Por Aníbal Brea
Generalmente las personas más jóvenes se rebelan ante sus mayores, en busca de conquistas de tipo personal, generalmente de “menor” cuantía, tal como más tiempo vagando con las amistades, o jugando en la tableta o en el teléfono y, quizás, hasta pudiendo tener algunas escapaditas personales con la persona preferida.
Lo que está ocurriendo ahora es que, de nuevo, como solía ocurrir en el siglo XX, los jóvenes se colocan a la vanguardia de los movimientos populares con reclamos de acceso a las oportunidades que ofrece un mundo cada vez más dominado por la llamada inteligencia artificial.
Son los protagonistas principales de las redes sociales y practican, quizás en demasía, la comunicación digital en detrimento de la comunicación personal. Pero no todo es negativo en este tipo nuevo de interacción, pues dado el avance de la inteligencia artificial, este tipo de comunicación indirecta, favorece altos niveles de colaboración, lo que determina que los grandes emporios les estén sacando grandes beneficios a esa constante. No todo es negativo, pero tampoco, no todo es positivo.
Por el momento, el continente africano está siendo el más “afectado” por este nuevo virus de rebelión y reivindicaciones, que algunos afectados (especialmente gobiernos) califican de “manipulación juvenil”. A tal punto ha sido contundente el movimiento, que ya barrieron esos jóvenes, con los gobiernos de Madagascar y de Nepal e incluso, hasta en el generalmente estable Marruecos, los jóvenes se han lanzado a denunciar el dispendio de los bienes públicos y la corrupción, donde más de una tercera parte de los jóvenes no tiene empleo, al tiempo que se invierten recursos exorbitantes en la preparación de la copa mundial de futbol (2030).
En África, el promedio de edad de la población es de 19 años, pero casi todos sus dirigentes políticos son septuagenarios. Como muestra, en Camerún, su nonagenario presidente recién “ganó” su octava elección desde 1992. Con razón, la generación Z comienza a dar signos de impaciencia.
Nacidos a principios de la década de 2000, los miembros de la Generación Z se han visto moldeados por el entorno social único en el que se han estado desarrollando. Y, aunque el fenómeno de la generación Z lanzada a las calles ha sido más espectacular en África, otros países también han sido “contaminados” por ese “virus” de quienes se han preparado para ejercer el futuro y a quienes el sistema le cierra las puertas en las narices, al considerar que a los jóvenes solo les interesa TikTok y otros recursos similares, sin tomar en cuenta que, precisamente, esos instrumentos de comunicación de masas, son los que han servido como elemento aglutinador.
Naturalmente, las expectativas de los jóvenes cuentan con diferentes categorías de posibilidades, porque no es lo mismo ser joven y soñar con un futuro en un país desarrollado con una tasa de desempleo juvenil que oscila entre 10 y 15% y relativos bajos niveles de corrupción oficial, y el de países pobres, como los mencionados en África, donde esa tasa puede llegar a más del 60% y donde la corrupción a nivel de los estamentos oficiales es la norma.
Países de gran población, como la India, han encontrado una forma novedosa de responder a ese desafío, entrenando a esa juventud en tecnologías avanzadas y buscándole espacio en Estados Unidos (aunque ahora tendrán que pagar $100 mil dólares para poder ofrecer esos conocimientos),en la Unión Europea, Japón y Corea del Sur.
Así, es lógico que manifestaciones crecientes de rabia popular/juvenil tengan mayores efectos en países donde la pobreza imperante no solo cierra puertas, sino que apenas las abre.
Por supuesto, no es la primera vez que se producen movimientos de esa naturaleza y la verdad es que, pese a su fortaleza inicial, han terminado por ser “recuperados” por el establishment, lo que indica, entre otras cosas, que cambios de gobiernos no implican automáticamente, satisfacción de demandas populares.
Por lo demás, siempre existen los intentos por manipular ese movimiento popular, que no tiene una estructura organizativa ni lideres y en el que coexisten quienes promueven los cambios favorables a la generación Z y quienes, como en “rio revuelto”, quieren pescar para su propio beneficio, sin hablar ya de los reducidos segmentos de “alborotadores” cuyo único propósito, es crear desorden y caos.
Lo que tiene lugar en este año de 2025 es algo así como la repetición de ciclos vividos en el pasado reciente. Cualquier cosa ocurrida en otra época (revolución cubana, lo del Chile de Allende, las independencias africanas) corresponden a contextos bien diferentes y responden más a necesidades individuales que a la esperanza de cambiar el mundo.
Lo de ahora sería más bien resultado de las frustraciones de una generación de jóvenes que, en medio de su desesperanza observa la obscena realidad de pequeños grupos cada vez más ricos y multitudes cada vez más pobres.
Pero probablemente, la aspiración no es derrumbar el viejo sistema, sino de recibir la parte que, con justicia, les debería corresponder y que las elites gobernantes en el mundo en desarrollo no han evolucionado lo suficiente como para entender y apreciar el papel de esa nueva generación y los peligros que entraña seguir ignorando sus reivindicaciones y la importancia de lo que representan en un mundo en el que la inteligencia artificial comienza a reinar.