“El tiempo es vida y consumir el tiempo en no hacer lo que se debe, es consumir inútilmente la existencia”. Eugenio María de Hostos
El camino al infierno está lleno de buenas intenciones. Nosotros los puertorriqueños, en claro detrimento de nuestra propia existencia, vivimos peligrosamente al borde de ese infernal abismo. Ese camino que hemos recorrido a través de los siglos, exaltado por nuestra belleza tropical y ensalzando a nuestros héroes y heroínas, pero tristemente plagado con rigurosa evidencia por distorsiones y engaños.
Nuestra nación ha sido víctima de la fuerza explotadora de los imperios que sin pudor alguno se han burlado de los puertorriqueños y de la humanidad, aun cuando todavía claman de un falso y mal usado mandato divino. Recordando a todos de esa repugnante contradicción entre lo que se dice y lo que se hace.
Pero todavía el sol nace por oriente y se pone por occidente. Los pobres siguen siendo más pobres y los ricos más ricos. Los miserables se hacen más poderosos a costa de los más débiles; los serviles continúan en su lastimoso rol de sometidos y los humildes siempre con su estoico silencio ante sus penurias. Todos se preguntan el porqué de esto y escuchamos una voz sabia advirtiéndoles que ¡la fiebre no está en la sábana!
Es imperativo entender que el pueblo puertorriqueño no decidió por iniciativa propia mantenerse por más de 500 años en la denigrante condición colonial. Las circunstancias de las diferentes épocas, primero con España y luego con los Estados Unidos han sido factores que han opacado los intentos de liberación nacional. Las fuerzas represivas de ambos imperios han promovido el estrangulamiento económico, una imposición educativa mediocre, una emigración forzada y la entrega de nuestro patrimonio nacional a grupos que han mercadeado nuestra dignidad y nuestros haberes.
La ilusión
Luego de aquellos apasionados eventos del verano del 2019, surge la ilusión de haber alcanzado la anhelada libertad que vencería los miedos inculcados del pasado.
Pero ese antiguo enemigo estaba intacto, arraigado en las más recónditas guaridas de la mente humana, esperando el menor desliz de cualquiera de sus acérrimos enemigos, fueran estos la ilusión, la confianza, la esperanza o los anhelos de la libertad de pensamiento. Fue una lucha donde triunfó ese mal de males: el miedo; esa turbia, pero poderosa emoción ha controlado las acciones de nuestra nación por siglos. Para vencer a esas fuerzas que nos achican, como animales en un corral les sugiero que sigamos las palabras de Albert Einstein de que “si buscas resultados distintos, no podemos seguir haciendo lo mismo”. Si alguien te dice que tienes que aprender a escuchar, contéstale que la nación puertorriqueña lleva más de 500 años escuchando y tratando de que nos escuchen y que ha sido un ejercicio fútil y vergonzoso. Sugiero entre otras cosas que tenemos que conocer el pasado para no cometer los mismos errores en el presente y entonces poder construir un mejor futuro.
La Naturaleza
También nuestra madre naturaleza nos advierte de vez en cuando y con duros golpes, los ambiciosos intentos de violarla, dejándonos saber que su paciencia ya está agotada, pero los trogloditas retándola como poderosos dioses y en nombre de la infinita codicia, continúan la explotación inmisericorde de la Tierra.
Temblamos cuando tiembla la tierra, nos escondemos cuando soplan los vientos y corremos cuando nos inundan las aguas. Los fértiles llanos se secan, las costas desaparecen, el dolor de la tragedia afecta nuestra frágil existencia. Algún soberbio apuntó que todas las clases sociales son afectadas, pero uno más sabio observó que la mayoría, los desamparados, siguen siendo los más perjudicados.
Preguntaba un ignorante: ¿Qué pasa?, ¿A quién hemos ofendido? Contestándole el sabio: ¡La fiebre no está en la sábana!
Política
El mundo sigue ardiendo, los poderosos asesinan en nombre de la desacreditada democracia, no importa cuántas leyes internacionales se violen. Se bombardea con pasión con la excusa de salvaguardar los derechos humanos de unos, aunque en el proceso se aniquilen y se violen los derechos de cientos de miles más.
En mi Puerto Rico la situación es peor. Continúan las atrocidades: el desempleo está rampante; la educación dirigida por charlatanes; la salud y la justicia cogidas de la mano en deterioro galopante. El crimen, los asesinatos, la injusticia no hay quien la pare.
Nos exigen que se cumplan con las reglas de crédito a los que les roban el patrimonio a los pueblos del mundo. Se les exige sacrificios a los ya sacrificados sin que la jauría de acomodados devuelva lo saqueado. Impera la corrupción.
Con murmullos ensordecedores se escuchan a los quejosos en todos los rincones de Borinquen. La gente aturdida y cansada no parece saber ni para dónde van ni de dónde vienen. Parecemos un rebaño de desesperados sin liderato y sin metas. Todos parecen saber que hay crisis. Alguien pregunta: ¿Qué hacer? Otros afirman: ¡Tenemos que cumplir, somos responsables!
De súbito, se nos nubla el entendimiento, huimos de la razón, prevalece la sin razón.
Se oyen voces que claman que: ¡los boten!; ¡que se vayan!; otros suplican ¡basta ya de esta podredumbre! Los tradicionales se lo achacan a la economía, a las drogas, a las armas, a la educación, a los valores. Los tontos no se preguntan: ¿quién ejerce el poder?; ¿de dónde vienen estas?; ¿Quién controla la entrada? ¿Quién se beneficia de esto? El sabio repetía la respuesta: ¡La fiebre no está en la sábana!
A la fragilidad de la vida le sumamos la ausencia de valores, la falta de escrúpulos o carecer de un verdadero sentido de justicia, entonces nos queda muy poco.
La esperanza está en que todos nos indignemos. Pero lo más importante es que nos comprometamos. Se necesitan verdaderos líderes pensantes, de irreprochable conducta, liberados de los temores inculcados por el pasar de los tiempos. El planeta donde residimos necesita de obreros, de los intelectuales, de los ricos en espíritu, necesita de todos los que tengan conciencia de que tenemos que poner el mundo a salvo de los depredadores que lo amenazan. Tenemos que tomar la responsabilidad de salvaguardar la humanidad, para entonces poder entender al que sabía más por viejo que por sabio y que incansablemente advertía:
¡La fiebre no está en la sábana!