La izquierda, desde hace tiempo, ha tendido a minimizar el impacto de la delincuencia. El crimen golpea con mucha más fuerza a los hogares de renta baja, y especialmente en zonas urbanas. También es profundamente disruptivo para las víctimas, los propios infractores y la comunidad en general, tanto en términos de calidad de vida como de oportunidades económicas. Tener una alta tasa de delitos es un desastre, y cualquiera que se considere de izquierdas y diga preocuparse por los más desfavorecidos debería convertir su reducción en una prioridad absoluta.
Por razones difíciles de entender, el partido demócrata ha concedido este tema a los republicanos, que se han adueñado de la etiqueta de “partido de la ley y el orden”. Y lo han hecho, como era de esperar, a base de alarmismo y mala fe, distorsionando el debate sobre seguridad pública de una forma no sólo torticera, sino directamente contraproducente.
Empecemos con algunos datos básicos. Pese a las constantes soflamas contra los supuestos estados demócratas “fuera de control”, repletos de progres que odian a la policía y quieren “abolirla”, la realidad es que los estados gobernados por demócrata son bastante más seguros que los republicanos. El año pasado, los tres estados con menor tasa de crímenes violentos fueron Maine, New Hampshire y Connecticut. En lo alto de la tabla estaban Luisiana, Arkansas y Misisipi.
La tasa de homicidios de Luisiana es cuatro veces mayor que la de Nueva York, o siete veces mayor que la de Massachusetts. La ciudad de Nueva York tiene un índice de homicidios más bajo que cualquier estado del sur.
Las ciudades más peligrosas del país, con pocas excepciones, también están en el sur. Memphis, San Luis y Kansas City tienen tasas de homicidio mucho más altas que Nueva York o Los Ángeles. Hay, por supuesto, casos aislados (Chicago y Washington D.C., sobre todo), pero en general, los estados supuestamente “blandos con el crimen” suelen tener menos criminalidad.
La desinformación también alcanza a la policía. El estado con más agentes per cápita es Luisiana, seguido de Nuevo México y Dakota del Norte. El cuarto es Nueva York. Connecticut, en cambio, está casi al final de la lista. La relación entre número de policías y delincuencia es casi nula; lo importante es la calidad de los departamentos, su adiestramiento y condiciones de trabajo. Las políticas sociales, desde salarios mínimos más altos hasta programas para combatir la drogodependencia, son casi tan importantes como los mismos policías.
Por cierto: las ciudades con más población inmigrante tienen tasas de criminalidad más bajas, y los inmigrantes indocumentados cometen delitos con mucha menos frecuencia que los nacidos en EE. UU.
El dato más olvidado sobre el crimen en EE. UU., sin embargo, es que está bajando, y lo hace de forma sostenida desde 2021. En muchos casos, el país es más seguro ahora que en cualquier año desde la presidencia de Kennedy. Hubo un repunte enorme en 2020, durante el primer mandato de Trump, pero la tendencia se revirtió bajo la presidencia de Biden.
Eso no significa que el problema haya desaparecido. Yo soy español, y la tasa de homicidios en EE. UU. es ocho veces mayor que en mi país de origen. España es excepcionalmente segura, pero incluso en estados “seguros” como Connecticut la criminalidad es muy superior a la de cualquier país de Europa occidental. En EE. UU. se toleran niveles de violencia que serían inaceptables en casi cualquier otro lugar. Cuando cuento a mi familia española que mi hija ha hecho un simulacro por si hubiera un tiroteo en el colegio, me miran como si nos hubiéramos vuelto locos… y probablemente tengan razón.
El crimen es un problema que debemos afrontar, tanto en Connecticut como en el resto del país. Los demócratas, sin embargo, deben dejar de estar a la defensiva. Primero, porque los lugares que gobiernan son mucho más seguros que las ciudades y estados republicanos. Los demócratas deben dejar de esconderse cuando los republicanos les insultan, especialmente en cuestiones en las que son mejores.
Y segundo, y más importante, porque reducir la criminalidad beneficia de verdad a los pobres (y a la comunidad negra y latina), y es algo que debemos hacer.