Por Juan D. Brito
El creciente miedo de amplios sectores de la raza blanca de este país a perder su poder político, social y económico se acentuó con la exitosa elección en 2008 de Barak Obama como el primer presidente negro de los Estados Unidos.
Hijo legítimo de una madre de la raza blanca y de un padre africano, su triunfo electoral fue un hecho único y sin precedentes en la historia de este país.
Una vez en la presidencia y contradiciendo los prejuicios en contra de los ciudadanos negros por parte de quienes aún creen en la ridícula y supuesta superioridad de la raza aria; Obama resultó ser un gobernante inteligente, hábil diplomático, capaz de sacar a los Estados Unidos de una grave recesión, buen orador y político cuyo apoyo multirracial iba creciendo.
Vino entonces la reelección del presidente Barack Obama en 2012 que fue entonces una fatídica señal de alarma para los republicanos que resintieron la capacidad del voto de quienes fueron capaces de reelegir al primer presidente de color.
¿Hasta que extremo podría llegar esta creciente alternativa a gobiernos tradicionalmente dirigidos por presidentes de la raza blanca?
Los cerebros del racismo enquistados en los estados del sur y otros a lo largo y ancho de los Estados Unidos con gobernadores republicanos, se reagrupaban y buscaban un líder capaz que a como diera lugar encabezara desde la Casa Blanca un proceso de restauración del antiguo sistema segregacionista.
Por allí va surgiendo Donald John Trump, como una alternativa para detener la posible elección de otros presidentes de la traza negra y este personaje se va transformando en el posible Mesías redentor del racismo quien al igual que su padre, ex miembro del KKK; se caracterizaba por demostrar una envidia patológica cuando era testigo de la popularidad de Obama.
Con estas cualidades, el paladín del racismo y el embuste estuvo de acuerdo en participar en el proceso electoral que le llevaría como el abanderado republicano a la elección presidencial de 2016.
En ese tiempo Donald Trump, era ya conocido como un empresario hábil para evadir el pago de impuestos y abusar del proceso de la bancarrota para aumentar su riqueza y evadir las leyes comerciales. Experto en negocios turbios, tenía el prestigio de engañar y mentir. Era además en los círculos del poder económico neoyorquino una estrella de la televisión encabezando el aburrido programa de televisión “Usted está despedido.”
Así a través de fanfarronadas y amenazas, Donald Trump comienza a convencer a lideres republicanos de que él era la carta que triunfaría en el 2016 postulándose en contra de la abanderada demócrata Hillary Clinton.
Ya elegido sorpresivamente como presidente, Trump inicia la curiosa estrategia de criticar el proceso electoral típico de la democracia que paradojalmente había permitido su elección. Sin embargo, su brutal y peligrosa afirmación previa a su elección del 2016 en la que afirmó públicamente que “reconocería el resultado de la elección solamente si ganaba,” fue pasada por alto y no suficientemente denunciada por el partido demócrata.
“Yo respeto las elecciones y reglas del juego si es que gano” fue la puerta de entrada a una serie de tácticas legislativas en Washington tanto como en estados con gobernadores republicanos decididos a promover leyes que obstaculizaran el acceso al voto de potenciales electores de congresistas, senadores demócratas o incluso de otro presidente de color.
Siguiendo esta peligrosa estrategia antidemocrática, los legisladores de 43 estados introducen 253 proyectos de ley transformados en leyes que restringen el acceso a los recintos de votaciones a millones de ciudadanos de color y latinos.
Era un estilo distinto al usado por los brutales racistas que se opusieron, a pesar de ser derrotados en una cruenta guerra civil donde los estados racistas partidarios de las esclavitud, deseaban independizarse de un gobierno federal que proclamaba la libertad de millones de esclavos negros, claves para obtener las jugosas ganancias de una mano de obra gratis.
Terminada la guerra por parte de la Unión, se ordena que unos cuatro millones de esclavos adquieran la ciudadanía como hombres libres, un trago amargo de los amos de quienes les hacían ricos en los campos del cultivo del algodón.
Sin embargo y a pesar de amenazas y subterfugios, se logra la incorporación de exesclavos al proceso electoral a quienes la Enmienda número trece les transforma en ciudadanos, aunque en ese tiempo las mujeres de cualquier raza no tenia derecho a votar.
Frederick Douglas había ya dicho que la esclavitud no cesaría hasta que hombre negro pudiera votar. Así, en 1866 se aprueba la ley de Derechos Civiles que permitió que los exesclavos fueran capaces de elegir a 22 congresistas de la raza negra, entre ellos dos senadores.
Esto no sería aceptado por los racistas que comienzan un periodo de intimidación física a través del KKK, exámenes para que el votante negro demostrara que sabía leer y escribir y el increíble pago obligatorio de un impuesto para que pudiesen depositar su voto.
Desde entonces se genera una lucha a través de medios pacíficos para denunciar estas infracciones a la ley que con la lucha por los derechos civiles de la década de los años 50 y 60 logra que finalmente se firme un Acta de Derecho al Voto eliminando las ridículas y tramposas restricciones.
Claramente la presencia de Martin Luther King Jr. y de otros pioneros, hombres y mujeres aseguran el derecho inalienable de votar para elegir o ser elegido.
Pero ahora en el siglo XXI, entramos a otra era de restricciones para el voto de trabajadores, ciudadanos pobres y de grupos raciales que no pertenezcan a la raza blanca.
En los Estados Unidos, los gobiernos estatales tienen la autoridad de supervisar los procedimientos electorales, incluidas las elecciones presidenciales y dentro de los mismos estados, determinadas comarcas cuentan con gran independencia para conducir este importante proceso.
Ya han comenzado las restricciones tales como exigir la presentación de documentos de identidad para poder votar, se purgan arbitrariamente las listas de electores y se están restringiendo el uso de votos en ausencia y los que se hacen llegar a través del correo. Esto eliminará la participación de millones de electores.
Este es solo el comienzo de un nuevo periodo de restricciones electorales que permitan la elección de candidatos republicanos y en Connecticut donde al Gobernador Ned Lamont se le atribuye una buena administración; ya se levanta un candidato republicano que le critica de un modo demagógico “por no haber manejado bien los medios gubernamentales para controlar la Pandemia.” Absolutamente ridículo, pero potencialmente efectivo para confundir al electorado.
Todo este proceso de recuperación del poder blanco en la sociedad estadounidense está y estará amasado y condimentado por la mentira, el fraude y el embuste, elementos bien utilizados por el mismo Donald J. Trump, sujeto inescrupuloso y antidemocrático dispuesto a todo para ser nuevamente elegido en las elecciones presidenciales del 2024. Creador y promotor de la Gran Mentira, este sujeto sedicioso puede lograr su meta con la ayuda de los republicanos y los grupos terroristas que ya se hicieron presentes en el intento de golpe de estado del seis de enero de 2020.
Increíble pero cierto.