La prensa occidental inmediatamente reaccionó presentando la situación como un “deleznable acto terrorista” de fanáticos musulmanes, “sedientos de sangre”, sin considerar la historia y el marco general en que se inscribe esta.
Cohetes disparados hacia los poblados de Israel, produjeron la muerte calculada en alrededor de 1,000 personas. La respuesta del régimen israelí no se hizo esperar, ejecutando operaciones de alta precisión, matando inmediatamente alrededor de 1,500 civiles en la Franja de Gaza, zona ocupada por el sionismo ultraconservador: “la cárcel al aire libre más grande del mundo”, según dicen. Las represalias del gobierno de Netanyahu, asesinando cuanto civil palestino encuentre en el camino, parece “justa y necesaria”. Ni un solo político de las democracias capitalistas dice una palabra en contra. Pero ¿no es eso una carnicería, similar a los campos de concentración del nazismo?
El pueblo judío ha sido, desde el legendario éxodo bíblico, un colectivo marcado por la exclusión, la persecución, el escarnio. Proceso milenario que concluye con el Holocausto a manos de la locura nazi, donde murieron seis millones de sus miembros. Sin ningún lugar a dudas, su historia como pueblo ha sido sumamente sufrida, como la de tantos otros grupos en la humanidad.
Hoy día el Estado de Israel lleva a cabo una política de terrorismo y agresión pavorosa; absolutamente nada lo puede justificar y los atropellos que cometen contra el pueblo palestino son tan atroces como las que sufrieran los judíos en los campos de exterminio de Europa durante la Segunda Guerra Mundial. No se puede decir que “el pueblo judío” está llevando adelante esta política, en realidad es una política del Estado que pretende consolidar una ocupación permanente sobre los territorios palestinos que Israel ilegítimamente anexionó con violencia en 1967 y que, pese a una enorme cantidad de resoluciones de Naciones Unidas, se niega a abandonar. Política que se ha profundizado con asentamientos de colonos israelitas en el territorio ocupado, con asesinatos selectivos a los que nos tiene más acostumbrados, donde campea la más odiosa impunidad. Son los gobernantes judíos, respaldados por todas las administraciones estadounidenses, no importa sean republicanas o demócratas, los verdaderos responsables de toda esta situación explosiva, que termina con montañas de muertos. Una visión simplificada de la situación de esta región pretende hacer ver la lucha entre judíos y árabes como una vieja disputa entre hermanos que compartieron un ancestral territorio, marcados por diferencias religiosas. La verdad que este conflicto no es religioso, ni tampoco étnico, por cuanto los palestinos son tan semitas como los judíos y durante siglos han convivido en paz. Es un conflicto de proyectos estratégico-militares, internacional y territorial, con grandes intereses económicos de por medio. Desde su nacimiento como estado independiente el 14 de mayo de 1948, la historia de Israel no ha sido sencilla. En realidad, si bien amparándose en el deseo histórico de un pueblo paria de tener su propio territorio, surge como estrategia geo-imperial de las grandes potencias occidentales. La vergüenza y el respeto que hizo sentir el Holocausto de seis millones de judíos preparó las condiciones para que ese nacimiento pudiera tener lugar. Una “compensación histórica”, podría decirse. Claro que no debe dejar de mencionarse la desproporción de poderes que se juega ahí: muchísimos pueblos, en la sangrienta historia de la humanidad, fueron masacrados (indígenas de todo el continente americano a manos del imperio español y luego por la naciente nación estadounidense). Pero el pueblo judío, dado su indudable poder económico en el mundo moderno, ha hecho del Holocausto en los campos de exterminio nazi la más mediática de todas esas atrocidades. Por ejemplo: ¿cuántas películas se han hecho de las 626 masacres de población maya durante los años de la guerra interna en Guatemala? Todos somos iguales…, pero hay algunos más iguales que otros. ¿Vale más un judío que un maya?
No es ninguna novedad que Israel vive, en muy buena medida, de la “cooperación” estadounidense: 3 mil millones de dólares al año. Por un complejo anudamiento de intereses, el lobby hebreo de la super potencia -con un gran poder de cabildeo, sin lugar a dudas- ha conseguido que tanto la administración federal como importantes sectores de la iniciativa privada, destinen recursos a Israel. La inversión, por supuesto, no es gratuita, cumple a la perfección su mandato, no muy oculto, de defender intereses extrarregionales: es el guardián armado hasta los dientes que la geoestrategia estadounidense destina a la región. La inestabilidad, los conflictos y las guerras periódicas son el medio funcional para el florecimiento de los negocios de las corporaciones de la industria de armamentos y de las grandes empresas petroleras.
