“Todos somos tan iguales, pero al mismo tiempo, todos somos tan diferentes”, dijo un gran filósofo. Y creo que tiene razón. Todos los seres humanos somos similares en nuestros sentimientos, anhelos por la vida. Nuestros cuerpos están hechos de la misma manera. Todos tenemos los mismos órganos, sistemas internos, cinco sentidos, en fin, no hay diferencias entre uno y otro.
Pero a la misma vez, todos somos muy diferentes. No todos pensamos de la misma forma. Cada uno tiene su propia personalidad. Cada cual toma decisiones de manera diferente. Cada uno de nosotros ve la vida desde una perspectiva única. Solamente hay un tu, y nadie jamás podrá ser tu, excepto tu mismo.
De ahí, que se produzca el escenario para los conflictos y diferencias interpersonales a las que hacíamos referencia en un articulo anterior. A veces pensamos que todo el mundo pensara como yo e hiciera las cosas como yo, entonces no habría problemas. Sin embargo, la situación no tiene que ser tan complicada. Dijo un célebre pensador que la paz se logra con el respeto del derecho ajeno. En otras palabras, la paz es el resultado de saber reconocer nuestros límites, hasta donde llegan nuestros derechos y donde comienzan los derechos de mi prójimo.
Cuando llegamos a comprender que la vida es muy corta, y que necesitamos vivirla y disfrutarla con gozo y alegría, entonces, podemos concluir que estar enojado o furioso todo el tiempo, estar frustrado con la vida o con otras personas no es vivir. Hay formas de estar muriendo mientras se vive. Cuando un está sólo quejándose de los demás, cuando tu sólo ves lo negativo, cuando sólo te enfocas en lo que no tienes, ¿tu le llamarías a eso vivir? Con razón muchas personas que están de esa manera prefieren a estar “muertos” y no encontrarse en dicha situación.
El problema es que con frecuencia se culpan a otras personas por todas las cosas malas que nos pasan. Siempre es culpa de alguien, siempre es por culpa del “otro”. Esta actitud hace perpetua la cadena de culpa y miseria en la que muchos se encuentran. Mientras le eches la culpa a alguien, tu te vas a sentir que no tienes ninguna responsabilidad por producir un cambios positivo en tu vida. Al sentir que “el otro” es culpable, te justificas a ti mismo pensando que si no hubiese sido por esa otra persona las cosas te irían mucho mejor. No en balde, en este punto crítico de sus vidas piensan en hacerle daño de alguna manera a la persona que consideran como el culpable.
Lamentablemente, muchos crímenes tienen su origen en un mal entendido o en una percepción distorsionada de la realidad. Cuando esta forma de vida, cuando esta actitud se apodera de nosotros es muy difícil de erradicarla. La reconciliación con los demás se hace cada vez más difícil y hasta imposible.
Si pensamos un poco, podríamos descubrir que en nuestro vocabulario hay palabras que pueden remediar la situación. Hay palabras que sirven para construir un punte que conduzca a una reconciliación. Podemos aprender el significado y el uso de la palabra perdón, la expresión discúlpame, o lo siento mucho…me equivoqué. Usar estas palabras puede ayudarnos a que las personas a nuestro alrededor, incluyendo nuestros seres mas queridos a quienes mas lastimamos con nuestras actitudes, puedan cambiar su percepción sobre nosotros y permitir un acercamiento donde nos podamos entender y convivir mucho mejor.
Quiero dejarlos con dos pequeñas anécdotas que tal vez me ayuden a ilustrar mejor lo que hasta ahora hemos tratado de decir.
El Echarles la Culpa a otros:
Arrojado un náufrago en la orilla, se durmió de fatiga; mas no tardó en despertarse, y al ver al mar, le recriminó por seducir a los hombres con su apariencia tranquila para luego, una vez que los ha embarcado sobre sus aguas, enfurecerse y hacerles perecer.
Tomó el mar la forma de una mujer y le dijo:
-No es a mí sino a los vientos a quienes debes dirigir tus reproches, amigo mío; ¡porque yo soy tal como me ves ahora! y son los vientos los que, lanzándose sobre mí de repente, me encrespan y enfurecen.
El Odio desmedido:
Dos hombres que se odiaban entre sí navegaban en la misma nave, uno sentado en la proa y otro en la popa. Surgió una tempestad, y hallándose el barco a punto de hundirse, el hombre que estaba en la popa preguntó al piloto que cuál era la parte de la nave que se hundiría primero.
-La proa – dijo el piloto.
-Entonces repuso este hombre – no espero la muerte con tristeza, porque veré a mi enemigo morir antes que yo.
Muy mezquina actitud es preferir ver sufrir a los enemigos que inquietarse por el daño que irremediablemente se está a punto de recibir.
¡¡¡Recuerda, en ti está el poder hacer la diferencia!!!