La responsabilidad que Dios ha delegado sobre los padres termina cuando partimos de este mundo. Aunque nuestros hijos hayan cumplido la mayoría de edad, sean independientes, vivan solos o con sus cónyuges, los padres cristianos tenemos la misión de instruirlos en el camino que deben andar, para que aun en la vejez no lo abandonen (Prov. 22:6).
Para cumplir este mandato, debemos recordarles una y otra vez las cosas que desde la tierna infancia les hemos enseñado, porque las tienden a olvidar con facilidad cuando la vida los golpea. Es muy doloroso para un padre y una madre ver a su hijo adulto sufrir un divorcio, una pérdida económica, una traición, un accidente, una enfermedad, un duelo… Quisiéramos protegerlos de todas esas desdichas, pero sabemos que es imposible. Gracias a Dios, contamos con el poder de la oración.
Sin importar las causas que han provocado el sufrimiento de nuestros hijos adultos, debemos orar sin cesar por cada uno de ellos. Tal vez sus malas decisiones los empujaron al pozo de la desesperación, o quizás las acciones malvadas de algunas personas y ciertas circunstancias que no pueden controlar los mantienen en un estado de angustia. Aunque los padres no podemos librar a nuestros hijos del sufrimiento, sí podemos soltar a los pies de Cristo la pesada carga que nos oprime el corazón.
Dios sabe lo que es mejor para nuestros hijos. Por esa razón, necesitamos orar para que cumpla Su buena voluntad en sus vidas. Puede que nos cueste entenderlo, pero Dios usa el sufrimiento como disciplina. Y sabemos que “su disciplina es buena, porque lleva a la vida” (Is. 38:16).
Cuando oramos por nuestros hijos podemos estar seguros de que Dios usará sus padecimientos para enseñarlos a obedecer Su Palabra. El salmista lo sabía, por eso afirmó: “El sufrimiento me hizo bien, porque me enseñó a prestar atención a tus decretos. Tus enseñanzas son más valiosas para mí que millones en oro y plata” (Sal. 119:71-72).
Nosotros no podemos conocer lo que Dios está orquestando en la vida de cada uno de nuestros hijos por medio del sufrimiento, pero podemos descansar en la gloriosa promesa de que Jesucristo nunca los dejará solos (Heb. 13:5). Si el Señor permite que soporten aflicciones es para su bien. El sufrimiento puede hacer que nuestros hijos busquen a Dios, se arrepientan de sus pecados y se vuelvan a Él de todo corazón. ¿Acaso existe un mejor regalo que la salvación de sus almas? (Mt 16:26).
Cuando veas a tu hijo adulto padecer, entrega su dolor y tu dolor al Dios del cielo con acción de gracias. Porque sus pesares, agravios, enfermedades y pérdidas, Dios las usará para atraerlo hacia Él.
No olvides escudriñar las Escrituras. Ora por cada uno de tus hijos con la poderosa Palabra de Dios. Convierte versículos bíblicos en oraciones. A continuación, te daré algunos ejemplos de peticiones que puedes hacer por ellos usando la espada del Espíritu (Ef. 6:17).
1 Juan 1:9: “Padre bueno, te ruego que quites el orgullo del corazón de mi hijo (declara su nombre). Dirígelo al trono de gracia para que confiese sus pecados, porque Tú eres fiel y justo para perdonar sus pecados, y limpiarlo de toda maldad”.
1 Crónicas 29:19: “Padre santo, dale a mi hijo (declara su nombre), un corazón íntegro, para que obedezca y ponga en práctica tus mandamientos, preceptos y leyes”.
Salmo 50:14-15: “Padre misericordioso, te ruego para que mi hijo (declara su nombre) te busque en medio de su angustia y te ofrezca sacrificios de acción de gracias. Rescátalo, mi Dios; líbralo del mal para que te dé gloria”.
2 Corintios 1:3-4: “Padre de toda consolación, te ruego consueles a mi hijo (declara su nombre) en todas sus tribulaciones para que, con el mismo consuelo que ha recibido de Ti, aprenda a consolar a todos los que sufren”.
Efesios 1:17: “Padre de gloria, te imploro que en medio del sufrimiento de mi hijo (declara su nombre), le des espíritu de sabiduría y de revelación en un mejor conocimiento de tu Hijo amado Jesucristo”.
Salmo 56.3-5: “Padre todopoderoso, te pido que cuando mi hijo (declara su nombre) tenga miedo, ponga en Ti su confianza y alabe Tu palabra para que no sienta miedo”.
Proverbios 3:6; 4:14: “Padre eterno, te pido por los méritos de Cristo, que mi hijo (declara su nombre) te busque en todos sus caminos; endereza sus veredas, para que no ande en la senda de los impíos, ni vaya por el camino de los malvados”.
Efesios 4:32: “Padre bondadoso, te ruego para que mi hijo (declara su nombre) sea clemente y compasivo con las personas que lo han lastimado, ayúdalo a perdonar, así como Dios nos perdonó a nosotros en Cristo”.
Estimados padres cristianos, la Escritura nos ordena en Filipenses 4:6 a no preocuparnos por nada; más bien, debemos orar por todo. Digámosle a Dios lo que necesitamos, demos gracias por todas las cosas, y esperemos con paciencia a que Él responda nuestras oraciones.
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