El 25 de julio en Puerto Rico ha tenido diversos significados para diferentes sectores de nuestra población. Esa fecha, utilizada por los anexionistas para atosigarnos la infamia de la invasión estadounidense y por los “estadolibristas” que celebran la vergüenza del colonialismo.
Los Estados Unidos de América, invasores en 1898 de nuestra nación, junto a sus capataces de turno, continúan degradándonos en esa agonizante entrega de nuestro patrimonio nacional, de nuestra dignidad y de nuestra esperanza como seres humanos.
Pero hay otro 25 de julio en Puerto Rico que honra la memoria de dos puertorriqueños que ofrendaron su vida por nuestra nación. Hace 45 años en el Cerro de los Mártires fueron emboscados y asesinados cruelmente dos inocentes jóvenes boricuas, Arnaldo Darío Rosado y Carlos Soto Arriví, ejecutados por miembros de la policía de Puerto Rico en complicidad con las agencias de seguridad de los Estados Unidos.
Ese día se honra con amor y gratitud la memoria no tan solo de Arnaldo y Carlos sino de los miles de mártires puertorriqueños que han ofrendado su vida y su libertad por nuestra independencia. Esa misma tarde en el pueblo de Guánica, también se lleva a cabo el acostumbrado acto de repudio a la invasión de los Estados Unidos el 25 de julio 1898. En esta actividad participan diferentes organizaciones soberanistas y ha sido abanderada por el Partido Nacionalista Puertorriqueño.
Puerto Rico ha tenido que pagar caro sus luchas por la liberación de su pueblo. Son miles que así lo han hecho y todavía están atrincherados pues la lucha no ha terminado. Nuestra historia y sus héroes viven, porque los que defienden su Patria nunca mueren. La tristeza nos inunda, sin embargo, cuando vemos a miles de compatriotas humillados y denigrados ante el abuso impune a que los guardianes de la colonia nos someten.
Son muchos los que se esconden en el silencio impuesto por la costumbre. En nuestro archipiélago no habrá soluciones mientras los enajenados lo sigan siendo. Conocemos la verdadera historia, pero sabemos que los oportunistas y mercaderes que nos invadieron poco le importa.
Sabemos que Puerto Rico está en crisis. La negligencia, la incompetencia, la corrupción, la mentira, el engaño son la orden del día. Todo está en deterioro y la retórica ahuecada y falsa, no tiene límites. Los servicios esenciales han empeorado como nunca antes. La explotación y el desmadre en nuestras instituciones es cada día peor y el control de todo está en manos inescrupulosas.
Los gobernantes de turno se regodean en discusiones estériles y vanas. Tenemos a un pueblo aturdido por el desgano de 530 años de coloniaje y no quiere oír, ni ver y mucho menos hablar de nuestra difícil situación.
Vivir en Puerto Rico no es fácil, hay emociones que no se adormecen aun con el pasar de los años. Tristemente tengo que admitir, que mi Isla del Encanto ya no lo es.
Puerto Rico está sumergido en un estercolero colectivo monumental y no parece que nadie tenga los pantalones en su sitio para sacarlo de esa nauseabunda situación. No se escucha ni siquiera un suspiro inteligente de esperanza.
Nuestra nación sigue hundiéndose precipitadamente y citó a la periodista y escritora Wilda Rodríguez que en una pasada columna en el Nuevo Día (14-7-14) apropiadamente titulada “Apestada”, nos describe la situación reinante en nuestra isla. Nos dijo la periodista: “Vivo en un país detenido en el tiempo. Esperando el fin o esperando un milagro. No veo ni angustia ni desesperación como la que hay en otros países en crisis donde también están en su apogeo la fábrica de nuevos pobres y las clases políticas enviciadas. Veo un modo extraño de resignación … que nos paraliza.” Continúa diciendo: “los puertorriqueños viven como en un letargo colectivo en espera de que alguien o algo venga de la nada a salvarnos. O que un rayo nos acabe de partir.” Se pregunta ella: “¿Cuánto va a durar ese pasme? ¿Cuándo es que vamos a entender que ninguno de los dos partidos que se turnan el poder tienen la solución porque son el problema?” “Esa es la democracia, nos dicen y nos decimos. Así es que funciona. Esto es lo que hay. Y nos lo creemos sin cuestionarlo. Eso es ser imbecil.”
La columnista Rodríguez nos indica correctamente que “tenemos la idea de que somos un país capitalista con los problemas del capitalismo, pero lo que realmente somos es una colonia con los problemas de una colonia. Nosotros siempre hemos sido un país pobre con ínfulas que nos vendieron a plazos que ya no podemos pagar. Nos vendieron la idea de que calzándonos y poniéndonos un lazo de satín en el cabello… éramos presentables en sociedad. Más que presentables, éramos el sueño americano en español tomando piña colada bajo un cocotero”. Continúa la perspicaz escritora que, “entiende el colonizado aturdido; entiende la ignorancia de la mayoría; entiende la clase política corrupta y viciosa tratando de mantenerse a flote. Porque de flotar vive”.
“Lo que no entiende es la imbecilidad de los que se consideran inteligentes”.
Pero Wilda Rodríguez no está sola. La acompaña una población que, aunque no reconoce las razones de su malestar, está molesta. O peor, está cansada de esperar por un verdadero cambio que nunca llega.
Para finalizar quiero compartir con ustedes unas palabras del ganador del Premio Pulitzer y retirado periodista del New York Times y autor de varios libros, el profesor Chris Hedges en una charla en la Universidad Central de Connecticut, años atrás. Este explicó claramente lo inevitable del confrontamiento que los seres humanos tendrán ante la crisis en que vive el mundo. La opresión a la que está sujeta la mayoría de la humanidad no deja alternativas. Hedges le habló a un público de clase media, blanco y estadounidense. Uno de los presentes le preguntó al conferenciante si él no creía que este era el momento de entablar un diálogo sobre los asuntos de violaciones civiles y asuntos de inmigración. El profesor Hedges no titubeo con su respuesta: “Ya el tiempo del diálogo pasó, ahora lo único que resta es la calle, aunque puede que sea muy tarde”.
En Puerto Rico existen situaciones críticas.
Los puertorriqueños tendremos que decidir cuál ruta tomar.
Ojalá no nos equivoquemos.