Por Aníbal Brea /Columnista
Si hay algo que no ha cambiado, ni cambiará, es la máxima de que la América será siempre para los americanos. Ciertamente que por cierta que sea, su interpretación dependerá igualmente de quien la pronuncie, si en el sur o el norte del continente.
Este tema adquiere mayor relevancia ante la ofensiva (esencialmente comercial, hasta ahora) de la cada vez más económicamente poderosa República Popular China particularmente en América latina y el Caribe.
En el pasado, cuando la China se llamaba “comunista”, todo era diferente, se trataba de ganar espacios ideológicos, pero la derrota generalizada de esas experiencias, obligó a los chinos a adoptar, para sobrevivir, el modelo capitalista, cuya destrucción supuestamente se buscaba, lo que hizo las cosas algo más complicadas.
En ese contexto de una “nueva época”, aparece otra China, renovada, despojada de apelativos ya inútiles, de los que comenzó a deshacerse desde que Mao Se Tung desapareció físicamente del escenario y tomó las riendas Deng Xiaoping, artífice de un realineamiento de lo que él entendía era ya la derrota de un modelo y la necesidad de asumir otro, el de quienes habían vencido en esa guerra que, por suerte, nunca dejó de ser Fría, al menos en lo que a las grandes potencias de entonces se refería.
Esa renovada versión de la ancestral China, por supuesto, induce a la administración norteamericana a “alzar la voz” para recordar, a quienes se sientan tentados a olvidarlo, que las incursiones chinas en la región, no pueden, en ningún caso, erosionar la preeminencia de Estados Unidos.
A la América latina, por razones materiales obvias siempre le ha convenido estar cerca de Estados Unidos. Aunque a veces, la demasiada cercanía, se traducía en deplorables inconveniencias (ocupaciones militares, promoción de golpes militares, derrocamiento de gobiernos).
El resultado, sin embargo, ha sido que las mencionadas inconveniencias, dan paso a otro tipo de relación, en la que Estados Unidos, en resumidas cuentas, mantiene su hegemonía, sin importar cual, de los partidos, Republicano o Demócrata, ocupe la Casa Blanca.
Independientemente de cómo muchos latinoamericanos se puedan sentir con relación a Estados Unidos por razones históricas, existe una proximidad no solo geográfica de ambas partes de las Américas, sino también cultural, entre otras cosas porque las puertas de Estados Unidos han estado casi siempre abiertas a las migraciones de la parte sur del continente.
Ese tipo de colaboración, ha sido, es y seguirá siendo fructífero tanto para Estados Unidos como para sus vecinos del Sur. Y esa constante no variaría radicalmente, ni siquiera por la expulsión de Estados Unidos, de miles de latinoamericanos inmigrantes indocumentados, enviados de vuelta a sus países.
A la luz de esas realidades, la entrada de China en la región, buscando terrenos de competencia en todas las áreas, incluyendo la política, todavía se puede caracterizar de menor, pese a su crecimiento.
Naturalmente, ese proceso puede ser incluso arriesgado para los dirigentes latinoamericanos que acepten entrar en ese juego, a la luz, sobre todo, de reivindicaciones norteamericanas sobre el Canal de Panamá, o la advertencia de que autoridades norteamericanas podrían incursionar en territorio mexicano, para combatir las bandas criminales que trasiegan drogas y seres humanos por la frontera que separa a los dos países. Sin olvidar las crecientes tensiones con Venezuela, reflejadas recientemente en el anunciado hundimiento de barcos de ese país por parte de la armada norteamericana y los esfuerzos, hasta ahora fracasados, del gobierno de ese país en encontrar alguna vía de entendimiento con Estados Unidos.
Pese a esos intríngulis, no es tarea simple reemplazar hábitos seculares, porque el acercamiento de China con la región no es para compensar lo que se pueden considerar carencias de parte de Estados Unidos, sino claramente para competir por espacios, sin que dejen de aparecer oídos receptivos a los apremios chinos, expresados, concretamente en el mecanismo llamado BRICS, del que es parte, hasta ahora, Brasil.
Ahora bien, esas dinámicas tendentes a promover independencia frente a un determinado centro (Estados Unidos), están llamadas realmente, a promover dependencia en otros centros (llámense BRICS, Unión Europea o simplemente China).
Y aunque ciertamente hay otras problemáticas que afectan negativamente las relaciones entre Estados Unidos y algunos países latinoamericanos, algunos medios han dado bastante importancia a la decisión del Departamento de Estado, de cancelar las visas norteamericanas de centroamericanos sospechosos de hacer el juego de China en la región.
Así, resultan obvios los esfuerzos norteamericanos por mantener una presencia más notable en la región, como especie de aviso a quienes, (especialmente China), buscan ocupar un terreno hasta ahora vedado por la historia y la política, sin olvidar la geografía que acerca, quiérase o no, a la América latina y el Caribe y sus vecinos, Estados Unidos.