Creo que todos hemos tenido la oportunidad de haber conocido o tal vez leído las historietas de Quique Gavilán. Yo recuerdo las carcajadas que me producían esas historias. Pero las enseñanzas no eran cosa de risa. Si hubo un personaje que me enseño a ser humilde, ese fue don Quique Gavilán. No por que el fuese humilde, sino que por su arrogancia, aprendí lo que no se debe hacer si uno quiere ser respetado por los demás.
Quique es una cría de Gavilán Pollero con ínfulas de gran cazador de gallinas, que habitaba en un árbol en las cercanías de la granja donde vive el Gallo Claudio. ¿Recuerdas al Gallo Claudio? Viene a ser un tercer personaje, que tanto el Gallo Claudio como su Némesis, el perro, usan para jugarse bromas el uno al otro. Me imagino que al igual que yo tendrás el deseo de volver a leer alguna de estas historias.
Por lo general la historia comienza en que Quique Gavilán se dirige a la granja para llevarse una rica gallina para almorzársela, pero el perro lo incita a que se lleve al gallo Claudio para que se lo almuerce. Entonces comienza una serie de desenfrenadas venganzas de Claudio hacia el perro y viceversa, usando a Quique como vehiculo de sus intrigas.
Muchas veces Quique se sale con la suya y secuestra a Claudio o al perro para almorzárselos. No en todas las caricaturas del Gallo Claudio aparece Quique Gavilán. Pero en casi todas las historias de Quique Gavilán aparece el Gallo. Una de las historias que recuerdo tenía una trama más o menos así. Tengo que decirles que hace muchísimos años no leo una de estas historias. Veamos:
“Ya estoy cansado de que me trates de decir lo que tengo que hacer…Yo puedo resolver mis problemas por mi cuenta y no necesito consejos de nadie…y mucho menos de tí…”, decía Quique a su compañero de la historia. Quique era un Gavilán muy destacado y sobresaliente pero tenía una forma un poco ruda de contestar a los demás. Cuando llegó la oportunidad de obtener una oportunidad sobresalir, otro siempre se destacaba mas que el.
El problema de Quique Gavilán es muy similar al de muchos de nosotros. A veces, sin querer con nuestras palabras y comentarios ofendemos a los demás. Expresiones como la citada arriba puede ser muy cierta,…el que uno tenga la capacidad de resolver los problemas por si mismo es algo digno de admirar. Pero que uno lo diga en un tono que desmerece y desvalora las buenas intensiones, hiere y lastima a los demás. Expresiones tales como: “Que me importa lo que diga de mí la gente…ninguno de ellos me da nada para vivir…”, puede ser interpretada como terquedad y arrogancia. Al decir que no nos importa lo que diga la gente estamos diciendo que no respetamos las opiniones, ni mucho menos le reconocemos la autoridad moral que tienen nuestros amigos, familiares y vecinos. No nos gusta que nos juzguen pero ya nosotros hemos emitido la sentencia en contra de la sociedad.
Nadie quiere ser y mucho menos catalogado como un arrogante. Muchas de nuestras hirientes expresiones son “inconcientes”. Y en otras ocasiones pensamos que somos muy “honestos” y que le hacemos honor a la verdad cuando nos presentamos y proyectamos como superiores, independientes, y mucho más inteligentes que los demás. Ofendemos y somos tercos y arrogantes cuando criticamos o señalamos a personas por ser de tal o cual nacionalidad, por ser de tal o cual religión, o por ser de tal y cual partido político.
Nuestra actitud terca y arrogante hace que las personas nos eviten y se aparten de nosotros. El precio que se paga es demasiado alto. El arrogante termina solo en la vida. Tarde que temprano su esposa termina dejándolo solo, pues la mujer se cansa de vivir con un hombre que la ve solo como un objeto, que no valora ni la respeta ni como persona ni como mujer. Los hijos del arrogante no quieren saber de él. Tan pronto les llega la hora de partir del hogar se alejan y no lo quieren visitar y mucho menos llevarle a los nietos. Luego se pregunta,…”¿Por qué serán tan mal agradecidos los hijos?”.
Quique Gavilán no pensaba que tal vez pudiera haber algo malo con el. Al contrario, sus pensamientos trataban de convencerlo de que sus compañeros de la historia le tenían miedo y envidia. De esta manera Quique Gavilán trató de bregar con su decepción. Entonces Quique Gavilán comenzó a criticar todo lo que hacían los demás.
La terquedad y la arrogancia nos hunden cada vez más y más en si mismas. Caer en ellas es como caer en un pozo sin fondo. El único destino para el arrogante es seguir siendo cada vez más y más arrogante. La terquedad y la arrogancia son los únicos defectos de nuestro carácter que nos engaña diciéndonos que nosotros somos los únicos que estamos bien. El terco y arrogante jamás leerá este artículo. Yo sé que Quique Gavilán jamás leerá mi artículo. Por el contrario pensará que se esta refiriendo a otra clase de persona…pero no de él. La terquedad y la arrogancia nos hacen pensar que lo sabemos todo y que no tenemos nada que aprender de los demás. La arrogancia nos hace considerar a los demás como ignorantes y faltos de las habilidades que por fortuna “solo nosotros tenemos”. Salir de la arrogancia no es fácil, pero es posible. Requiere el que reconozcamos que somos tercos y arrogantes y que nuestra única salida es confesar nuestra incompetencia e incapacidad para dominar la misma. Necesitamos aceptar el consejo y por que no…también la critica de los que están a nuestro alrededor,…de aquellos ya quienes hemos herido y ofendido y pedir perdón. Y tan pronto como nos comencemos a sentir bien con nosotros mismos otra vez….tal vez es por que hemos sufrido una recaída. ¿Crees que puedes aprender algo de Quique Gavilán?
Las opiniones vertidas por Waldemar Gracia no reflejan la posición de la Voz Hispana. Nombres, lugares y circunstancias han sido alterados para proteger la identidad de los personajes citados en la historia.
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