Por Hernando Diosa
A través de mis casi 60 años de estar cubriendo noticias de aquí y de allá, en más de una ocasión me topé con relatos de personas que hablaban de haber estado a punto de morir, ya fuera por haber quedado en estado de coma, o porque -en un momento cualquiera de sus vidas-, supuestamente entraron al llamado “túnel de la muerte”, que es el instante aquel por el cual ciertos pacientes experimentan una muert e lúcida; fenómeno este que ocurre especialmente entre las personas que han perdido el conocimiento tras haber sido baleadas, acuchilladas, atacadas, o aquellas que son sometidas a operaciones quirúrgicas de alto riesgo, que fue el caso mío.
Yo nunca me llegué a imaginar, que después de un procedimiento medico al que me tuve que someter hace un año en el Hospital Yale de New Haven por problemas de la próstata, tuviera que enfrentarme de repente a una súbita muerte, cuando por espacio de tres días -a causa de un coágulo sanguíneo que degeneró en un insospechado derrame cerebral-, parte de mis órganos dejaron de trabajar, sumiéndome en una peligrosa inconsciencia que me puso en los límites del más allá.
LO QUE ME SUCEDIÓ
Todo empezó años atrás cuando empecé a tener problemas con la próstata. Ese fue un trauma que con el tiempo se fue agrandando, especialmente en las horas de la noche, en momentos en que dormía. Cuando me levantaba con urgencias de ir al baño, encontraba que, a pesar de las ganas, no podía. La vejiga retenía.
Al observar lo que sucedía acudí al Dr. Dinesh Singh, un urólogo adscrito a “Yale New Haven Hospital”, quien dictaminó que sufría de prostatitis, un trastorno de la glándula prostática que por lo general se asocia a la inflamación de esta. La prostatitis con frecuencia provoca dolores y dificultad al orinar, además de dolor en la ingle, en la zona pélvica, o en los genitales.
Buscando la manera de solucionar mi problema, el urólogo me recomendó hacerme un “raspado” de próstata, o lo que también llaman “resección transuretral”, la cual es una cirugía que consiste en limpiar ese mismo órgano a través de una endoscopia. El método es mínimamente invasivo, aunque requiere anestesia local y sedación. Después que se hace eso, el medico procede a colocar una sonda en la uretra, hasta llegar a la próstata. ¡Eso sí, la inserción de la sonda y el propio raspado pueden causar SANGRADO Y COAGULOS!
El Dr. Singh y yo nos pusimos de acuerdo, y fue así como en el año 2019, procedió a realizarme el procedimiento del raspado de próstata, que al final de cuentas no me ayudó en nada porque pasado el tiempo, seguía confrontando los mismos problemas que tenía antes de esa intervención.
Al ver esto, el mismo cirujano me recomendó acudir a un colega suyo, el Dr. Daniel S. Kellner, de quien me dijo era muy eficiente ya que realizaba una técnica innovadora en el procedimiento de la resección transuretral o raspado de próstata.
Luego de conocerlo y de realizarme los exámenes de rigor, el Dr. Kellner, me dio un parte de confianza al revelarme que él ya había practicado cerca de 15 mil operaciones de esta clase con todo éxito. También me informó que cada uno de los procedimientos de este tipo que en el pasado había realizado le habían tomado entre 3 o 4 horas como máximo.
Con esas premisas de por medio, el 8 de marzo del 2023, arribé puntual a la cita con el Dr. Kellner, en la mesa de operaciones del Hospital Yale de New Haven, para lo que parecía ser un procedimiento ambulatorio; es decir, que ese mismo día o al siguiente podría ser enviado al seno de mi hogar.
EMPIEZAN LOS INCONVENIENTES
Cuando me llegó el turno, fui anestesiado, y a los pocos instantes se me fue el mundo. Ya estaba en manos del cirujano y su equipo de trabajo.
Lo que supe días después fue que el Dr. Daniel S. Kellner, no se demoró ni 3 ni 4 horas para realizar la “resección transuretral” de mi próstata. Él mismo me confesó que se había tomado 6 horas para realizar esa labor quirúrgica debido a que ese órgano lo tenía muy inflamado. Y además me dijo que como en el procedimiento se le habían dañado dos de sus herramientas quirúrgicas, tuvo que optar por hacerme una incisión en la parte baja del estómago, para luego proceder a introducir su propia mano y terminar de extraerme los últimos residuos del tejido prostático que aún quedaban en el órgano. Tan pronto como terminó, coció la herida engrampándola, e inmediatamente me llevaron a la Unidad de Cuidados Intensivos del hospital.
No sé a ciencia cierta cuanto tiempo llevaba yo en la unidad de cuidados intensivos, tratando de reponerme de la operación, porque me encontraba insensibilizado y sedado.
Lo único que si supe después fue que mi hijo Christopher y su madre Gayle, arribaron al hospital para visitarme a eso de las 3:30 p.m.
Ellos -sabiendo que estaba aún sedado-, trataron de reanimarme llamándome por mi nombre y cogiéndome de las manos, pero yo no respondía.
Al verme completamente ido y sin conciencia, con el rostro hinchado y sin un halo de aliento, mi hijo se asustó. Luego empezó a llorar histéricamente, mientras gritaba tratando de llamar la atención de las enfermeras. Él, estaba casi que seguro que yo ya me iba…
En medio de la confusión, el personal medico del hospital acudió a mi auxilio, y en cuestión de segundos anunciaron por los altavoces el Código Rojo para mi situación, que en los hospitales se usa como alerta médica para pacientes que necesitan atención inmediata a causa de un derrame cerebral. Fue así como, de la Unidad de Cuidados Intensivos me trasladaron aprisa al Centro de Traumas del hospital, en donde me tuvieron que entubar de inmediato y colocarme infusiones intravenosas, mientras buscaban la forma de revivirme a través de un monitoreo de los niveles de oxígeno en mi cerebro.
