que no estamos construyendo casas donde debemos. Las guarderías son parte del sistema educativo, y son caras porque queremos; es una decisión política.
Las enormes desigualdades económicas y raciales son también el resultado de decisiones legislativas. En Connecticut, hay grandes diferencias de recursos de un distrito escolar a otro. Esto se debe a que en nuestro estado tenemos zonas de pobreza muy concentrada, que tiene un impacto terrible tanto en movilidad social como en el dinero que tienen esas escuelas. La segregación económica y el sistema por el que financiamos la educación es una decisión política, por supuesto.
Esta es, de hecho, la palabra clave: “decisiones”. Los líderes demócratas de nuestro estado son demasiado complacientes. A pesar de tener un gobernador demócrata y mayorías abrumadoras en el legislativo, han sido muy, muy, muy tímidos en todo lo que sea solucionar estos problemas o incluso proteger a nuestros trabajadores.
Este año, sin ir más lejos, la legislatura fue incapaz de aprobar nuestra ley de días libres por enfermedad, a pesar de que el texto actual sólo cubre un 12% de trabajadores. No votaron una ley de horarios predecibles que hubiera sido una gran ayuda a trabajadores con hijos. No aumentaron el gasto en guarderías o sanidad, y no hicieron nada relevante en vivienda o desigualdades.
Connecticut es, indudablemente, un sitio estupendo, y nuestro gobierno estatal hace muchas cosas bien. Queda, sin embargo, muchísimo por hacer si queremos ser la clase de lugar que refleje nuestros valores y aspiraciones. Esta semana de acción de gracias podemos estar agradecidos de nuestros logros, pero tenemos que exigir también a nuestros líderes que apunten más alto. Es hora de ser ambiciosos.