Eran las tres de la mañana y no podía conciliar el sueño. Encima de la mesa de noche había un pequeño libro titulado El Libro Negro de Giovanni Pappini, hacia unos pocos días me lo habían obsequiado. Decidí leer unas páginas para ver si podía conciliar el sueño. Al abrir el libro la página se quedo fija en una corta historia titulada La Conversión del Papa. La historia toma lugar alrededor del año 1524, durante la época de la “Santa Inquisición”.
Cuando apenas tenia ocho años, Gregorio presenció el arresto, condena y ejecución de su padre quien fue quemado vivo en una hoguera. Al padre de Gregorio se le acusó de blasfemia, y como rehusó pedir perdón y pagar una gran dote fue condenado al mismísimo infierno por la autoridad eclesiástica. Con mucho dolor y gran llanto Gregorio con ojos llorosos gritaba a su padre que el lo vengaría.
Siendo tan común este tipo de castigo, muy pronto quedó en el olvido esta muerte. Ya nadie ni siquiera mencionaba el hecho y mucho menos se ocupaban de Gregorio quien tenía que trabajar bien duro para poder comer un pedazo de pan. Era tanta su pobreza que no le quedo más remedio que acercarse a un monasterio para trabajar y mendigar un plato de comida.
Los años fueron pasando, y Gregorio ya hecho un joven de 17 años decide iniciar su vida en el noviciado. Su dedicación, trabajo y compasión por los pobres no pasaban por desapercibidos por la dirección del monasterio. Su rostro pálido por ayunar cuatro días por semana, y sus largas horas de oración le hicieron ganar un lugar muy especial en el prelado. Pero lo que nadie sabía era que sus largas oraciones no eran sino un largo, pero silencioso repertorio de las más terribles blasfemias contra la iglesia y sobre su máximo representante: el Papa. Juraba por su propia vida que el iba a vengar lo que la “iglesia” le hizo a su padre.
El tiempo seguía pasando, pero el reconocimiento a su dedicación, su ministerio y a sus elocuentes sermones seguían creciendo. Esta fama llegó a oídos del Cardenal. Gregorio pasaba semanas y meses predicando y ensañando en poblados y aldeas. Oraba por los enfermos, ciego, mudos y paralíticos. Hasta se dice que produjo unos cuantos milagros. Gregorio intercedía por la justicia y se las arreglaba para obtener ayudas de los terratenientes para ayudar a los más pobres y necesitados.
Un día llego la noticia de que el Cardenal pidió que Gregorio fuera a la capital para servir a la gente noble de aquella región. Todos se alegraron, inclusive Gregorio, quien veía acercarse el día de su gran venganza. En la capital Gregorio siguió creciendo en gracia y gran sabiduría llegando a ser la mano derecha del Cardenal. Los años siguieron pasando y Gregorio envejeciendo. El Cardenal murió luego de una larga enfermedad. La fama de Gregorio ya había llegado al Vaticano. Gregorio fue nombrado Cardenal de aquella gran provincia.
La gran elocuencia de Gregorio, sus escritos teológicos y la manera que interpretaba los Evangelios le ganó una mención especial del Papa, quien le ordenó trasladarse al Vaticano. Gregorio ya había cumplido sus sesenta años, pero cada noche, en secreto recitaba las mismas blasfemias y maldiciones contra la iglesia y contra el Papa. En el Vaticano, Gregorio se destacó en diplomacia, en administración y su sabiduría lo convirtió en el ayudante principal y mano derecha del Papa. El Papa lo tenía como jefe de todos los Cardenales. Ya todos lo empezaban a ver como el seguro sucesor del Papa. Reyes, gobernantes y miembros de la nobleza venían de todas partes del mundo para conocer y consultar a Gregorio. Su presencia en el Vaticano hizo que el número de peregrinos aumentara. Algunos decían que Gregorio había traído la vida a ese lugar que hasta entonces era una ciudad en silencio.
Pocos años después se celebraba un conclave (Una reunión para elegir a un nuevo Papa). Y como todos anticipaban Gregorio fue elegido como el nuevo sucesor de San Pedro. Estaba cerca la Navidad, y todos los Cardenales estuvieron de acuerdo en realizar la instalación del nuevo Papa en el día de Navidad, siendo su discurso inaugural la misa del Gallo. Peregrinos, pastores, provincianos y nobles de todo el continente se apresuraban para llegar a ese evento mágico e histórico, la instalación de un nuevo Papa en el día del nacimiento de nuestro Señor.
Ya Gregorio tenía 72 años, había sostenido una larga vida de fingimiento e hipocresía. Gregorio en su aposento se preparaba para consumar su gran venganza. Venganza que había estado planificando por tanto y tantos años. Gregorio decía para si mismo: “ahora saldré afuera, a la ventana y les gritaré que Jesús nunca nació,…que todo lo que han escuchado es pura mentira,… y para mi final declarare que Dios no existe,…y que nunca existirá y con mi sello papal sellaré esta declaración para la posteridad”. Era la víspera de Navidad, la llamada noche buena, todo el pueblo estaba congregado en la plaza de San Pedro esperando el momento más importante. Todos querían oír las palabras de su nuevo Pontífice, a ellos no le importaba el frío de la noche. Todos cantaban villancicos y echaban llantos de alegría por el milagro del nacimiento del niño Dios. De repente, en el momento más tétrico, una brisa tibia entró al aposento permitiéndole a Gregorio escuchar las oraciones y el cántico de los miles de fieles que habían venido para escucharle. Un profundo dolor comenzó a apoderarse de su corazón. Quiso levantarse para ir a maldecir, pero en vez, …un profundo llanto sacudía las fibras más sensitivas de su alma. Cuando su sequito vino a buscarle para iniciar la misa lo encontró sumido en un mar de llanto. “Nunca habíamos visto a un Pontífice tan santo, y tan lleno de amor y compasión como este” ; decían entre si. Con un poco de ayuda llegó hasta la ventana y cuando levantó su mano se pronunció un silencio absoluto. Gregorio con voz quebrada por el dolor habló del amor de Dios, de la piedad y la misericordia. Todos lloraban y decían; “Nunca hombre alguno ha hablado así como este Papa,…este es el verdadero mensajero de Dios que por tantos años habíamos estado esperando”. Esa noche se conoce como la noche más gloriosa que haya tenido la iglesia jamás.
La luz del nuevo día entraba por la ventana de mi cuarto, desperté un poco asustado. Pensé que se me había hecho tarde para ir a trabajar. Mientras me preparaba, meditaba sobre la conversión del Papa,..y me preguntaba…. Esta historia….¿la habré leído, o sólo la habré soñado?
Las opiniones vertidas por Waldemar Gracia no reflejan la posición de la Voz Hispana. Nombres, lugares y circunstancias han sido alterados para proteger la identidad de los personajes citados en la historia.
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