En una encuesta reciente en el Reino Unido hecha por YouGov, la tasa de aprobación del gobierno es de un 11%. Un 69% de los encuestados creen que está haciendo un mal trabajo, con una increíble nota agregada de -58.
La broma recurrente entre la gente que se dedica a los sondeos de opinión pública es que no importa la pregunta que hagas, siempre habrá un 10% de la población que te dirá que sí. Hay un 10% de gente que cree que Elvis Presley sigue vivo, un 10% de gente que te dirá que sí que existen los reptilianos, y un 10% de gente que dirá que nunca llegamos a la luna. Es como una base, una constante de gente que está chiflada o que no está prestando atención al encuestador.
El hecho de que un gobierno en una democracia occidental haya alcanzado unos niveles de infamia tales como para estar rozando este mínimo 10% que esperas en los peores sondeos tiene algo de proeza. Es realmente difícil gobernar de tal manera como para que casi el 90% de la población de tu país rechace apoyarte.
La pregunta obvia es cómo Keir Starmer, el primer ministro, y su Partido Laborista se las han apañado para alcanzar estos niveles de rechazo.
Starmer llega al gobierno el 5 de julio de 2024. Su predecesor, el conservador Rishi Sunak, había logrado la hazaña de estar -73 en aprobación justo antes de las elecciones. Su partido, como era de esperar, fue demolido en las urnas, pero la victoria electoral de los laboristas fue más el resultado de la horrible impopularidad del gobierno saliente que de méritos propios.
El gobierno de Starmer toma posesión de sus cargos con una opinión pública escéptica; aunque no generan demasiado rechazo de entrada, su aprobación apenas alcanzaba un 40-29 favorable a finales de julio.
Es cuando empiezan a tomar decisiones que las cosas empeoran con rapidez. En una exhibición de capacidad para tomar tantas decisiones erróneas como sea posible en rápida sucesión, los laboristas suben impuestos, recortan gastos, aprueban políticas draconianas contra la inmigración, toman toda clase de decisiones ridículas sobre derechos civiles y adoptan una serie de medidas reaccionarias en política de género. Antes de llegar a Navidad de 2024, tienen en contra a más de un 60% de votantes, y su apoyo cae por debajo del 20%.
En su defensa, los laboristas suelen alegar dos cosas. Primero, la herencia recibida de los conservadores es atroz, con un déficit fiscal excesivo y muchos programas sociales al límite. Racionalizar el gasto no es que fuera necesario, es que era urgente. Segundo, la opinión pública británica quiere un mayor control de sus fronteras, así que es necesario tomar medidas en ese sentido. Reform, un partido minoritario furibundamente antiinmigrante y antieuropeísta que se sitúa a la derecha de los conservadores, está ganando en popularidad, y es necesario responder.
Por desgracia para los laboristas, la austeridad fiscal no ha hecho más que empeorar el ya anémico crecimiento económico del país sin apenas reducir el déficit. Las medidas nativistas y antiinmigrantes, mientras tanto, no sólo le dan la razón a Reform, que está dominando el debate a pesar de tener apenas nueve diputados en el Parlamento, sino que han conseguido enfadar a las bases del partido sin atraer ni un solo votante conservador a cambio.
El problema de fondo, y la causa principal del estancamiento económico, no es ni el déficit ni la inmigración. Es el Brexit, la decisión de sacar al Reino Unido de la Unión Europea rompiendo con el principal socio económico del país por las bravas tras un referéndum ganado por la mínima.
El gobierno de Starmer está absolutamente aterrado de proponer volver a entrar en Europa. Un sector importante de las bases laboristas es antieuropeísta, y tiene miedo de que Nigel Farage, líder de Reform y principal arquitecto del desastroso referéndum del Brexit, aproveche para dividir el partido. Fueron esas peleas internas, en gran medida, las que condenaron a los laboristas a perder múltiples elecciones durante más de una década.
Visto el panorama, y en vista de ese 11% de votantes (amigos y familia, más cuatro despistados), no es que tengan nada que perder. Lo que parece claro es que la estrategia actual ha sido un fracaso.