Dar a luz es una experiencia agotadora. Es un día de correr de un lado a otro, de caras caras desconocidas y salas de espera. Es un día de rellenar impresos y firmar papeles, de café malo, esperas interminables y esa vaga sensación de desasosiego que dan todos los hospitales. Y todo esto sucede antes del parto y nacimiento. En un día en el que los padres ya tienen preocupaciones de sobras, lo último que necesitan es otra cosa de la que tener que ocuparse.
Para cientos de familias que buscan tener un hijo en Willimantic, el cierre de los servicios de parto y nacimiento en su hospital local significa que van a tener una preocupación más. El día del parto ahora deberán conducir a Manchester o Norwich, ambos a más de 20 millas de distancia.
Detrás de la decisión de cerrar la sala de maternidad del Hospital Willimantic, encontramos el habitual alarmismo financiero de nuestra era. Hartford Healthcare, la enorme empresa sin ánimo de lucro propietaria de las instalaciones (junto con seis hospitales más en todo el estado), dice que la maternidad es deficitaria y que el centenar o así de familias que dieron a luz allí cada año no justifican mantenerla abierta.
Si escuchas a los CEO y ejecutivos de los hospitales del estado, nuestro sistema de salud siempre está al borde del colapso, saturado, abrumado por demasiadas instalaciones y pacientes que exigen tratamiento. Si miramos las cifras de negocio y acciones de estos ejecutivos, no obstante, la imagen es bastante diferente. Para empezar, el hospital Willimantic obtuvo beneficios (16 millones de dólares) el último año fiscal, por lo que está lejos de ser el sumidero de dinero que los ejecutivos de Hartford Healthcare afirman que es. El hospital ha estado desviando servicios de parto a Norwich durante años, por lo que sus esfuerzos por dar un servicio inferior a la comunidad para obtener beneficios han funcionado.
El sistema Hartford Healthcare, en su conjunto, registró una pequeña pérdida en 2022, tras años de beneficios récord. Parte del motivo son las enormes inversiones en la adquisición de docenas de clínicas privadas, proveedores de salud y hospitales. Cuando los hospitales se fusionan, buscan “eficiencias” eliminando “servicios duplicados” para reducir costes. A menudo, esto significa cerrar pabellones enteros o instalaciones, ya sea con la aprobación del estado o “suspendiéndolas temporalmente”, para nunca reabrirlas.
Lo que falta, por supuesto, es la esa idea tan simple que quizás cerrar una unidad de cuidados intensivos o una sala de maternidad “ahorra dinero”, pero tiene consecuencias inmediatas para las comunidades que dependían de ellas. Tener que llevar a pacientes a otra ciudad a media hora de distancia puede que sea más barato, pero ese ahorro lo pagan los pacientes, no los ejecutivos y contables.
Los claros ganadores en este juego de fusiones y adquisiciones son los ejecutivos. Jeffrey Flaks, CEO de Hartford Healthcare, ganó unos impresionantes 4,8 millones de dólares el año pasado; Marna Borgstrom, en Yale New Haven, 5,5 millones. Las compras y fusiones forma parte de una tendencia nacional de reducción de la competencia en la industria. Los hospitales han estado buscando economías de escala, aumentando su tamaño para ofrecer servicios a menores costos. En el proceso, eliminan la competencia, creando monopolios regionales. Los pacientes en Willimantic no puede ir a otro sitio; Hartford es la única opción en la ciudad. Si cierran un ala del hospital para ahorrar dinero, no hay alternativa.
El problema central detrás de estas tendencias sigue siendo el mismo: tratar la salud como un mercado no tiene sentido. Primero, porque los mismos hospitales se esfuerzan por convertirse en monopolios, eliminando efectivamente el mercado. Pero, sobre todo, es porque la salud no debe ser un mercado. La decisión de dónde dar a luz no debe guiarse únicamente por beneficios y pérdidas. No esperamos que nuestros departamentos de policía generen ingresos; esperamos que nos mantengan seguros. Los hospitales deberían ser vistos y tratados del mismo modo.
Un pequeño hospital rural quizás no sea lucrativo, pero ese no es el objetivo de la atención médica. La salud no es cosa de beneficios y crecimiento; se trata de tratar a los pacientes. A menos que cambiemos nuestra forma de pensar sobre nuestro sistema sanitario, los hospitales de Connecticut continuarán recortando servicios en zonas rurales hasta que no quede nada.