El presidente de Ucrania, Volodimyr Zelensky, está solo, nadie lo invita, la revista Times ayer lo declaró la reencarnación de Churchil y Roosevelt, hoy lo acusa de egocéntrico.
La atención de Washington y sus aliados está en Israel, que cada día bombardea hospitales, escuelas y ambulancias. Las imágenes de cadáveres de niños palestinos, otros mutilados y ensangrentados recorren el mundo, reduciendo el apoyo a Israel.
El primer ministro israelí, Benjamin Netanyahu le dice al presidente Joe Biden, no se meta, siga enviándo dinero y apoyo. Hezbollah intensificará sus ataques en el norte de Israel, Turquía e Irán también pueden atacar.
Hezbollah dice que Washington es responsable directo de las atrocidades de Israel en Gaza y adelantó que Estados Unidos “pronto pagará un alto precio” por su participación. Las principales ciudades estadounidenses están en alerta máxima, esperando ataques terroristas.
Esta agresión se está complicando rápidamente.
Para sazonar el asunto con el ingrediente más poderoso, Netanyahu ahora alega que él cumple una “orden divina”.
La Biblia cuenta, en el libro de Samuel, que Dios instruyó al primer rey judío, Saúl, que exterminara la población de los Amalecitas. Que acabara con todo, que no dejara nada que exterminara hombres mujeres, niños ancianos y todos sus bienes. Saúl fue, los derrotó, le incautó sus bienes y dejó al rey prisionero, eso ofendió a Samuel, ahí cayó el rey en desgracia.
Hoy, más de 3,000 años después, Netanyahu le dice a la derecha cristiana y judía que él está cumpliendo aquella orden divina.
Declara en público que se propone exterminar la población palestina, producir un genocidio, claro, por “ordenes divinas”. Y en el llamado “mundo civilizado”, mientras las poblaciones toman las calles contra la masacre de palestinos, los gobiernos apoyan el “derecho de Israel a defenderse”. Netanyahu insiste, cumple “órdenes divinas”.