La sociedad ha reemplazado el verdadero propósito de la Navidad por el consumismo. Sin embargo, los creyentes conmemoramos el maravilloso misterio de la encarnación. Es una gran bendición reunirnos en nuestros hogares con la familia y los amigos para alabar a Dios con acción de gracia por su inefable misericordia.
La noche del 24 de diciembre en vísperas del día 25, los cristianos rememoramos el nacimiento del Hijo de Dios. Hace más de cuatro mil años el profeta Isaías anunció: «El pueblo que andaba en oscuridad ha visto gran luz; sobre los que vivían en densas tinieblas la luz ha resplandecido (…). Porque nos ha nacido un niño, se nos ha concedido un hijo; la soberanía reposará sobre sus hombros, y se les darán estos nombres: Consejero admirable, Dios fuerte, Padre eterno, Príncipe de paz. Su gobierno y su paz no tendrán fin. Él gobernará con justicia y rectitud por toda la eternidad» (Isa. 9: 1-7).
Siete siglos después, la profecía se cumplió con el nacimiento de Jesús. Él vino a buscar y a salvar lo que se había perdido (Lc. 19:10). La persona que no tiene a Cristo está perdida en sus delitos y pecados. Es enemiga de Dios, anda en densa oscuridad, sin dirección y sin esperanza en este mundo.
La Buena Noticia es que Jesús, la segunda persona de la trinidad, vino al mundo a salvar al ser humano de sus pecados y a reconciliarlo con Dios Padre. Aquel que cree en Jesucristo no es condenado; pero el que no cree, ya ha sido condenado, porque no ha creído en el nombre del unigénito Hijo de Dios (Jn. 3:18).
El Espíritu Santo mora en el corazón de los que han creído en el Hijo. Él aplica la salvación a los creyentes. Saca a cada persona que cree en Jesús del reino de las tinieblas y lo lleva al reino de la luz. Él cambia la tristeza en gozo. Gracias al sacrificio de Jesucristo, los creyentes de todas las naciones viviremos por la eternidad con Dios. Ésta es la esencia de la Navidad ¡Gocémonos y alegrémonos!
No se debe confundir la Nochebuena con una fiesta de derroche y comilonas. Es un día para dar gracia a Dios (Mt. 10:8). Él nos ha dado lo más preciado: Su Hijo Jesucristo. Por medio de Él tenemos bendiciones espirituales sin límites. Todos los beneficios que disfrutamos provienen del Padre de las luces (Stg. 1:17).
Dios nos bendice para que seamos de bendición. Nos provee para que proveamos. Nos ayuda para que ayudemos. En esta celebración navideña acuérdate de los vulnerables. Tiende tu mano al pobre, invita al huérfano y a la viuda a tu casa, visita a los enfermos. Ama, ora y alaba nuestro Señor y Salvador Jesucristo para que Su luz brille en tu corazón hoy, mañana y siempre. ¡Feliz Navidad!
Si quieres leer más artículos, sígueme en mis redes sociales:
Facebook: Reflexiones Cristianas Vive la Palabra
Instagram: @lilivivelapalabra
Blog: Vivelapalabra.com