En nuestra historia se repiten los mismos eventos con demasiada frecuencia, todo para el agravio y perjuicio de nuestra propia existencia. Esto no es producto de artificiosas alucinaciones, pero si de una muy comprobada documentación.
En ese caminar por el tiempo, nuestra gente antillana se ha enriquecido y sufrido de cientos de miles de vivencias, que los ha fortalecido en ocasiones y quebrantados en otras.
La nación puertorriqueña fue invadida en el 1493, cuando los españoles impusieron sus costumbres, su idioma y su religión. La resistencia indígena fue destruida sistemáticamente por el poder de sus armas, la doctrina y la diseminación de sus enfermedades. Luego secuestraron en África a miles de seres humanos para convertirlos en serviles peones de los mayordomos europeos. En aquel inicio fuimos marcados en la frente por más de 528 años por el eterno carimbo identificándonos como un pueblo esclavo. Es cierto que han sido muchos los que han cruzado el umbral de la docilidad para ofrendar su vida por la libertad de nuestra nación. Cientos de miles podrían ser nombrados, sin titubear.
En el 1898, el imperio español, con el poder agotado y huyendo de la confrontación nos entregó al expansionista imperio estadounidense. Puerto Rico ya era una nación hecha y derecha, con mayoría de edad y con más historia que la invasora. Los puertorriqueños éramos dueños de nuestra tierra, teníamos nuestra propia cultura, nuestra religión y literatura; nuestra música y arte y nuestra forma de ser. Entonces el nuevo mayordomo llegó con sus ínfulas de superioridad despreciando lo nuestro, con su mal infundada arrogancia, quiso imponer su idiosincrasia, su cultura y su idioma.
Todas las experiencias acumuladas por siglos no han sido producto de un instante en la vida de nuestra nación. Hemos sido creados en lo que somos, para bien o para mal, por esa acumulación de aprendizaje, esa formación que nos dio el tiempo para poder sobrevivir. Pero el tiempo no es estático, no se paraliza, está en constante cambio. Los seres humanos también tenemos que ajustarnos a los vaivenes del tiempo. Si viene un huracán tenemos que refugiarnos, si vienen enfermedades tenemos que medicarnos, si tenemos problemas tenemos que resolverlos. Para sobrevivir hemos aprendido a protegernos. Sabemos que hay consecuencias el no hacerlo.
La palabra consecuencia es ampliamente usada en nuestro diario vivir. Se podría definir como un hecho, efecto o acontecimiento que se deriva de otro, donde existe una correspondencia lógica entre dos cosas. Las consecuencias resultan ser impredecibles, las reacciones en muchas ocasiones no son en igual proporción a las acciones iniciales. Estas pueden ser positivas o, por lo contrario: negativas. Podríamos especular o tratar de imaginarnos cuales son las reacciones (positivas o negativas) en cualquier actividad por parte de una persona, grupo o comunidad en una acción determinada. No sabemos a ciencia cierta cuál sería la repuesta. Ante tantas interrogantes debemos asumir que cualquier acción tomada debe ser objeto de cuidadosa evaluación, de extremada sensibilidad hacia el objeto(s) de nuestras acciones. Los puertorriqueños somos vivo producto de las consecuencias de un engañoso y bien diseñado exterminio. Hemos tenido cambios naturales atemperados a los tiempos, pero los feroces intentos imperiales de desnaturalizarnos han hecho mella. Las consecuencias de esas experiencias vividas por nuestra nación son importantísimas: han formado o deformado nuestra personalidad.
La masa del pueblo está harta de un sistema inservible. Los políticos han vivido ciegos y sordos a las quejas del pueblo. Ciertamente nunca se había escuchado tanta mentira y burla a mi nación puertorriqueña de parte de las administraciones gubernamentales. La historia de Puerto Rico es un exacto retrato de lo que es una colonia en el mundo desde tiempos inmemorables.
Los puertorriqueños hemos tenido una capacidad enorme de asimilar y ajustarnos a la barbarie de la lucha del hombre contra el hombre. Por siglos hemos tropezado con la misma piedra cientos de veces. No hemos aprendido que el liberarnos del estercolero colonial nos da la oportunidad de ser hombres libres. Hemos sobrevivido para volver a caer en el siguiente ciclo histórico.
Los puertorriqueños todavía estamos sujetos a la misma arrogancia extranjera, al continuo limosneo y a los absurdos caprichos e intereses estadounidenses. Hemos pagado con creces las negativas consecuencias a que hemos sido expuestos.
Nos quieren vender la mentira de una igualdad no existente ni aun en los mismos EUA. Son impostores de la verdad.
En días recientes la irracionabilidad se ha apoderado de mi nación. Los políticos en negación de los problemas reales poco le importan que la mayoría exija un cambio. Los dirigentes siguiendo a sus amos extranjeros se ensañan con esa mayoría humilde y sin recursos, exigiéndoles que aporten cada día más, continuando el hostigamiento y manteniendo sus garras clavadas en la economía puertorriqueña, estrangulando hasta el último suspiro de nuestro pueblo. El agotamiento físico y anímico en mi pueblo es notable y desesperante.
A los estadounidenses poco le importa nuestro pueblo. Nos han tolerado mientras actuemos como lo dicten ellos. Hemos oído traidores que toleran, aceptan y hasta defienden estos abusos.
Para desgracia hemos sido sometidos por siglos a la enfermiza avaricia de los que tratan de extender su poder económico siempre utilizando su bien mantenido poder militar para intimidar sin contemplaciones al que tengan que hacerlo.
Hemos llevado ese carimbo en la frente por siglos. Ya es hora de arrancarlo de nuestra vida. Hemos pagado bastante por las consecuencias de ese aberrante y denigrante colonialismo. Tenemos que romper el silencio impuesto.