Por Irma Iriarte Gonzaga
Especial para La Voz Hispana de Connecticut
Natalia era en enero de 2020 una mujer de 34 años casi recién graduada de enfermera clínica en una de las universidades de la región. Como si fuese hoy, recuerda las primeras noticias acerca de una enfermedad que ya diezmaba a la población de una localidad en China. Era el mes de diciembre y en los círculos hospitalarios se comentaba acerca de la alta tasa de contagiados de algo semejante a la influenza, pero altamente contagiosa cuyos síntomas eran fiebre alta, escalofríos, dolores del cuerpo y una repentina debilidad. Se sabía que, desde la China, la enfermedad iba sembrando la muerte en Asia y rápidamente hacia su ingreso mortal a países europeos como Italia, España, Inglaterra y Alemania.
En una reunión informativa de su Unidad, se había comunicado que la enfermedad era ya identificada como Covis-19 y su rápida transmisión la situaba ya como una Pandemia que en los textos de medicina se describía como una plaga que abatía a miles de enfermos y enfermas en cuestión de días. Las noticias desde Europa ya a comienzos del año 2020 no podían ser más aterradoras y el contagio acaecía rápidamente dado al transporte de miles de personas contagiadas que utilizaban los vuelos y la transportación por mar y tierra.
“Las informaciones que llegaban preocuparon a las autoridades de salud del Hospital y se nos mantenía informadas acerca de la probable posibilidad de que el Covis-19 llegara a los Estados Unidos en vuelos provenientes desde Europa y Asia en una temporada de gran actividad en aeropuertos internacionales y naves marítimas. Aunque las medidas precautorias del uso de máscaras, constante lavado de manos y uso de desinfectantes son una rutina en nuestro trabajo; se comenzaba a mencionar el cómo las instituciones hospitalarias de Italia no daban abasto para atender a las victimas infectadas y los problemas para lidiar con miles de víctimas fatales.”
Así describe Natalia aquellos primeros meses del 2020 cuando se llegaba a la convicción de una pandemia que se transformaba en un enemigo invisible y en contra del cual no existía una cura con tratamiento de antibióticos.
“Curiosamente las autoridades gubernamentales de Washington, aunque reconocían el carácter nocivo de la enfermedad altamente contagiosa y fatal, no asumían en su verdadera magnitud el impacto que llega a los Estados Unidos a través de California, pero que luego se transmite debido a la llegada de pasajeros contagiados a los gigantescos aeropuertos de Estados Unidos de la región Noreste y del sur del país,” recuerda Natalia, madre de dos hijos pequeños con residencia en Greater Hartford.
Ya a comienzos de marzo nos enteramos de un primer caso que es atendido en el Hospital de la Universidad de Connecticut en Farmington y desde ese momento las unidades de emergencia de los hospitales comienzan a abarrotarse de contagiados cuyas edades fluctuaban desde jóvenes hasta adultos mayores.
En ese mes, Connecticut y otros estados a diferencia de la apatía y lenidad de las autoridades de la Casa Blanca en Washington, declaran el estado de emergencia y los gobernadores de Nueva York, Connecticut, Massachusetts establecen una coalición para responder a la pandemia que comienza a afectar a la economía, las escuelas y universidades. Ante la falta de acción del gobierno, los gobernadores comienzas a defender a sus residentes y tomar sus propias medidas declarando la emergencia.
“Yo trabajaba en el área de cirugía donde prestábamos nuestros servicios a personas que en su gran mayoría sobrevivían a sus operaciones, pero ya nuestras colegas nos daban a conocer la terrible realidad de las secciones dedicadas a atender a los contagiados por el Covis-19. Una de mis mejores amigas compartía conmigo el cómo los pacientes graves debieron ser entubados y que aun así no respondían a los tratamientos tradicionales. Morían solitarios o solitarias y las salas de emergencia no daban abasto para la llegada de un número creciente de infectados. Me contaba que los recursos se hacían escasos y que incluso los equipos de Protección Personal tales como las máscaras especializadas no existían y se daba el caso de que las colegas tenían que adquirirlos y pagarlos con sus propios medios,” nos dice Natalia que en abril es trasladada a la sección de infectados del Covis-19 y comienza a experimentar un sentido de impotencia ante la llegada incesante de pacientes afectados por fiebre superior a los 100 grados, con escalofríos y conscientes de que estaban atacados por lo que ya denominábamos un “enemigo invisible.”
