La resistencia al cambio es una de las principales causas del inmovilismo. Cuando no aceptamos el cambio, sino que nos aferramos a viejas formas de pensar o hacer las cosas nos condenamos a vivir en el terreno de la frustración y la insatisfacción. En algunos casos esa resistencia al cambio genera respuestas desadaptativas que conducen a trastornos psicológicos.
“El cambio es la única cosa inmutable”, como dijera Schopenhauer. Aunque lo sabemos, no siempre podemos evitar que se desencadene una fuerza opuesta para intentar mantener inmutable el estado de las cosas. De hecho, en nuestra vida cotidiana solemos funcionar por inercia. Esa inercia nos lleva a mantener el statu quo y aferrarnos a lo que conocemos para mantener el equilibrio que tanto esfuerzo nos costó conseguir.
Al igual que nuestro organismo tiende a la homeostasis para mantener el equilibrio de sus funciones, nuestro cerebro prefiere trabajar en “modo ahorro de energía” evitando sobresaltos y grandes revoluciones que le obliguen a cambiar sus patrones neuronales, esos que nos permiten reaccionar de manera automática. Sin embargo, esa inercia no siempre es positiva y muchas veces puede volverse en nuestra contra porque la vida cambia y debemos ser capaces de adaptarnos.
Las causas que propician la resistencia al cambio
Algunas personas son más resistentes al cambio mientras que otras son más abiertas. Diferentes estudios han demostrado que quienes tienen una elevada Inteligencia Emocional suelen aceptar mejor los cambios. También se ha apreciado que quienes reaccionan de manera demasiado emocional, tienen un pensamiento más rígido, son más apegadas a las costumbres y desarrollan un enfoque cortoplacista son más propensas a resistirse a los cambios.
No obstante, independientemente de las características de personalidad, existen otras causas de la resistencia al cambio. Se trata de situaciones o miedos comunes que todos podemos experimentar y que nos llevan a aferrarnos inútilmente al pasado:
- Miedo a perder el control. Cuando nos enfrentamos a situaciones nuevas para las cuales no tenemos puntos cardinales que nos permitan orientarnos, podemos sentir que tiembla el suelo bajo nuestros pies. Nuestro sentido de la autodeterminación y autonomía se resquebrajan y nos atemoriza la perspectiva de perder el control.
- Exceso de incertidumbre. Algunos cambios pueden hacernos sentir como si estuviéramos caminando por una cuerda floja con los ojos vendados, por lo que es normal que generen una fuerte resistencia.
- ¡Factor Sorpresa! Las situaciones que nos toman por sorpresa suelen generar una reacción defensiva. Todos necesitamos un poco de tiempo para acostumbrarnos a algunas ideas o prepararnos para afrontar ciertas circunstancias, incluso las más positivas.
- Demasiado radical. Todos los cambios traen algo diferente, pero ¿cuán diferente? Somos seres de hábitos. Las rutinas se automatizan y nos brindan cierta seguridad en nuestro día a día, hacen que nuestra vida sea más predecible, por lo que los cambios demasiado radicales suelen desestabilizarnos.
- Falta de confianza. ¿Puedo hacerlo? Una de las causas de la resistencia al cambio es precisamente el miedo a no poder con todo o no tener las habilidades o la fuerza necesaria para afrontar ese nuevo escenario. A veces, por ejemplo, podemos sentirnos demasiado viejos para empezar desde cero.
- Temor a las repercusiones. Los cambios suelen ser como una piedra que cae en un estanque. Comienzan con una onda pequeña pero esas ondas se van replicando y agrandando hasta alcanzar dimensiones insospechadas. A veces, ese miedo nos mantiene atados, aunque sepamos que el cambio es la mejor solución. En estos casos, podemos intentar minimizar el impacto de esas repercusiones.
- Miedo al rechazo. Muchos cambios traen la semilla de la novedad, no solo para nosotros sino para quienes nos rodean. A veces, no nos atrevemos a tomar una decisión simplemente porque tememos que los demás no la acepten y terminen rechazándonos.
- Traumas pasados. Los fantasmas del pasado siempre están al acecho. Mientras todo permanece estable, se mantienen tranquilos, pero cuando aparece algo diferente, pueden entrar en acción. El cambio puede reabrir viejas heridas, activar resentimientos históricos o recordarnos antiguos fracasos.
- Agotamiento. Hay etapas en la vida en la que estamos tan saturados que cualquier cambio, por pequeño que sea, se convierte en la gota que colma el vaso. Hay situaciones de gran estrés o de incertidumbre en las cuales simplemente no podemos lidiar con más cambios porque nuestros recursos psicológicos no dan abasto.
- Amenaza real. A veces, los cambios encierran una amenaza real. En situaciones de gran incertidumbre o en aquellas que debemos tomar decisiones importantes, la posibilidad de equivocarnos planea sobre nuestras cabezas como una sombra amenazante. Eso genera un temor comprensible que causa la resistencia al cambio.
Comprender las causas de la resistencia al cambio nos ayudará a minimizar la incomodidad que experimentamos ante las situaciones nuevas, ya sean positivas o negativas. Cuando aceptamos el cambio, todo fluye mejor y experimentamos infinitamente menos dolor.
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Fuentes:
Di Fabio, et. Al. (2014) Emotional Intelligence or Personality in Resistance to Change? Empirical Results in an Italian Health Care Context. Journal of Employment Counseling; 51(4): 146-157.
Forsell. L. & Åström, J. (2012) An Analysis of Resistance to Change Exposed in Individuals’ Thoughts and Behaviors. Comprehensive Psychology; 09.02.10.CP.1.17.