¡Cuán gozoso es el corazón del hombre que recibe respuesta del Señor! Vivir con la certeza absoluta de que el Dios Altísimo inclinará su oído cada vez que clamemos produce una confianza inquebrantable. El salmista expresó con inmensa gratitud: “Yo amo al Señor porque él escucha mi voz suplicante. Por cuanto él inclina a mí su oído, lo invocaré toda mi vida” (Sal. 116: 1-2 NVI).
Dios no está lejos de los suyos. Sin embargo, hay ciertos requerimientos bíblicos para que el Señor responda nuestras oraciones. Te daré tres de ellos:
Debemos orar con fe. “Sin fe es imposible agradar a Dios. Todo el que desee acercarse a Dios debe creer que él existe y que él recompensa a los que lo buscan con sinceridad” (Heb. 11:6 NVI).
Dios conoce las motivaciones del corazón humano. Él no puede ser engañado. Si queremos que responda a nuestras súplicas debemos estar seguros y confiados en sus manos. Santiago, el hermano de Jesús, enseñó cómo debemos acercarnos a Dios: “Pida con fe, no dudando nada; porque el que duda es semejante a la onda del mar, que es arrastrada por el viento y echada de una parte a otra. No piense, pues, quien tal haga, que recibirá cosa alguna del Señor. El hombre de doble ánimo es inconstante en todos sus caminos” (Stg. 1:6).
Debemos orar de acuerdo con la voluntad de Dios. El apóstol Juan escribió: “Esta es la confianza que tenemos al acercarnos a Dios: que, si pedimos conforme a su voluntad, él nos oye. Y, si sabemos que Dios oye todas nuestras oraciones, podemos estar seguros de que ya tenemos lo que le hemos pedido” (1 Jn. 5: 14-15 NVI).
Para conocer la voluntad de Dios tenemos que oír, leer y meditar continuamente en su Palabra. Él nos ha entregado preciosas y magníficas promesas para que las recordemos en nuestras oraciones. Un ejemplo perfecto es la oración que Jesús nos enseñó: “Ustedes deben orar así: Padre nuestro que estás en el cielo, santificado sea tu nombre, venga tu reino, hágase tu voluntad en la tierra como en el cielo. Danos hoy nuestro pan cotidiano. Perdónanos nuestras deudas, como también nosotros hemos perdonado a nuestros deudores. Y no nos dejes caer en tentación, sino líbranos del maligno” (Mt. 6:9-13 NVI).
Antes de pedir cualquier cosa al Señor nos corresponde santificar su nombre. Solo Dios es digno de recibir todo honor y toda gloria. Necesitamos clamar por el regreso de nuestro amado Rey y redentor Jesucristo. Pedir para que se haga su voluntad en la tierra como se hace en el cielo. Rogar por los alimentos diarios. Suplicar para que nuestros incesantes pecados sean perdonados del mismo modo en que nosotros perdonamos a quienes que nos agravian. También necesitamos orar para que el Señor nos libre del mal y de las tentaciones, y nos provea la vía de escape, a fin de que podáis resistirlas (1 Cor. 10:13).
Debemos obedecer a Dios. El apóstol Juan escribió: “Y cualquiera cosa que pidiéremos la recibiremos de él, porque guardamos sus mandamientos, y hacemos las cosas que son agradables delante de él” (1 Jn 3:22).
La única manera de mantenernos fieles y obedientes es crecer en el temor de Dios. Este es el principio de la sabiduría (Prov. 1:7). Los que viven con el propósito de agradar a Dios son declarados justos. La Escritura dice: “Los ojos del Señor están sobre los justos, y sus oídos atentos a su clamor” (1 Ped. 3:12).
Las personas que han depositado su fe en Jesucristo y se han apartado del mal haciendo el bien y obedeciendo sus mandamientos, recibirán respuesta a todas sus oraciones. Porque Jesús lo ha prometido: “Si permanecen en Mí, y Mis palabras permanecen en ustedes, pidan lo que quieran y les será hecho” (Jn. 15:7).
Si quieres leer más artículos, sígueme en mis redes sociales:
Facebook: Reflexiones Cristianas Vive la Palabra
Instagram: @lilivivelapalabra
Blog: Vivelapalabra.com