La razón por la que Dios no obra en la vida de algunas personas es por su falta de oración. Si tú no estás orando es porque no crees necesaria la ayuda de Dios. Craso error. ¡Dependemos totalmente del Señor!
Una mujer dijo que empezó a orar por primera vez cuando su matrimonio se arruinó. Un ejecutivo muy ocupado elevó una plegaria al cielo cuando su pequeño hijo enfermó. Durante las crisis más profundas los autosuficientes buscan desesperadamente a Dios, pero en los días de salud y prosperidad se dedican a los afanes de la vida diaria y se olvidan del Señor.
Dios llama a sus hijos a orar en todo tiempo (Ef. 6:18). Su deseo es que suelten las preocupaciones y se dediquen a orar con acción de gracias por todas las cosas (Fil. 4:6). Hablar con Dios debe ser un hábito en todo cristiano.
Si estás casado, ora por tu matrimonio. Entrega en las manos del Señor cada área de la vida de tu cónyuge: salud, decisiones, metas, temores, tentaciones y relaciones. No esperes hasta que todo esté perdido para comenzar a orar. Confíale tus hijos a Dios y enséñalos a orar; es la mejor herencia que les puedes dejar.
Ora de acuerdo con la voluntad de Dios. Si no sabes cómo hacerlo, no te preocupes, la Biblia asegura que “el Espíritu mismo intercede por nosotros con gemidos indecibles” (Ro. 8:26). Esto quiere decir que nuestras oraciones son dirigidas por el Espíritu Santo. Él escudriña nuestros corazones, conoce nuestra mayor necesidad y nos consuela en medio de la debilidad y el dolor.
Según el catecismo menor de Westminster, la oración es un acto por el cual el creyente manifiesta a Dios, en nombre de Cristo, el deseo de obtener aquello que sea conforme a Su voluntad, confesando al mismo tiempo sus pecados y reconociendo con gratitud Sus beneficios” (Sal. 10:17; Jn. 16:23).
En la comunión con Dios hallarás paz y contentamiento espiritual. Para tener una vida de oración ferviente necesitas ser intencional. Planifica los momentos diarios con Dios. Busca un lugar apartado y silencioso donde puedas tener una conversación profunda e ininterrumpida. Levántate temprano cada día. Ora antes de que la familia se despierte y, al final del día, cuando todos se hayan ido a la cama.
No caigas en la trampa de pasar por alto el tiempo de oración diaria. Haz de la oración tu prioridad. Los cristianos tenemos un llamado a orar sin cesar (1 Tes. 5:17). Esto es perfectamente posible si mantenemos la mente enfocada en Cristo.
Te daré varios ejemplos. Si estás a punto de entrar a una reunión en la oficina, ora para que haya armonía entre los miembros del grupo y lleguen a un consenso. Si estás lidiando con la malcriadez de un niño, ora para que Dios te ayude a mantener la calma y a disciplinarlo con sabiduría. Si te das cuenta de que has herido a alguien con tus palabras, ora para que Dios te perdone y te ayude a ofrecer disculpas.
Como puedes notar, la oración es un estilo de vida. Es estar consciente de la presencia del Espíritu Santo en nuestro interior. El mayor privilegio de un ser humano es hablar con Dios. Esto era imposible antes de la cruz. Ahora, gracias al sacrificio de Jesucristo, los creyentes podemos hablar con Dios como quien habla con un amigo.
¡Qué maravillosa realidad! Meditar en estas cosas me anima aprovechar mi amistad con Dios. Mientras más oro, más tranquila me siento. Tengo una sensación de calma y alegría indescriptible. Me siento confiada y segura, porque sé que Dios oye mis ruegos, y si los oye, a Su tiempo y de acuerdo con Su voluntad, me dará lo que le he pedido (1 Jn. 5:15).
Los oídos de Dios están siempre atentos a la oración de sus hijos (Sal. 34:15). Él no se olvida de ninguna de nuestras peticiones. “Si permanecen en Mí, y Mis palabras permanecen en ustedes, pidan lo que quieran y les será hecho” (Jn. 15:7).
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