En estos días han pasado muchas cosas, y no puedo negar la incertidumbre que vive mi pueblo, donde gritan con el alma, añorando aquellos hermosos tiempos; tal parece que la nación que hemos acogido como madre, nos da la espalda en estos momentos; pero en el fondo de nuestro corazón, seguimos amándola, aun pisamos esta tierra, todavía respiramos de su aíre, todavía somos alumbrados por el mismo sol.
Pero en cada rincón, se escucha ese gemido, el querer seguir en estas tierras, pero vivir con la incertidumbre de un mañana. Hay un grito desesperado en mi gente latina, y no se puede negar la persecución en la que se enfrentan día tras día, no solo física, sino también psicológica, con el temor de ser separados de sus seres amados, de los hijos de sus entrañas; en muchos de los casos, pagando consecuencias injustas.
“¡Yo no quiero separarme de mis hijos!” Son los gritos que escucho, “Por favor, mi buen amigo, si algo pasa conmigo, te puedes hacer cargo de mis hijos”. Lo que no ven, que yo también estoy quebrantado, en lo personal, abro mi boca para traer esperanza, mientras mi alma, siente derrumbarse y partirse en mil pedazos.
Quiero ser honesto, y con esto no quiero atacar a nadie, simplemente, quiero pedir clemencia. No voy a señalar a nadie, porque sé que, por culpa de pecadores, también pagan los justos, pero sí voy a alzar mi voz a favor de mi pueblo, y pido misericordia.
No somos delincuentes, somos personas que trabajamos arduamente, somos personas que llegamos a este país buscando mejores oportunidades, y de esta manera, cumplir nuestros sueños, nuestros anhelos profundos.
No somos delincuentes, somos personas que luchamos día tras día por nuestros sueños, que contribuimos al país con nuestro arduo trabajo, que pagamos nuestros impuestos, que ayudamos y contribuimos a la comunidad, que aportamos para el mejor desarrollo de esta nación…
No venimos a este país a robar, sino a superarnos por medio de nuestro esfuerzo; estudiamos, trabajamos y aportamos…, venimos a este país para contribuir en su historia, y de esta manera, forjar una nación conjuntos, con fundamentos estables, forjar hombres y mujeres de valor.
No había querido hablar del tema, no porque no me importe, sino porque no era el momento; pero no aguanto más, y mi alma está hecha pedazos de escuchar el gemir de mi pueblo. Yo soy latino de corazón, nacido en un humilde país de Latinoamérica, mis padres me educaron a ganarme el pan diario con dignidad; sé lo que es trabajar duro, a levantarme cada día con la esperanza de algo nuevo, con un sueño profundo en mi corazón, anhelando la paz en esta tierra. ¡Esas son mis oraciones delante de mí Dios! Y no me avergüenzo de decir quién soy, porque soy latino de corazón, y mientras mi corazón palpite y mi sangre corra por mis venas, voy a aclamar a favor de mi gente, aunque mi alma está deshecha, pero mi corazón, está lleno de amor por este pueblo.
No me importa si me dicen que nadie agradece nada, no me importa si con lo que digo sea criticado por muchos, ¡no me importa! De igual manera voy a aclamar a favor de la justicia; lo que es justo, es justo. Y ruego a Dios por esta nación, que se establezcan fundamentos claros, políticas que contribuyan por el bienestar de la sociedad y no que fomenten el odio y la desigualdad.
No estoy a favor de la delincuencia; los que tienen faltas, los que son delincuentes, pues que paguen las consecuencias de sus propios actos con la justicia, que se tomen las acciones que se deban de tomar, pero si estoy en contra de la separación de la familia, estoy en contra de que justos paguen por pecadores, estoy en contra del grito desesperado de mi pueblo.
No somos delincuentes, somos personas que hacemos los trabajos más difíciles, somos personas que arreglamos el techo de sus casas, que reparamos y construimos, que hacemos muros piedras, que cortamos el césped y podamos los árboles, que limpiamos su casa, que cuidamos sus niños, sus ancianos y sus mascotas, que cocinamos y servimos su comidas…, y podría agregarle muchísimo más a esta larga lista, pero, lo único que quiero que recordemos es que somos personas que tenemos derechos y dignidad; somos seres humanos que merecemos respeto.
No somos delincuentes, tan solo porque nuestro color de piel y nuestras facciones sean diferentes; somos hermanos, en nuestras venas brota sangre del mismo color, como la de todos. Somos seres humanos con diferente idioma, una cultura distinta, pero iguales delante de Dios. En verdad, mi corazón late por ver una sociedad diferente.
Honestamente, no quiero minimizar a nadie, sino concientizar que somos iguales; que no todos somos delincuentes, que somos personas que luchamos por nuestros hijos, por nuestra familia, por este país. Y anhelamos de corazón, que este país se engrandezca muchísimo más de lo que es, porque es de donde obtenemos nuestra bendición, y oramos que Dios bendiga a América. Y le agradecemos, por acogernos como a sus hijos, por estar siempre dispuesta, con los brazos abiertos…, y retribuimos de corazón, lo que de ella hemos obtenido, poniendo en práctica nuestros dones y talentos para el servicio de la sociedad.
No somos delincuentes, solo somos personas comprometidas con nuestra labor, comprometidas con esta nación, y, sobre todo, comprometidos con Dios. Lo que ahora escribo, me brota del alma, y de esta manera, también quiero hablarle a mi comunidad latina, que nos unamos como hermanos, y que nunca perdamos la fe, que confiemos en Dios, porque después de la tormenta, viene la calma. Que Dios tiene cosas grandes para nosotros, que sigamos siendo de bendición para esta nación. Y si por alguna razón, nos vamos de aquí, sintámonos satisfechos de que dimos lo mejor de nosotros, y aún más allá de nuestras fuerzas.
“Porque yo conozco los planes que tengo para ustedes —afirma el Señor—, planes de bienestar y no de calamidad, a fin de darles un futuro y una esperanza. Entonces ustedes me invocarán, vendrán a suplicarme y yo los escucharé. Me buscarán y me encontrarán cuando me busquen de todo corazón” (Jeremías 29:11-13)