“En tiempos de engaño universal, decir la verdad se convierte en un acto revolucionario”
George Orwell
En estos días difíciles nadie se sorprende de la violencia existente, no es nueva ni diferente. La historia está saturada de abusos y violaciones por siglos. Esos innegables hechos han sido alterados y manipulados para satisfacer la falsa imagen de un mundo que es religioso, pero “no discrimina”, es dadivoso, pero “es interesado”, hablan de “democracia” pero “no la practican”.
Crearon el mito de un mundo glorioso y admirable. Y lo han vendido bien.
Las barbaridades y atropellos que nos informan los medios noticiosos con una frecuencia alarmante no parecen tener sentido, pero tienen un profundo e inequívoco historial. El dolor de estos actos nos deben llenar de vergüenza a todos.
En un pasado parecía que la injusticia era más sutil, aparentando una mayor comprensión de parte de todos, pero no ha sido así.
Hoy el sistema de energía eléctrica en Puerto Rico persiste en su estado comatoso. Oscuras explicaciones por los ejecutores de esta solemne canallada, sostienen a los ciudadanos rehenes, sin esperanza en sus enmarañadas alocuciones. El pueblo puertorriqueño no se merece esto.
Las compañías que suministran la energía eléctrica en todo Puerto Rico en sus pocos años de servicio (4) se han caracterizado por su ineptitud y la insensibilidad que los ha acompañado a través del tiempo que han rendido servicios. Hospitales con servicios alterados; personas encamadas que sobreviven conectados a este servicio vital; instituciones educativas cerradas; comunidades que perdieron el servicio del agua; negocios con grandes pérdidas; emergencias médicas pospuestas. La continua pérdida del servicio de energía, sin mediar explicación alguna, ha desembocado en una nación paralizada por la incompetencia de un grupo de incapaces que se comportan como si fueran los dueños del mundo con la anuencia de políticos y otros cómplices gubernamentales.
La insensibilidad, el cretinismo y la avaricia se han tomado de la mano.
Los líderes políticos fanfarroneando de indignación ante el abuso, ya son harto conocidos y no gozan de credibilidad alguna. Los ejecutivos de estas compañías entienden que este es un negocio lucrativo y aprovechando la crisis nacional (huracanes, terremotos, deuda externa asfixiante, junta de control fiscal (EEUUAA), pandemia y una corrupción local institucionalizada), se aferran a la yugular de los puertorriqueños.
Los verdaderos y legítimos dueños de la nación, los puertorriqueños, se indignan, pero se hacen cómplices por su inacción de los canallas que nos humillan, que se burlan del dolor de todos, al no hacer nada. Los lamentos se escuchan por todos lados, pero la acción se esconde en los oscuros pasillos del miedo.
Todos esos elementos que ponen al desnudo nuestra angustiosa y dolorosa situación parecen llevarnos a una inevitable confrontación. Los indignados, los sufridos, los marginados, los que son víctimas de un sistema político -económico que no satisface las necesidades básicas del pueblo y donde el virus de la codicia corporativa amenaza con eliminar los más elementales rasgos de humanismo y dignidad, tienen que demostrar su capacidad para grandes transformaciones.
Tienen que buscar alternativas liberadoras. No son producto de la imaginación de un niño privilegiado.
Viven en las grandes ciudades y en los lugares más recónditos del archipiélago. Son los desempleados, son las víctimas de una violencia criminal aterradora, son los que sufren por las deficiencias de unos servicios médicos, son los que no tienen una educación transformadora, son los que reconocen que están perdiendo su patrimonio nacional, son los que se enajenan ante el dolor de sus circunstancias, son los que sufren hambre.
Los “otros” también existen. Son los que, como realeza antigua, creen que por sus venas corre la sangre del privilegiado, creen que hay que rendirle pleitesía como a los antiguos soberanos. Los pueblos ya conocen a los del nuevo cuño, como los Pierluisi y Trump, para mencionar un par.
Han visto a los calcos de los delincuentes del pasado, esos políticos de poca monta que están dispuestos a cualquier cosa. No hay duda de que se podrían seguir añadiendo nombres locales, nacionales o internacionales. No hace falta, son harto conocidos.
A esos pocos les importa ese pueblo. Excepto cuando quieren coronarse como los reyezuelos de la comarca, entonces adulan, saludan y escuchan hasta que regresan a sus seguros y prístinos vecindarios donde apresuradamente se desvinculan de cualquier contacto con nuestros semejantes.
Los que se creen tener la exclusividad de sustentar el poder como Juan Carlos de España que todavía creía que los dioses le habían otorgado permiso para mandar a callar al que él le diera la gana. Se equivocó.
La historia lo condenará.
Esa gran mayoría de la población mundial tiene una gran responsabilidad con las generaciones presentes y futuras y la violencia por más sutil que sea engendra violencia. Tengamos eso siempre en cuenta.
Los líderes locales y nacionales, todos, piden calma y paciencia. Invitan al diálogo, para que el cambio esperado llegue. Por siglos nunca ha llegado. Pero Cristo no sacó con rezos a los fariseos que violaban el templo. Ni Washington sacó a los ingleses de las colonias con flores. Ni Bolívar expulsó a los españoles con calma y paciencia.
¡Cuidado! La historia tiende a repetirse cuando la paciencia se agota.
Para los puertorriqueños que están comenzando a reconocer la historia de nuestra nación, la discriminación no es nada nuevo especialmente cuando ha sido acompañada por más de 500 años de indignante colonialismo. Hoy el destino que aparenta acorralarnos, parece ser la llave que nos desencadenara de los opresivos grilletes. Es hora de que la oscuridad que nos inmoviliza se torne en luz y energía y que nos alumbre el camino para romper con los hilos que entumecen nuestras acciones.