Mientras los doctores me atendían, una enfermera bajó de la Unidad de Traumas y le comunicó a mi hijo y su madre que yo había tenido un accidente cerebrovascular escénico, debido a una sepsis.
“Esos instantes fueron los más aterradores de mi vida,” me contaba Christopher semanas después cuando cumplía en casa mi proceso de recuperación.
Y yo les digo una cosa: Si no hubiera sido por los gritos de auxilio de mi hijo y los de su madre, yo no estaría contando esta historia; porque en esos precisos momentos, sí que de verdad la estaba pasando mal, pero que muy mal. Es que nadie se estaba percatando de que mi salud se deterioraba, debido a que el personal de enfermería estaba enfocado en otros pacientes. No me vigilaban.
EL CHOQUE SEPTICO O SEPSIS
El tiempo que yo duré inconsciente, luchando por mi vida, no lo sé realmente. Solo les puedo decir que de un momento a otro entré en una especie de trance, en donde el cerebro se desdibujó, y varios de mis órganos dejaron de trabajar, según dictámenes médicos posteriores. Había tenido un choque séptico.
El choque séptico o sepsis es la respuesta brumadora y POTENCIALMENTE MORTAL del organismo ante una infección, que puede causar daño tisular, insuficiencia de órganos y la muerte.
El sistema inmunitario de los humanos usualmente se encarga de combatir los gérmenes (bacterias, virus, hongos, o parásitos) para prevenir infecciones. Si se presenta una infección, el sistema inmunitario tratará de combatirla, aunque necesita la ayuda de medicamentos tales como antibióticos y antiparasitarios. Sin embargo, por causas que los investigadores aún no entienden, en ocasiones el sistema inmunitario deja de combatir a los “invasores” y empieza a atacarse a sí mismo. Ese es el inicio de la sepsis.
Las personas que están a punto de sufrir sepsis son las que están en mayor riesgo de contraer infección. Entre ellas están las personas demasiado jóvenes o ancianas, las que padecen enfermedades crónicas y las que tienen sistemas debilitados o deteriorados, como las que padecen de cáncer o diabetes.
La sepsis avanza a “sepsis grave” cuando, además d ellos signos de sepsis, se presentan signos de disfunción orgánica, como dificultad para respirar (problemas con los pulmones), producción de orina escasa o nula (riñones), resultados anormales en pruebas hepáticas (hígado) y cambios en el estado mental (cerebro). CASI TODOS LOS PACIENTES CON SEPSIS GRAVE NECESITAN TRATAMIENTO EN UNA UNIDAD DE CUIDADOS INTENSIVOS (UCI).
EL TUNEL DE LA MUERTE
Estando inconsciente, sedado y tal vez a punto de morir, experimenté varias cosas que hoy recuerdo con horror, las cuales quiero compartir a continuación.
Por ejemplo, en medio de mi inconciencia de pronto me vi tirado en una mesa de operaciones rodeado de cuatro paredes que se me acercaban como queriéndome ahogar. Y veía como esas mismas paredes eran conformadas por filas de ladrillos sangrantes, cuyo fluido caía incesantemente a un pozo de un color rojo encendido.
Luego, en esa misma visión observaba cómo me llamaban varias personas que se hallaban entrelazadas entre sí, adheridas a una telaraña, como si colgaran de un abismo. En mi inconciencia veía, cómo, desde allá abajo me gritaban con mi primer nombre: “! Hernando!, ¡Hernando!, ¡Hernando!”, haciéndome gestos con sus manos, como invitándome para que descendiera y les hiciera compañía.
De pronto, también me sentí envuelto en un paisaje oscuro, tétrico y sombrío, viendo volar buitres profundamente negros, llevando en sus picos pedazos de carne que sangraban con cada aletazo que daban.
¿Y no sé por qué? Pero en medio de esas alucinaciones, pensé en mi familia, y me decía así mismo: “Ahora ya no podré paliar más la nieve cuando llegue el invierno. ¿Entonces, ahora quien lo hará?”
Y me acuerdo muy bien que también pensaba con remordimiento y tristeza: “Qué pesar saber que no tuve tiempo para poder despedirme de mis hijos y de toda la familia…”
Esas visiones se estuvieron repitiendo continuamente mientras el quipo de cirujanos trataba por todos los medios de oxigenar mi cerebro, para traerme de vuelta, mientras el rostro de Jesús se me dibujaba constantemente en un techo imaginario de un salón desconocido.
La nota alta de aquellas divagaciones irreales me dejaría más sorprendido, días después cuando recuperé mi sentido. Esto fue lo que experimenté, en esos instantes en donde la vida pende de un hilo.
Me acuerdo de que caminaba por un denso bosque en medio de la oscuridad de la noche, y en compañía de una voz que me hablaba con acento grave y definido. De pronto, sentí que una mano me detenía, señalándome con su dedo estirado la entrada principal de una morada, mientras la voz me decía: “¿Si ves esa casa? Pues esa casa era donde usted vivía…”
Grande fue mi sorpresa al ver que la fachada de esa edificación era de verdad, la casa donde por 23 años, he vivido…