United Illuminating, nuestra entrañablemente incompetente compañía eléctrica, lleva años intentando modernizar sus infraestructuras. Su cableado local, viejos y obsoleto, sufre daños con frecuencia, provocando apagones con frecuencia. Las torres de alta tensión, enormes y oxidadas, son cada vez más difíciles de mantener en servicio.
Después de tanto abandono, la empresa por fin se ha decidido a actuar. Su plan: sustituir parte de la infraestructura más ineficiente y cara del estado a lo largo de la costa, construyendo torres de alta tensión más modernas fiables, llamadas monopolos, junto a la línea de Metro-North.
Parece fácil: menores costes, una red más estable y tarifas más bajas a largo plazo. ¿Quién podría estar en contra?
Pues resulta que bastante gente. El asunto de los monopolos lleva tres años dando guerra en el condado de Fairfield, con batallas por los permisos, rediseños sin fin y retrasos eternos.
Como en cualquier pelea de este tipo, los opositores han fichado abogados con una lista interminable de agravios. Los 100 monopolos previstos ocuparían 20 acres de terreno y requerirían talar unos 6,5 acres de árboles. Puede sonar a mucho, pero hablamos de un tramo de 7 millas: cada poste estaría a más de un campo de fútbol del siguiente. Y todo ello en un corredor ferroviario que ya está flanqueado por estructuras altas repletas de cables.
Algunos proponen soterrar las líneas, para reducir el impacto visual y evitar expropiaciones. El problema es que eso costaría una fortuna —500 millones de dólares como mínimo, probablemente bastante más— y seguiría exigiendo abrir zanjas en algún lado. Además, dejaría intacto todo el cableado que ya existe para el ferrocarril – que los monopolos, de instalarse, substituiría parcialmente.
La oposición a este proyecto es un ejemplo perfecto de cómo cualquier proyecto en el estado acaba costando una fortuna. Llevamos años escuchando a reguladores y legisladores quejarse de lo ineficientes que son nuestras eléctricas y de lo obsoleta que está la red. Y llevamos años viendo cómo cada intento de modernizarla queda atascado en un cenagal de permisos, demandas y papeleo, con una legión de reguladores exigiendo cambios sobre cambios antes de permitir que se ponga la primera piedra. Los monopolos, sin ir más lejos, necesitaron la bendición de siete agencias y siete municipios distintos antes de poder empezar.
Y eso fue antes de que el gobernador y los legisladores se sumaran a la fiesta, pidiendo todavía más cambios.
En infraestructura, cada retraso cuesta dinero. Cada rediseño infla el presupuesto. Cada trámite abre la puerta a más exigencias. Y cada año que pasa sin sustituir lo viejo significa malgastar dinero manteniendo un sistema caro y obsoleto. Todo eso, al final, acaba en nuestra factura de la luz. Esos 20 acres de terreno y esos árboles pueden ser preciosos y las vistas desde el tren sin los monopolos tren una cosa maravillosa, pero el coste de no hacer nada es real, crece sin parar y lo pagamos todos.
No soy ingeniero eléctrico, así que no puedo dar una respuesta técnica sobre la mejor solución al drama de los monopolos. Pero sí puedo decir, como alguien que paga cada mes su factura a United Illuminating, que Connecticut necesita encontrar un equilibrio mejor entre trámites interminables —que convierten la aprobación de cualquier proyecto en un suplicio jurídico— y la necesidad de construir. No tiene ningún sentido que sustituir una línea de transmisión requiera once años, con políticos apareciendo al final para echarlo todo abajo y exigir cambios de última hora.
Llevamos demasiado tiempo escuchando que Connecticut es carísimo, que las tarifas eléctricas son un desastre y que aquí nunca se hace nada. Quizá haya llegado el momento de tener en cuenta también lo que cuesta no hacer nada.
Una nota final sobre otro tema distinto: desde hace tiempo defiendo en estas páginas que la mejor manera de bajar el precio de los alquileres es construir más vivienda. El mes pasado, Stamford, New Haven y Hartford registraron caídas en los índices de alquiler. Este año se han entregado varios edificios nuevos, y los propietarios, se han dado cuenta que los inquilinos ahora tienen donde escoger. No estamos construyendo lo suficiente, ni de lejos, pero es una señal clarísima de lo que tenemos que hacer.