Frente a nuestra pregunta acerca de cómo podría describir el estado de ánimo de sus colegas enfermeras, asistentes de enfermeras y médicos, Natalia confiesa que el temor era generalizado y que como una forma de capear y sobreponerse a la realidad de enfermos que no sobrevivirían debido a su edad avanzada o a otras afecciones previas como diabetes, complicaciones ya existentes que les afectaba el sistema broncopulmonar, o problemas cardiacos, se apoyaban mutuamente y también con el servicio de consejeros profesionales e incluso tratamiento farmacológico para lidiar con la ansiedad, el insomnio y la depresión.
“Recuerdo que en abril llegábamos a nuestros trabajos e intentábamos concentrarnos en los protocolos médicos, pero ya se sabía que, en algunos lugares en Nueva York, ciudad fuertemente afectada por la cantidad de enfermos, los médicos debían establecer una selección de casos extremadamente fatales que eran enviados a una sección altamente reservada donde fallecían, y debían dar preferencia a otros que mostraban esperanzas de sobrevivencia. Ya los periódicos hablaban de la necesidad de sepultar a los fallecidos en una isla en Nueva York debido a que muchas víctimas no tenían familiares conocidos. Sentíamos que éramos parte de una guerra con un enemigo implacable que nos acechaba día a día,” dijo Natalia que a la llegada a su casa se despojaba de toda su ropa en el garaje donde esta se lavaba y casi desnuda iba al baño a tomar una ducha intensa para despejarse de posibles restos del virus. Lo que deseaba después de esta rutina era estar sola, llorar y recuperarme para reiniciar otro día,” nos dice agradeciendo a sus padres que la apoyaron en esta crucial etapa de su vida.
La conexión emocional con sus colegas y el apoyo de los equipos médicos permitían sobrevivir en las horas de trabajo cuando el presidente de la nación no recomendaba el uso de mascarillas de seguridad asegurando que el Covis-19 era algo semejante a una influenza que, así como había llegado se iría.
“Sus palabras irresponsables nos daban mucho coraje al igual de su anuncio de terminar el periodo de crisis, abrir las escuelas, universidades y centros de trabajo el día 12 de abril.” Natalia y sus compañeros y compañeras de trabajo no lo podían creer ni tampoco podían aceptar la insuficiencia de recursos para proveer al personal de salud con el equipo de seguridad básico.
“No había guantes suficientes, máscaras especializadas ni tampoco los ventiladores que ayudaba a las víctimas a respirar. Era como vivir otra realidad y en cierta manera una pesadilla que alguien comparó como echar agua en un canasto. Cientos de vidas humanas se nos iban por entre los dedos a pesar de nuestros esfuerzos,” dijo en esta entrevista que nos brindó y en la que afirma que no se sienten héroes ni heroínas porque el trabajo que hicieron es lo esperado y lamentan no haber hecho más sobre todo en los meses de marzo y abril cuando arreció el Covis-19.
Natalia, que no es su nombre real, pero que vino a los Estados Unidos desde Puerto Rico, logró completar sus estudios de enfermería y su trabajo durante los primeros tres meses de Pandemia fueron un abrir de ojos ante un fenómeno de salud inusual. “No me arrepiento de haber escogido esta carrera y creo que con el nuevo gobierno en Washington D.C. y autoridades como el Dr. Fauci y el apoyo de gobernadores capacitados, nuestra tarea y la suerte de cientos de miles de personas puede mejorar,” nos dijo.
Natalia no logra entender a las personas que aun rehúsan usar mascarillas de protección y que incluso ponen en duda la efectividad de la vacuna. “Yo les diría que confíen en la ciencia y continúen protegiéndose con el confinamiento, la separación social y escuchen las instrucciones de autoridades como la alcaldesa Cantor y los senadores Chris Murphy y Richard Blumenthal. No estoy haciendo política, pero lo que ellos repiten día a día ha dado resultados,” dijo.