Este domingo se le conoce como el día de las madres. ¡Qué ironía! Este día tiene más significado y es de más impacto para aquellos que ya no la tenemos con nosotros. Hace ya más de 15 años que te fuiste al Cielo. Y todavía estoy donde me dejaste. En aquella despedida la última vez que pudimos conversar. “Tranquilo, vete a trabajar, no pasa nada”, dijiste, mientras acariciabas mi rostro con aquellas manos confidentes. Yo miraba la conjetura de tus ojos, siempre sintiéndome como un niño a tu lado, escudriñando la luz de tu ternura. Notaba que la sonrisa te dolía, con un dolor casi clandestino. No querías preocupar a nadie. Y te dejé con mi tía, que fue quien te convenció para ir al médico.
Aún recuerdo aquella noche cuando te vi por última vez. ¡Cuánto dolor y sufrimiento,..cuanto cansancio! Cansancio que venció nuestro ánimo. Tratamos de descansar un poco, pero a eso de las cinco de la mañana estabas ya muerta. Hacía frío y era el primero de abril. Llegué al hospital buscándote con premura. Un largo pasillo que no terminaba nunca. Un pasillo que al parecer me quería transportar a otra dimensión un tanto desconocida para mí.
Al fondo, se encontraba tu cuarto. No se me puede olvidar jamás aquella imagen. Recuerdo que en un silencio casi perturbador traté de decir tantas cosas que ese silencio se reservó. Pero era muy duro pensar que tu muerte era algo bueno. Las palabras parecían desvanecerse en la duda, en una congoja insuperable, en un verdadero dolor en el alma.
Sentado en aquel cuarto de hospital ante tu cuerpo. ¿Lo recuerdas? Mi mente repasó toda una vida de experiencias con toda clase de recuerdos. Todo ello produjo en mí un repentino sentimiento de amor. De un amor muy especial y espiritual. Porque el amor encuentra su más plena identidad en el dolor, en el misterio de la cruz. Posé mi mano sobre tu frente como quien explora la eternidad. Para mí no estabas muerta. Para mí sigues sin estarlo. No, no eres una fantasía. ¡Qué madre lo es! Sigues ayudándome. Formas parte de la providencia amorosa de Dios en mi vida. Y lo noto. Y quiero dar fe de ello, y escribirlo, y proclamarlo a los cuatro vientos. ¡Cuánto debemos querer a nuestras madres!
“Tener fe es lo más importante”, me decías. Y esa fe me dice que el amor no puede morir nunca. No eres un simple y escurridizo recuerdo, un vago sentimiento donde se cobija mi añoranza. Eres mi madre, mi más inquieta quietud, la precisión de una voz que habita desde mi pasado el milagro de mi futuro. Y la verdad es que tengo ganas de volver a verte. Bien lo sabes. Sin ti la vida es menos vida, y si llamase a tu teléfono ya no estarás ahí para decirme: “¡Hijo mío!”. Y eso es algo que pesa. Un pesar que a veces sobrellevo mal. Y tu nieto Jonathan, lo siente así y de cuando en cuando me pregunta si no echo de menos a mi madre. ¿Te das cuenta? No quiero terminar sin darte las gracias por todo lo que hiciste por mi. Gracias por todo aquello que sin yo saberlo recibí de ti.
• Gracias mamá por ese día en que me enseñaste a dar mis primeros pasos, porque me diste la seguridad de tus brazos, que me sostuvieron siempre para que no me caiga.
• Gracias mamá porque junto a ti aprendí el significado de la palabra más hermosa, AMOR.
Gracias mamá por cada velita que me ayudaste a apagar.
• Gracias mamá por pasar noches enteras orando y velando por mi cuando yo estaba en un problema o cuando estaba enfermo.
• Gracias mamá por compartir todas mis alegrías y por ayudarme en mis tristezas.
• Gracias mamá por escucharme, aconsejarme, por luchar por mi, por darme tu hermoso hombro para que pueda llorar en él, y compartir tus lágrimas para luego sonreír porque juntos habíamos encontrado la solución.
• Gracias mamá porque hiciste cumplir mi mayor deseo y quizás el sueño de mi vida, porque sufriste día y noches enteras en hacer lo mejor para que yo pueda ser feliz.
Y es que el hombre necesita de una madre. Incluso Dios quiso tener una, para escándalo de muchos y consuelo de todos. En un gesto de amor tan elocuente como inagotable. En un gesto de humildad que nos salva. Y Humildad era -y es- tu nombre madre mía, mamá. Nunca podré agradecer bastante el cariño que me diste, el que educó mi corazón en la felicidad y encaminó mi vida a la búsqueda de Dios. Dicho queda. Bendita seas.