Queremos vivir en un país en el que todo el mundo sea tratado con respeto, sin importar de dónde venga o su color de piel. Queremos vivir en comunidades donde todos podamos ser libres de ser quienes somos y cumplir nuestros sueños. Queremos vivir sin miedo, sin temer al crimen, a la enfermedad o a que alguien rompa nuestras familias por el mero hecho de ser distintas o de haber nacido lejos de aquí.
Las elecciones de este martes en Estados Unidos representan, por desgracia, un inmenso golpe a estas aspiraciones. El país ha escogido como presidente a un convicto que intentó deponer el mismo régimen democrático hace apenas cuatro años. Un hombre que ha hablado abiertamente de perseguir a quienes no piensan como él, de romper familias y de despreciar a aquellos que no encajan en su definición de lo que es América.
Habrá tiempo y otras columnas para reflexionar y analizar en detalle los orígenes de este cambio político. Es demasiado pronto para hablar sobre grupos demográficos, esa cosa nebulosa mal llamada “voto latino”, y lo que sucedió durante la campaña electoral. Lo que parece obvio, sin embargo, es que el Partido Demócrata ha sido incapaz de ofrecer una respuesta convincente a los miedos y aspiraciones de muchos votantes de clase trabajadora, quienes han acabado por darles la espalda.
El cambio a nivel nacional, no obstante, no ha sido uniforme. En Connecticut, las elecciones al legislativo estatal se han movido en dirección contraria al giro reaccionario que hemos visto en la presidencia. El martes, cinco representantes estatales republicanos, muchos de ellos en distritos en los que ganó Donald Trump, fueron derrotados por candidatos con un mensaje centrado en hablar y responder a las necesidades de la clase media y trabajadora. Lejos de las abstracciones y la condescendencia de los demócratas a nivel nacional, estos nuevos legisladores han ofrecido soluciones concretas, hablando a los votantes de tú a tú.
Esto tiene dos implicaciones significativas. Primero, los votantes están dispuestos a apoyar a aquellos que ofrezcan soluciones, no excusas o rodeos abstractos. No es en absoluto accidental que todos estos candidatos victoriosos en Connecticut habían recibido el apoyo del Partido de las Familias Trabajadoras; son gente práctica, honesta, y están en política para defender a la gente común, no los ricos de siempre.
Segundo, y mucho más importante a corto plazo, Connecticut va a tener, a partir de ahora, el deber de ser un refugio frente a esta oleada reaccionaria que nos viene. De hecho, deberá ir más allá: nuestro estado tendrá la responsabilidad de construir y ejercer de alternativa a ese modelo, convirtiéndose en un baluarte en defensa de nuestras libertades y derechos. Un lugar donde todos, sin excepción, podamos vivir sin miedo y tener la oportunidad de prosperar.
Sabemos que podemos hacerlo. A pesar de nuestras dificultades, problemas e injusticias en nuestro estado (segregación económica, precio de la vivienda y un largo etcétera), Connecticut es uno de los estados más prósperos, seguros, abiertos y libres. Este es un lugar en el que dotamos a nuestros hijos de las mejores escuelas, donde aquel que tiene un sueño puede construir una vida mejor para él y para su familia. Somos uno de los estados con una esperanza de vida más larga, menor tasa de pobreza y crimen. Protegemos el derecho al aborto y nos oponemos con fervor a que otros decidan sobre nuestras vidas y aspiraciones.
Para ello, los legisladores de nuestro estado deben estar dispuestos a dar un paso adelante. Eso les exigirá, por un lado, escuchar y entender que los votantes les piden soluciones, no proclamas o medidas simbólicas. Por otro, deben estar dispuestos a defender sus valores, nuestros valores, de forma abierta, decidida y sin esconderse. Hablar, con orgullo, de los ideales de libertad y justicia a los que debemos aspirar.
Lo más importante, no obstante, es que no podemos dejarlos solos. A los políticos, debemos exigirles que hablen claro, que ofrezcan soluciones, que sean honestos. Pero, por encima de todo, no podemos delegarles la defensa de nuestros valores y derechos. Durante los próximos años, nuestro deber será defender quiénes somos, esta sociedad abierta, justa y que no quiere dejar a nadie atrás.
Tenemos mucho, mucho por hacer.