“No quiero gastar los minutos de mi vida, sin disfrutar de la hermosa presencia del amor. Para que oscurecer mis días con odios, resentimientos y amarguras, cuando puedo esclarecer las noches de la existencia deslumbrante del amor en mi corazón”
Todos nosotros tenemos un intenso deseo de ser amados y nutridos. La necesidad de ser amado podría considerarse una de nuestras necesidades más básicas y fundamentales. Una de las formas que toma esta necesidad es la del consuelo del contacto: el deseo de ser abrazado y tocado. Los estudios muestran que los bebés que se ven privados de comodidad de contacto, especialmente durante los primeros seis meses después de su nacimiento, crecen dañados psicológicamente.
Dada la importancia de la necesidad de ser amado, no es sorprendente que la mayoría de nosotros creamos que un determinante importante de nuestra felicidad es si nos sentimos amados y cuidados.
Sin embargo, en nuestra búsqueda de la necesidad de ser amado, la mayoría de nosotros no reconocemos que tenemos una necesidad paralela: la necesidad de amar y cuidar a otros. Este deseo, resulta que es tan fuerte como la necesidad de ser amado y protegido. Es el deseo de amar y cuidar a los demás lo que subyace al fenómeno de la “agresión linda”, la cual se refiere a la tendencia a pellizcar, abrazar o expresar de otra manera amor por los demás.
Sabemos que el deseo de amar y cuidar a los demás es un cableado profundamente arraigado porque el cumplimiento de este deseo mejora nuestros niveles de felicidad. Expresar amor o compasión por los demás beneficia no solo al receptor del afecto, sino también a la persona que lo entrega.
Vivimos en una sociedad tan caótica, en donde la muchos persiguen egoístamente sus propios veneficios, son capaces de todo por obtener el poder, o la posición que buscan, sus corazones se vuelven fríos y calculadores, mientras a su paso, dañan a los demás con el veneno que esparcen. Realmente aquella frase que he leído tanto se ha vuelto una realidad: “Y por haberse multiplicado la maldad, el amor de muchos se enfriará” (Mateo 24:12).
Realmente vivimos en esa etapa, donde a lo bueno le llaman malo y a lo malo le llaman bueno, y a raíz de ello, el amor de “muchos” se ha enfriado. Gracias a Dios dice el amor de “muchos” y no de “todos”, porque aún quedan los valientes que mantienen vivos sus valores y practican el gran mandamiento día tras día, amando a Dios por sobre todas las cosas, y al prójimo, como así mismos. Ese es el amor que debemos de demostrar, un amor que no tienen límites, un amor que solo puede ser sostenido por el amor ágape, el cual es el amor de Dios.
El arte de amar se centra justamente en llegar alcanzar el amor maduro, que significa la unión o condición de preservar nuestra integridad y nuestra individualidad, sin que esto afecte la unión con el ser amado.
Es importante entender que el significado de la palabra dar, no abarca la esfera material, sino el dominio de lo humano. La persona da a otra una parte de su propia vida, recalcando que no es sacrificio alguno, sino que entrega lo que está vivo en él, la alegría, su humor, su tristeza…, son todas las expresiones que de lo que está vivo en él. En el amor maduro se concibe la entrega sin esperar recibir, porque el hecho de dar es la de donde parte la teoría de amar, ya que entregarse produce dicha.
Ahora el poder del amor, la responsabilidad, no podrían ser maravillosos sino incluimos un componente imprescindible, que es el respeto. El cual no es significado de sumisión ni de temor hacia otro, de acuerdo con su raíz etimológica o idiomática significa la capacidad de ver a la persona tal cual es, y tener por ende conciencia de su individualidad única, no existen dos personas iguales. El respeto existe sobre la libertad. El amor y la libertad están unidos bajo su concepción primaria, no existe amor sin libertad.
En cierta ocasión, el Señor Jesucristo les dijo a sus discípulos: “En esto conocerán todos que sois mis discípulos, si tuviereis amor los unos con los otros” (Juan 13:35). Vemos aquí el amor más puro y grande que ha existido en la historia de la humanidad. Jesús como el ejemplo más grande y sublime de amor. ¿Pero realmente nos amamos unos a otros con ese amor incondicional? ¿Ese amor que es único y que trasforma todo lo feo en la más hermosa existencia?
Ese amor puro e incondicional es el que debemos de practicar, esa frase de 1 Corintios 13:4-8 que cita la mayoría: “El amor es sufrido, es benigno; el amor no tiene envidia, el amor no es jactancioso, no se envanece; no hace nada indebido, no busca lo suyo, no se irrita, no guarda rencor; no se goza de la injusticia, mas se goza de la verdad. Todo lo sufre, todo lo cree, todo lo espera, todo lo soporta. El amor nunca deja de ser”. No importa lo que pase o lo que nos hagan, nada ni nadie puede borrar la esencia de lo que realmente somos; no van a cambiar nuestros valores, no dejaremos que en nuestro interior broten raíces de amargura, no permitiremos que nada oscurezca nuestros días, sino nos amaremos bajo la luz deslumbrante del amor en nuestros corazones.