Johnny Gutiérrez Arzola ha despertado cayendo en la cuenta de no haber utilizado la máscara de astronauta brindada por unos dólares más y desde hace casi una década, por la compañía RespiratoryTroubleInc.LLC.
La cosa esa le ayudaba a evitar esos atroces ronquidos que le tuvieron al borde de la separación con su querida esposa quien tenía que codearle con fuerza las costillas para que detuviera la locomotora de su sistema bronquial causante de una terrible apnea.
Curiosamente el condenado dolor de espaldas provocado por un problema con dos de sus vértebras lumbares averiadas en un incómodo viaje aéreo a la Isla a través de JetGreen, se había desvanecido y al sentarse en el lecho no sintió los zumbidos de su presión arterial buscando el balance cardio vascular.
“Me siento como si tuviera 35 años,” se dijo mientras tomaba una ducha, tratando de recordar donde había puesto la mascarilla y la gorra de seguridad que le protegían del virus a la que el presidente había denominado por error la “fiebre amarilla” quizás para ofender a los chinos.
Sobrevivir en ese entorno de encierro, claustrofobia y preparaciones previas para una simple pero riesgosa salida para adquirir pan, queso, vegetales, frutas y cloro; se había tornado más engorroso y complejo que entender los enredos de las conferencias de prensa del vicepresidente que reemplazaba al Rey quien estaba enojado porque como candidato a la presidencia sentía la presión de la opinión del ciudadano común que le preguntaba por sus declaraciones de impuestos.
“Vivir como charlatán no es eterno y la gente se aburre de tanta mentira,” había comentado su hermano Cirilo, profesor de Ciencias Apolíticas de la Universidad del Sagrado Corazón de Jesús Resucitado de Fairfield.
Habían sido cinco tediosos meses, dos de ellos en pleno verano en que su rostro había perdido al menos dos libras por la sudadera de tener la cara cubierta de un modo permanente. No trabajaba desde su hogar y como su esposa, cumplían sus funciones didácticas desde una oficina del Departamento de Educación.Su media naranja, “la mejor parte de mi” como dijo el cuándo cumplieron las bodas de plata, le había preparado antes de salir a su trabajo una tortilla española, trozos de melón y un café colado.
El sol entraba a raudales por los amplios ventanales del departamento con una vista espectacular hacia uno de los hermosos parques de New Britain, cerca del hospital, y con calma y paciencia se aseguró ponerse la máscara, ahora de colores veraniegos, y una gorra para evitar coger el famoso e infame virus corona-19 que le tenia los dos lados hinchados.
¡Que jodienda! se dijo al no encontrar las llaves de su coche que finalmente vio en una mesita cercana al lugar donde dormía su gato “Sultán” a quien habían adoptado y se empinaba a los ocho meses chavándole continuamente su existencia intentando sorprenderle con ataques sorpresivos. “El gato es el mejor amigo del hombre,” se dijo, aunque Graciela, su esposa, preferiría un perrito chihuahua.
Ya disfrazado, con sus llaves, la billetera en el bolsillo, una botella nueva de desinfectante y pañuelitos húmedos para limpiarse constantemente la faz que ya comenzaba a sudar debido a los 83 grados Fahrenheit con la maldita humedad, salió de su departamento y se despoja de la engorrosa, tediosa y aborrecible careta de seguridad cuando ya estaba en el interior del coche. Johnny no era de esos fanáticos quienes la utilizaban hasta para ir al servicio higiénico, y se hizo el propósito de Zoomear a sus hijos que estaban con sus abuelos en Minnesota aprovechando que de sus estudios universitarios eran vía on-line.
Cuando Johnny llega a una conocida intersección una milla antes de enfrentarse con la carretera interestatal 84, nota con sorpresa un cambio en el ambiente. Nadie, absolutamente nadie iba con mascarillas y los rostros se veían iluminados por sonrisas. Algunos se saludaban dándose la mano y abrazándose, contraviniendo así las instrucciones del Gobernador.“Es que la gente no aprende,” se dijo acelerando hacia la capital del estado.