¿Por qué el Estado de Israel se ha transformado en una potencia agresora, militarista, invasora? ¿Por qué está armado hasta los dientes, y siempre dispuesto a utilizar ese armamento? Dicho sea de paso: como una potencia nuclear –oficialmente negado y siempre reconocida – se coloca como la cuarta o quinta potencia atómica del mundo.
Esta operación militar-policial en gran escala que las fuerzas israelíes efectúan con la más campante impunidad no tiene por objeto impedir atentados terroristas, sino aniquilar la militancia palestina – “todos los palestinos son sospechosos de terrorismo”- como paso necesario para disciplinar a este pueblo, al que se pretende seguir ocupando y controlando, y a toda la región, en definitiva. Las potencias europeas, cada vez más en la cola de Estados Unidos, hacen el coro a Washington y condenan con vehemencia al fundamentalismo islámico, poniendo a Israel como la gran víctima.
La inestabilidad, los conflictos y las guerras periódicas son el medio funcional para el florecimiento de los negocios de las corporaciones de la industria de armamentos y de las grandes empresas petroleras.
El siempre mal definido terrorismo es un “monstruo” que ataca la libertad y la democracia, así como el narcotráfico representa el cáncer a combatir en Latinoamérica. La industria bélica necesita enemigos y ahí están ellos siempre listos para ser combatidos. Hay que destacar lo perverso de las religiones, acrecentado en forma exponencial por el uso “malintencionado” que se puede hacer de ellas cuando se las transforma en meras estrategias políticas, alimentando fundamentalismos que lo único que logran es obscurecer el espíritu crítico en las masas, tanto en las escuelas musulmanas como en el ortodoxo sionismo judío. O también en cualquier otra religión, como en el neopentecostalismo evangélico que adormece a las masas latinoamericanas.
El imperialismo estadounidense, necesita la guerra. Este lucrativo negocio produce 70,000 dólares por segundo a nivel mundial, casi nada. Un Medio Oriente en llamas es un buen negocio para el complejo militar-industrial norteamericano, Israel cumple una misión histórica para el sistema capitalista, por eso los “amos del mundo” le toleran impunemente todos estos infames atropellos.
El derecho a vivir dignamente
Tenemos que rescatar la confianza incautada por los mercaderes de la vileza, los que se han apoderado de este mundo sin autorización para hacerlo. No queda otra alternativa que la defensa de lo que es digno y justo, que es un derecho inalienable de todos. Vivimos en una negación de lo que nos rodea. Todos queremos confiar en que colocamos nuestras vidas en manos de personas que van a ser justas y ecuánimes. Queremos creer que los que dirigen nuestro mundo son los que con cristalina limpieza nos protegen, los que toman las decisiones que beneficien a nuestros pueblos. Pero no es así.
Hemos perdido la fe en un sistema que le ha fallado a la humanidad. Nos han destrozado las esperanzas, viviendo en un mundo donde el engaño se ha convertido en la regla. Al materialismo y el individualismo, criaturas que hemos mimado y venerado como dioses, le continuamos rindiendo tributo diariamente. Hay que defender las causas justas, aunque no aparenten ser las nuestras. Se trata de defender los derechos no solamente nuestros sino de todos. Es tratar de entender y comprender a los débiles, a los desamparados. No es predicar a los menos, es hacer para los más. Es tener compasión y divorciarnos de lo trivial. Tenemos que hacer de este mundo uno nuestro. Tenemos que cuidarlo con celo porque después de todo no tenemos otro más. Tenemos que involucrarnos en la solución y no ser simples espectadores. No tenemos que vivir con lo intolerable, tenemos que romper el silencio y nunca justificar lo injustificable. No podemos perder el norte del verdadero sentido de la vida. Tenemos que buscar la razón, ejercer la facultad de pensar.
Le agradezco a los múltiples autores de REBELIÓN, medio noticioso que me mantiene la esperanza para un mundo mejor. JLLG