Queremos que Connecticut sea una tierra de oportunidades; un lugar donde cualquier persona, venga de donde venga, pueda llegar a ser aquello que quiere ser. Este es, al fin y al cabo, la promesa de este país, el sueño de muchos (¡todos!) los que hemos inmigrado a esta tierra. Con trabajo y esfuerzo, todo es posible.
Lo que debería ser inmediatamente obvio para cualquiera que ha vivido en Connecticut una temporada, sin embargo, es que la oportunidad quizás esté allí para todos, pero algunos tienen un camino más fácil que otros para alcanzarla. Depende de donde vivas o quién seas, o de tus contactos, o del trabajo que tengas, abrirte paso es más sencillo. Y dependiendo de tu empleo, es muy posible que más que una autopista hacia el éxito, tu trabajo se tope con barricadas, controles, bloqueos y accidentes de toda índole, haciendo mucho más complicado alcanzar tus metas.
Podemos tomar como punto de partida cómo definimos lo que es un trabajo. Durante las dos últimas décadas, muchas empresas han substituido muchos puestos a tiempo completo por trabajos a tiempo parcial. La racionalidad de este cambio es doble. Por un lado, las empresas ganan flexibilidad, al poder adaptar su plantilla a la demanda con mayor facilidad. Por otro, esto les permite evitar ofrecer a sus empleados un seguro médico.
En teoría, muchos de estos puestos de trabajo a tiempo parcial son un punto de partida. Empiezas como cajero, o reponedor, pinche de cocina, o camarero, y según ganas experiencia, pasas a trabajar a tiempo completo como encargado o supervisor, con mejor sueldo. El problema, sin embargo, es que estos puestos “de entrada” tienen salarios muy bajos, y a menudo alcanzan para mantener una familia.
La alternativa para estos trabajadores es combinar dos empleos a tiempo parcial, y tratar de salir adelante con dos sueldos. Cosa que sería viable si estos trabajos tuvieran horarios mínimamente estables, algo que no sucede a menudo.
Pongamos, por ejemplo, el caso de Irene, una madre soltera de New Haven con la que hablé hace unos días. Irene trabaja tres o cuatro veces a la semana en un supermercado por las mañanas, en turnos de cinco horas. Por la tarde, va a su segundo empleo en un McDonald’s, donde suelen darle unas veinte horas semanales. Cuando las cosas van bien, Irene suele trabajar entre 40 y 50 horas, y le basta para pagar el alquiler, las letras del coche, facturas, comida, y actividades extraescolares para sus hijos.
Esto, no obstante, no sucede a menudo, porque estos horarios nunca acaban de cumplirse. A veces su supervisor en el McDonalds le llama a última hora y le pide que venga por la mañana en vez de por la tarde. Otras veces en el supermercado le dicen que quieren que venga por la tarde, que esperan tener más tráfico. Irene a menudo tiene que decir que no, que no puede hacerlo, así que algunas semanas se queda con menos de treinta horas de sueldo. Y si sus jefes se lo toman mal (“Irene es de las que te fallan”) sabe que va a recibir menos turnos y menos horas a partir de ahora.
Podemos pedir a trabajadores como Irene que se esfuercen, que le echen más horas, que así podrán salir adelante y darles un futuro mejor a sus hijos. El problema es que, si no les damos horarios predecibles en empleos estables, no van a poder hacer ese esfuerzo, porque ni les estamos dejando trabajar.
Si queremos que estos trabajadores a tiempo parcial tengan la oportunidad de salir adelante, de abrirse paso, necesitamos que estos empleos sean mejores. Debemos aprobar una ley que les dé horarios predecibles, para que puedan saber con suficiente antelación cuándo van a estar disponibles – y asegurarse que son compensados en caso de tener cambios de última hora. Y, de forma aún más importante, debemos empujar a estas empresas que abusan de empleo a tiempo parcial a que den más horas a sus trabajadores, no obligarles a hacer equilibrios con turnos y sueldos que cambian de una semana a otra.
¿Queremos ser la tierra de las oportunidades? Respetemos el esfuerzo de los que trabajan. Es hora de aprobar una ley de empleo estable en Connecticut.