El cielo de esa mañana de agosto era ahora de un tono azul opaco pero el verdor de las arboledas de los parques alegraba la vista. A su derecha vio el ruidoso paso del tren con destino a Nueva York y los buses FastTrack viniendo desde New Britain; cuestión que le sorprendió tanto como ver a un cocodrilo con muletas. Repentinamente y a escasas millas de su destino tuvo que frenar porque se encontró con un tapón de automóviles que no veía hacia meses y para ser más precisos desde comienzos de marzo. A pesar del atochamiento de vehículos y una neblinita que obnubilaba la visión de los edificios del centro, los conductores y sus acompañantes no tocaban las bocinas ni mostraban el dedo mayor, sino que el signo de la paz o el pulgar hacia arriba.
¿Me estaré volviendo loco? se preguntaba Johnny mirando con preocupación su reloj mientras que un bus del típico color amarillo del transporte escolar se le adelantaba y los niños le saludaban como si fuese su cumpleaños. Es que hasta el viernes pasado las carreteras se veían medio desiertas con la excepción de sujetos que creían estar en una pista de Indianápolis conduciendo sus automóviles a más de 100 millas por hora. El tránsito en el mes de mayo era calmo y relajado.
Usando el sistema que activaba su radio desde el volante, Johnny encontró una radioemisora de Connecticut a la que había enviado una donación de $50 dólares para premiar los esfuerzos periodísticos de mantenerles informados en los largos meses de reclusión constreñida.
Eran las nueve en punto de esa inusual mañana y el tráfico no avanzaba porque en un costado había dos automóviles que habían chocado.Los conductores estaban a un costado conversando y sonriendo con el guardia estatal como si no hubiese pasado nada. Comenzaban las noticias.
“Tal como informáramos anoche, el gobernador decidió abrir este lunes 31 de agosto el Estado a condiciones normales y aunque solicita a los ciudadanos precaución, se reanudan la actividades escolares y universitarias, los empleados y trabajadores pueden acudir a sus trabajos normalmente. Restaurantes y establecimientos de comidas rápidas pueden volver a sus labores, los cines están autorizados para abrir sus puertas y las playas y parques podrán recibir visitantes a partir de este próximo sábado. Se recomienda tranquilidad y las leyes acerca del abuso de alcohol o sustancias mientras usted conduce su automóvil o guía su bote o yate serán implementadas con ahínco por la policía estatal. A las doce del día el Dr. Fauci y funcionarios del Departamento Federal de Salud ofrecerán una conferencia de prensa informando de la exitosa aplicación de la vacuna SM37-18-19-20 que fue descubierta por el Departamento de Inmunología del Centro de Investigaciones del Hospital Dempsey de la Universidad de Connecticut.”
Johnny no podía creerlo. Cansado de escuchar malas noticias y las prolongaciones del encerramiento, desde hacía un mes se habían propuesto con su esposa no responder los aullidos de teléfonos ni celulares, olvidarse del abrumante televisor y de las computadoras, para dedicarse a leer. Eso si que les había sorprendido el paso de vehículos tocando el claxon y legiones de motociclistas desfilando por la avenida principal de Farmington. Les había mentado a la abuelita porque después de meses de recogimiento y reflexión involuntarios, el ruido excesivo castigaba sus oídos y el tímpano como un festival de moscas detrás de sus orejas o como un discurso incoherente y forrado de mentiras del Rey.
Testigo de lo todavía increíble, un sentimiento de alivio cual bálsamo lenitivo invadía el área cardiovascular del pechito y desearía estar con su amantísima esposa para deleitarse con el regreso pleno a la vida habitual de un verano feliz.
Inspirado por la felicidad, y a pesar del lento desliz del tráfico de camiones, camionetas, automóviles, jeeps, buses escolares y las infaltables motocicletas, abrió las ventanillas de su Honda Calvarius 34, y también sonrió haciendo con sus dedos artríticos el símbolo de la paz, gesto que era correspondido por otros conductores y conductoras en esa placida imagen de normalidad y tóxicos productos del gas, el Diesel y el aceite quemado que lanzaba al aire un tipo montado en un coche que pareció habérselo ganado en una rifa.
Repentinamente un penetrante codazo en las costillas perpetrado por su esposa le saca de sus ensueños y le regresa a la triste realidad de la artritis, los dolores lumbares y el zumbido condenado en sus oídos. Malhumorado se encaja la mascarita de astronauta que estaba desconectada y como Poncio Pilatos se preguntó; ¿qué es la verdad?
Luego, trata de dormirse y embarcarse nuevamente en el hermoso gozo de los simples ensueños y premoniciones oníricas.