El pueblo estadounidense se siente doblemente emboscado entre la pandemia y la inflación, mientras el presidente Joe Biden habla de prosperidad futura.
Biden impulsa un programa de inversiones públicas y reactivación económica en favor de millones de personas.
Lo urgente no permite entender lo importante, Biden anuncia Buenas Nuevas, pero nadie lo entiende, él es el “culpable en jefe”, pagando platos que no rompió.
Biden apuesta a prontos resultados positivos de sus políticas económicas y sanitarias controlando inflación y pandemia.
Las proyecciones económicas y los pronósticos meteorológicos siempre son imprecisos, los virus y los huracanes, siempre son impredecibles.
Biden lo sabe, pero no tiene opciones, sólo con esperanzas, no controla virus ni inflación, jugarse el nada que tiene por el todo que aspira es una estupenda apuesta. Si pierde, los demócratas perderán el Congreso el año próximo, y quizá la presidencia en el 2024.
Concretamente, Biden no tiene ni controla nada.
Contra su voluntad, porque hubiese preferido seguridad, Biden se consagra como un auténtico jugador. Porque el juego descansa siempre, según Jean Baudrillard, sobre la hipótesis de que todo puede ser puesto en juego, de lo contrario todo está perdido de antemano.
El tiempo es el principal enemigo de la apuesta de Biden. Faltan 11 meses para las elecciones congresuales, debe ganar en cinco o seis meses para seducir a los votantes el próximo noviembre.
Perder será absolutamente catastrófico para la presidencia de Biden y el futuro del Partido Demócrata.
Biden no es el único con este problema lo enfrentan todos los gobiernos, cada pueblo espera que sus líderes los rescaten de las dificultades.
Los aumentos de precios en combustibles y alimentos producidos por la pandemia, son catastróficos para los gobiernos, porque terminan pagando una culpa que no tienen
Ciertamente, la pandemia es una aliada estratégico-coyuntural de la oposición y Biden, como los malabaristas, juega con todas las pelotas en el aire, nada en las manos.