Por Aníbal Brea
Haití es un rosario de dolores y tragedias, colgado de la región de América latina y el Caribe, pero especialmente del Caribe y más especialmente aún, de República Dominicana, su país vecino más cercano.
Sin embargo, al tratarse de ser parte del amplio conglomerado universal, las partes particularmente afectadas por el drama haitiano, han estado esperando que la comunidad internacional, ya sea a través de la ONU, o por iniciativas grupales más reducidas, hagan algún acto de presencia, para tratar de poner coto al imperio de bandas criminales que, prácticamente, han estado decidiendo el buen y mal tiempo en la primera república independiente de toda la región, a la par que primera nación negra del mundo.
Haití, afectado constantemente por crisis no cíclicas, sino permanentes, agravadas luego del asesinato de su presidente Jovenel Moïse, en julio de 2021, ha estado siendo dominada por el caos y la desesperación de su población, víctima de la casi inexistencia de un estado como tal.
En 2023, el Consejo de Seguridad aprobó la conformación de una Misión Multinacional de Apoyo a la Seguridad (MSS), destinada a ayudar a la policía haitiana a controlar los desmanes de las bandas. Esa fuerza quedó integrada básicamente por policías de Kenia, país que tiene un amplio historial de envío de fuerzas de paz a países inestables.
Naturalmente, siempre hubo la interrogante de por qué un país anglófono, aunque fuera de África, aceptaba esa tarea. Las candidaturas no llovían exactamente y muy probablemente, los dirigentes kenianos estaban interesados en ser algo diferente a la imagen occidental del África y ser considerados, un aliado confiable el que, por lo demás, podría beneficiarse de ayudas económicas a la par que equipar modernamente sus propias fuerzas policiales.
El 30 de septiembre, el Consejo de Seguridad de la ONU aprobó una denominada Fuerza de Eliminación de Pandillas en Haití, (GSF, sus siglas en inglés), que reemplazará a la poco exitosa MSS y ahora estará compuesta por policías y militares, y no será coordinada por Kenia, sino por una “oficina de apoyo de la ONU”. Todavía está por verse que país asumirá ese liderazgo.
Ya ha habido cerca de una docena de misiones de este tipo con relación a Haití, siendo sus resultados altamente discutibles, por lo que solo la desesperación e impotencia de la población frente a los excesos de las bandas criminales, hace que la gente acepte resignada este nuevo intento.
De estas misiones, hay antecedentes trágicos. Así, entre 2004 y 2017, la MINUSTAH (Mission des Nations Unies pour la stabilisation en Haïti, su nombre oficial en francés) fue vinculada a un brote de cólera, que dejó más de 9 mil víctimas fatales y centenares de miles personas afectadas, sin hablar ya de los numerosas mujeres embarazadas y abandonadas por soldados de ese contingente.
Sin embargo, dada la gravedad de la situación reinante en ese país, la nueva fuerza (que tendrá una duración de un año) no debería tener los constreñimientos que tuvo la MSS que, en principio (y finalmente, en final) era la de apoyar a la policía haitiana. La nueva fuerza, en la que también participarán militares, dispondrá de libertad de acción, es decir, tendrá que actuar como una fuerza de ocupación.
El caso es que, el cuadro que se presenta en Haití es particularmente tétrico: el hambre afectaría ya a alrededor del 50% de la población y casi millón y medio no tiene donde vivir y, según estimados de la ONU, entre el 30 y el 50% de los bandidos, son menores de edad, reclutados a la fuerza o a cambio de “protección” (esencialmente comida).
La población haitiana, traumatizada, por sus experiencias anteriores con contingentes armados extranjeros, pero agobiada por los abusos y la inseguridad imperantes, por la ausencia de un liderazgo nacional que pudiera rescatar al país del bandolerismo imperante, está terminando por aceptar esta nueva prueba, que para muchos no es más que otra aventura, pero sin otra opción que acostumbrarse a que, desde fuera, tengan que venir permanentemente a tratar de resolverle al pueblo haitiano su angustiosa situación.
A todo esto, se agrega que, aunque se aprobó la conformación de esa fuerza por el Consejo de Seguridad (por propuesta de Estados Unidos y Panamá), todavía no se sabe bien de donde saldrán los fondos para su equipamiento y mantenimiento. Los más optimistas piensan que como Estados Unidos no participará con contingentes armados, seguramente será el principal proveedor de fondos. Algo que, naturalmente, está por verse.
Probablemente inspirado por la incapacidad de poder remediar, el presidente del Consejo Presidencial de Transición de Haití, Laurent Saint-Cyr, dijo hace poco “Así es la situación actual de Haití, un país en guerra, un Guernica contemporáneo, ¡una tragedia humana a las puertas de América!
Entretanto, el pueblo haitiano seguirá confiando en que, a falta de algo mejor, a través de esta nueva iniciativa, por fin, ¡quizás la Providencia se apiade de su suerte!