Es impresionante cómo el pez salmón nada en contra de la corriente del río para poder volver a su lugar de origen, tiene que pasar torrentes que son extremadamente rápidos, y no puede permitirse ni siquiera un descanso, ya que al hacerlo, la corriente lo arrastraría invariablemente.
Al igual que el salmón la pasividad solo nos llevaría a ser arrastrados hacia donde no queremos ir. Desde el mismo momento en que aparecen las dudas en el camino de nuestra fe, corremos serios riesgos de ser llevados por la corriente que solo nos llevará al fracaso.
En el vasto y misterioso río de la vida, todos somos como peces nadando hacia nuestro destino. Sin embargo, aquellos de nosotros que hemos escogido seguir por el buen camino, a menudo nos encontramos yendo en dirección contraria a la corriente de destrucción.
En la travesía del salmón, vemos ese claro ejemplo; su lucha contra la corriente para llegar a su hogar, a su propósito. El salmón es un símbolo poderoso de esfuerzo, determinación y propósito. Nacido en aguas tranquilas, se aventura al océano, solo para regresar contra la corriente, enfrentando obstáculos y depredadores. Su viaje es arduo, pero está guiado por un instinto profundo y una llamada interior que no puede ignorar.
De manera similar, como personas de bien que somos, nuestra fe nos llama a nadar contra la corriente de la cultura contemporánea, que a menudo valora lo material por sobre todas las cosas, enfocándose en todo lo perecedero, y se olvidan por completo del propósito para el cual han sido formados.
Cuando vives según los dictados e imposiciones de la sociedad, la frustración e insatisfacción se apoderan de tu vida. Haces todo lo que deberías hacer y, sin embargo, eres incapaz de librarte de esa sensación de vacío, de esa voz en tu interior que te dice que falta algo.
Vivir en sociedad implica de forma inevitable verse influenciado por los juicios y la presión de grupo. En mayor o menor medida, todos necesitamos sentir la aprobación de nuestro entorno. Pero cuando las opiniones externas resuenan demasiado fuerte en nuestra mente, pueden opacar nuestro propio propósito.
Cuando esto ocurre nos desconectamos de nuestra esencia, misión y vocación y vagamos sin rumbo, persiguiendo unos objetivos que no son los nuestros. Sin embargo, algunas personas encuentran la lucidez y rompen las cadenas. Se deciden a escucharse y a confiar en sí mismos, y comienzan a nadar en su propia dirección.
Cuando llegamos a este mundo lo hacemos de una forma pura y libre de inhibiciones. Los niños son la expresión de la inocencia y la ausencia de máscaras. Sin embargo, a medida que crecemos comenzamos a recibir mensajes acerca de lo que se espera de nosotros. Mediante la relación con nuestros padres interiorizamos qué conductas son aceptables y cuáles indeseables.
De esta forma nos vamos cubriendo de filtros e imposiciones, por otro lado, ineludibles para desarrollarnos socialmente. Aprendemos a guardar las formas, a ser educados, obedientes, estudiosos y responsables. Los adultos nos transmiten sus expectativas acerca de cómo debemos ser, sentir y actuar.
A medida que cumplimos años, la sociedad nos inculca un camino, casi único para todos nosotros. Crecemos pensando que debemos estudiar, encontrar un trabajo estable y bien remunerado y formar una familia. Adicionalmente se asignan roles de género que los hombres y mujeres se sienten llamados a cumplir.
Pero todo esto no nos dice nada acerca de nuestros más profundos anhelos, nuestros sueños personales y el rumbo que cada uno de nosotros desea tomar. Ante todo “debería” no queda lugar para el “quiero” y de esta forma terminamos arrastrados por una corriente que no siempre nos conduce a dónde deseamos llegar.
Debido a su propio temperamento y a sus experiencias vitales, algunas personas se sienten más motivadas a seguir su propio camino. De esta forma desafían las reglas y se niegan a someterse a lo que otros han planeado para ellos. No obstante, el precio a pagar por esta libertad es elevado.
Quienes se arriesgan a ir contra la corriente se encuentran con la falta de apoyo y aliento de sus más allegados. Con frecuencia sus decisiones son reprobadas por las personas que lo rodean, quienes tratan de reconducir sus pasos hacia una vida más común.
En caso de que sus proyectos fracasen, esta presión se vuelve aún más acuciante. Todos aquellos que desde un principio desanimaron su “rebeldía” encuentra la oportunidad perfecta para recalcar que esa persona estaba equivocada. Es en este punto cuando muchos de los soñadores deciden replegar velas y acatar lo que se supone deben hacer.
A pesar de todo, cada uno de nosotros tenemos un propósito y una vocación única. No es lógico encorsetar nuestras vidas en una sola opción común a todos los seres humanos. Seguir la corriente nos abocará, tarde o temprano, a un gran sentimiento de frustración e insatisfacción. Ya que, por mucho que tratemos de acallar nuestra voz interior, esta seguirá susurrándonos que nacimos para algo más.
Por ello, te recomiendo que reúnas el coraje para escuchar tus propios deseos y perseguir tus propias metas. Olvida lo que otros esperan de ti y pregúntate qué es lo que tú quieres. Al fin y al cabo, tu vida es únicamente tuya, y es preferible asumir las consecuencias de tus decisiones, que de las decisiones ajenas.
Si deseas dedicarte a una profesión poco común, acalla la voz del miedo e inténtalo. Si amas viajar, busca la forma de hacerlo tanto como puedas. Elige de una forma totalmente libre tus gustos, tu estética, tus intereses y tu personalidad. Apruébate tú por aquellos que no lo hacen, confía tú en ti por los que no son capaces de creer, encomienda tu camino a Dios y lucha con coraje por tus sueños. ¡Que nadie te diga cómo debes vivir!